Jordi Mollá, actor, pintor y escritor, además ha co-escrito y dirigido este “fracasado” filme. Jordi Mollá, buen actor y creador inquieto (pinta, escribe...) debuta en el largometraje, después de haber dirigido dos cortos, Walter Peralta (1993) y No me importaría irme contigo (1995), con esta película en la que también interpreta y ha colaborado en el guion.
No somos nadie cuenta las desventuras de un mendigo marrullero e impío, asesino por accidente al que la casualidad y la televisión entronizan, de la noche a la mañana, convirtiéndole en un falso líder religioso, idolatrado y venerado por las masas. El nivel de audiencia, la avaricia, y la simulación terminarán por asfixiarle, haciéndole sucumbir, sin remedio, en su último intento de liberación.
Una historia (tópica) surgida, como ha contado su autor, de la reflexión frente al fenómeno televisivo, capaz de crear ídolos de la nada, fabricar mitos y aniquilarlos, sin pudor, sin reparar en medios ni consecuencias.
La parodia de la televisión llega a resultar tan exagerada que la propia película acaba pareciendo una parodia de sí misma.Su pretensión era que la televisión fuera un elemento más integrado en el film, pero su tufo ha terminado por impregnar toda la cinta, convirtiendo el propósito crítico inicial en una mera declaración de intenciones, quizás demasiado pretencioso para poder ser abarcado con credibilidad, soltura y eficacia. El resultado es una comedia estridente, alejada de la realidad e instalada en la caricatura, una hiperbólica paranoia, pretendidamente crítica (nada que ver con la paranoia crítica surrealista),de ritmo desquiciante y extra-vertiginoso que, como su personaje principal, termina sucumbiendo ante aquello contra lo que pretende acometer.
El argumento es simple, los personajes inverosímiles, la estética extra-cutre... como los programas tele-basura contra los que arremete. Emula lo que censura utilizando sus mismos recursos y (aparentemente) de la misma manera, pero no consigue que el producto final posea el magnetismo, el lustre y la factura de lo imitado, excepto en la vacuidad e insipidez de su contenido. ¿Por qué? Por dos razones básicas que la televisión nunca olvida porque está en los fundamentos de su discurso audiovisual: mantener la atención constante del espectador y hacerlo mediante la seducción continua e ininterrumpida de su mirada.
La estética "extra-cutre" que pretende denunciar acaba contagiándose al propio filme y es otro de los responsables de su fracaso.La película pretende provocar, activar la crítica, a través del rechazo, del choque, del distanciamiento del espectador ante la bazofia catódica que se le muestra , a la vez que intenta buscar su complicidad ante el patético destino de su personaje principal (Salva, el Salvador) cuando éste reacciona e intenta liberarse de su fatídico destino. Para éste ya no hay retorno, para el espectador sí, que abrumado por la pesadilla visual y mental a la que está siendo sometido, ha roto su vinculación con el espectáculo desentendiéndose de su desenlace.
El otro imposible olvido en esa pretendida emulación formal y sustancial del discurso televisivo es la ruptura de la mirada, la interrupción del contacto (función fática), de la comunicación entre espectador y espectáculo. La televisión basa todo su poder de encantamiento en prolongar ese tacto visual (“en satisfacer el deseo visual del espectador “que diría González Requena), ese roce incesante a través de la seducción permanente del espectador estableciendo una relación dual y especular con él que en la película no existe.
No somos nadie es un espectáculo en una sola dirección, extra-narcisista y ambicioso, con ínfulas revolucionarias que no establece vínculos con el espectador porque lo obvia.
Al lado de "El show de Truman" o "La seducción del caos", el narcisista proyecto de Mollá es una castaña. Otras películas y directores han criticado con más acierto la despiadada labor de la televisión y su falsa y distorsionada mirada, como Peter Weir en El show de Truman (1996), donde también uno de los protagonistas (Cristo) emula al todopoderoso y juega a ser dios, como Salva.
Aunque desde posiciones distintas, uno como verdugo y otro como víctima, a ambos su destino se les escapará de las manos. Basilio Martín Patino crea un juego audiovisual lleno de artificio, inteligencia y sensibilidad en La seducción del caos (1991) una ácida reflexión sobre los medios de comunicación y especialmente sobre la televisión, impregnada toda ella de esa seducción del título, sin estridencias gratuitas, irónica, mordaz, caótica y coherente, estética y conceptual.
El genérico (con ese televisor estallando) y un título tan nihilista no auguraban un contenido alentador, sin embargo la tragedia formal, narrativa, estética, interpretativa, de puesta en escena... es una tortura visual y mental para cualquier espectador sensible y sensato, una burla grotesca, no a la televisión que es lo que se pretendía, sino al cine como cultura y como arte.
NO SOMOS NADIE
Película: “No somos nadie”: País y Año: España, 2001 Género: COMEDIA Dirección: Jordi Mollà Guión: Jordi Mollà, Helio Mira Producción: Lolafilms S.A Fotografía: Néstor Calvo Música: Roque Baños Montaje: Irene Blecua, Alejandro Lázaro Intérpretes: Jordi Mollà, Carlos Vellido, Candela Peña, Daniel Giménez Cacho Distribuidora: Lola Films Calificación: Todos los públicos
CONSIDERACIONES FINALES: “No somos Nadie” más que una comedia llevada a la gran pantalla cinematográfica representa una radiografía crítica de la decadente sociedad contemporánea de consumo de inicios del tercer milenio, que por la ausencia de valores fundacionales y de proyectos de vida claros, comparada con la obra de José Saramago, “el Evangelio según Jesucristo”, allí el premio Nobel Portugués cuestiona el verdadero papel del Vaticano con relación a divulgación y promoción entre sus fieles de la fe, la esperanza y la religión llegando a una suerte de falsificación de la verdadera esencia del evangelio, en esta cinta es “el Homo videns y la sociedad teledirigida” de Giovanni Sartori, que nos pone a reflexionar sobre los Gurús, los charlatanes y Mesías de Supermercado engendrados por el Supercapitalismo gerencial productor de clientes y fabricador de consumidores cautivos, pero el verdadero papel de Predicador y profetas no son sólo desempeñados por las grandes corporaciones multinacionales sino por el poder mediático de la Televisión convertida en predicadora y/o juzgadora colectiva y sumaria de mujeres y hombres pero también en el verdadero titiritero virtual que crea y destruye la historia de la salvación y de sus salvadores convirtiéndolos en simples marionetas al servicio no sólo de los fieles seguidores sino de los monopolios y oligopolios televisivos, ni siquiera podría ser comparado con Jesucristo SUPERSTAR, más bien se trata de un actor que está contratado para realizar un papel para una TRAGICOMEDIA que no tiene derecho a AMAR ni tampoco es LIBRE, y que comenzaba a dudar de su papel ante el público arguyendo de verdad: ”Que no somos nadie, y que el no es JHS” había desaparecido de la escena para luego regresar con la complicidad de su familia para cumplir su papel trágico del MESÍAS asesinado para convertirlo en una eterna leyenda publicitaria, comercial y que con ello se cumple el fin de la mercadotecnia vender compasión y milagros, ese es el usufructo económico y lucro moral que obtienen las grandes cadenas televisivas sin pudor alguno, ni pena ni culpa alguna.
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