La falta de cultura y el olvido que ocasiona el paso del tiempo son factores determinantes para caer en la confusión. Desligar la historia del pasado y situarla tan sólo en el presente puede ser un grave error. Quizá sea esta la razón del por qué estamos viviendo un momento en que el antijudaísmo ha aumentado su difusión y se está volviendo aceptable como un lenguaje crítico en determinados sectores y espectros políticos, movidos siempre por esa captación del voto fácil.
Digo esto porque las generaciones anteriores, las más mayores, las que rozan la jubilación, son fuertemente proisraelíes mientras que las generaciones más jóvenes o denominada Generación Z se muestran más partidarios de la causa palestina.
Las generaciones anteriores fueron amamantadas por madres que recordaban el Holocausto y comprendían perfectamente el contexto en que se creó el estado de Israel. Sin lugar a duda recuerdan los frecuentes ataques por parte de la coalición musulmana sobre un estado de Israel vulnerable en sus primeros años. Sin embargo, las generaciones más jóvenes han conocido un estado de Israel fuerte y poderoso que ocupa el territorio palestino y que no duda en aplastar cualquier ataque injustificado o no en sus fronteras.
Pero oponerse a la dureza del estado de Israel para defender sus fronteras y a su ciudadanía no debe confundirse con antisemitismo. Sin embargo, el rechazo o la negación a la actuación del gobierno israelí parece vincularse estrechamente a un creciente y peligroso sentimiento de odio a los judíos, tal y como ha manifestado Jonathan Haidt, profesor de la Universidad de Nueva York, en su estudio sobre el brote antisemita en las universidades de Estados Unidos.
Gracias a la exposición realizada por la Fundación Mapfre, Chagall, un grito de libertad, aquí en España, tenemos la oportunidad de volver a recordar una etapa de la historia sangrienta y dolorosa plasmada en los magníficos cuadros del pintor ruso, así como la triste sensación de exilio y desarraigo que sufrió el pueblo judío a lo largo de su peregrinar, pero, inexcusablemente, en su etapa más dolorosa: la del nazismo.
La exposición rescata el momento en el que Marc Chagall paso a formar parte de esos ciento doce artistas condenados a pertenecer, según los propios nazis, a la creación de un «arte degenerado». Tal y como declaró Goebbels: «la era del intelectualismo judío desenfrenado ha llegado a su fin». Con la llegada de Hitler al poder, las obras de Chagall serían descolgadas de los museos del país y tres de ellas serían presentadas en la exposición realizada en 1937 por los nazis como Arte degenerado.
Los cuadros que podemos presenciar en la exposición muestran la obra de Marc Chagall como un testigo de su tiempo, con todos los acontecimientos sociales y políticos que le tocó vivir y sufrir. Lienzos que simbolizan el eterno desarraigo y el desamparo, y que, sin embargo, muestran siempre una pequeña llama de esperanza. Los personajes, ya sean animales o individuos, se presentan de forma volátil, como una metáfora de su condición viajera e inestable, sin poder arraigar en ninguna tierra. Como ese Violinista verde, imagen del migrante marginado, sustentado sobre sus pies, de forma sutil en los tejados de las viviendas tras ser expulsado del interior de estas, y que, con su violín, pretende establecer una comunión de armonía y sosiego a través de la música y la danza.
Es un claro ejemplo de ese desarraigo y de ese exilio que el propio pintor vivió en primera persona. Estos motivos se conocen como el Luftmensch, una palabra en yidis (idioma judío alemán), que describe a un soñador, a alguien con la cabeza en las nubes y desprovisto de raíces. El propio pintor escribirá: «Solo es mío / el país que está dentro de mi alma / Entro en él sin pasaporte / Como en mi casa».
Toda la obra de Chagall se mueve entre un mundo configurado por lo real y por lo imaginario. Un mundo ingrato y putrefacto frente a la ilusión que le permita encontrar una nueva luz de paz y de tranquilidad. Un mundo de colores negros y rojos en la zona terrenal, frente al blanco azulado y al amarillo esperanzador en la zona alta, la celestial.
Una de sus obras claves, Resistencia, Resurrección y Liberación, pude ayudarnos a entender el sufrimiento del pueblo judío en una época tan nefasta como la llegada de los nazis al poder. Un reflejo de las atrocidades, a todas luces impensables, cometidas contra el pueblo judío. Como si de una obsesión se tratara, Chagall reflejó en esta obra el tema de la crucifixión. Cristos mortificados sin otra indumentaria que el talit (paño blanco de oración) alrededor de las caderas. Motivos religiosos y calvarios frente a una política de terror.
Quizá, la presente exposición nos ayude a entender un poco mejor un conflicto tan difícil y espinoso como el palestino – israelí, donde no hay, tan claramente, buenos y malos, sino que lo que hay son nefastos dirigentes e intereses geopolíticos que están más pendientes de ahogar cualquier grito de libertad, o de esperanza hacia la luz, que de buscar una solución definitiva de paz.
Donde no hay más que muertos inocentes que pagan con sus vidas el sanguinario egoísmo de la sinrazón. Un mundo que parece que se ha vuelto del revés
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