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Manifiesto por una enseñanza con honra

El ejercicio docente es una artesanía que reclama ser valorada
Diego Vadillo López
lunes, 26 de febrero de 2024, 10:30 h (CET)

El ejercicio docente es una artesanía a cuya praxis el genio creativo le aporta un valor añadido. Como sucede con toda labor artesana, el entorno y la atmósfera que la rodean son determinantes y, por ende, condicionantes de la factura del producto final.


El docente (como cualquier artesano) se consolida como tal adquiriendo cada vez más pericia en su desempeño, ejerciendo el mismo y aprehendiendo (paulatinamente) las claves en que este se sustenta.


La enseñanza es la forma que tenemos las comunidades humanas de transmitir una serie de conocimientos y valores a los más jóvenes de nuestra especie en aras de que sigan afianzando, e incrementando, el acervo común en pos de contribuir a la continuación de dicha especie de la manera más edificante para cuantos más a través de la aportación de valor social. Y esto que parece obvio habitúa a verse comprometido cuando desde los ámbitos institucional y social no se muestra otro interés en la educación que vaya más allá de referir sus lacras sin mostrar el más mínimo interés por elucidar el origen de las mismas y sin calibrar la parte alícuota de responsabilidad que adorna a quien comenta tan alegremente sin haberse labrado un criterio sólido sobre la base de unas constataciones fehacientes y no torticeras u oportunistas.


Da la sensación de que todos hablan de la enseñanza y del Sistema Educativo (e incluso legislan sobre él portando únicamente meras intuiciones superficiales) menos los verdaderos protagonistas, quienes, por otra parte, parecen llevar su noble empresa diaria de manera vergonzante en tanto que apenas expresan reacciones más allá de en algún íntimo foro en el que (resignadamente) enuncian su desazón, conscientes de la incomprensión y desatención colectiva que adornan a su oficio.


Sin duda es una auténtica pena tal evidencia, pues, así, en lugar de conseguir incentivar el legado humanístico por la vía de prestigiar a quienes tienen la responsabilidad de mostrar el saber acumulado por la humanidad a los cachorros de la especie para que estos se adscriban a dicha deriva, caemos colectivamente en una lógica globalizadora que nos induce a, en muchos casos, desandar el camino durante tantos milenios transitado para entrar en un universo de planicie y futilidad que nos está devolviendo irremisiblemente a los más primarios instintos.


Tomando en consideración la sustancialidad de la tarea que acometen los docentes en un país, cabe apuntar que los profesores de Secundaria en España (que son los que más importancia e influjo tendrán en el postrer desarrollo del educando, dada la franja de edades que contempla este periodo académico) no solo están mal considerados, sino, asimismo, mal remunerados (cabe colegir que la antedicha baja remuneración que se les asigna pese a tratarse de alto funcionariado estatal, en el caso de la enseñanza pública, es debida a la ínfima consideración que colectivamente otorgamos al desempeño laboral que realizan y a que, al fin y al cabo, se dedican a pasar el rato con jóvenes).


Pareciera que los padres de alumnos hubieran accedido a una lógica hedonista en la que los hijos vendrían a ser parte del ajuar, bastando meramente con alumbrarlos a la existencia, contrariando a los genitores que sus descendientes sean una fuente de problemas, toda vez que no suele ser habitual que se eduquen solos, y en esa tesitura piensan muchos que la escuela ha de ser quien haga de sus hijos auténticos modelos cívico-académicos, cosa harto difícil toda vez que en las horas que permanecen bajo la custodia escolar, el equipo docente, junto con la impartición de las cargas curriculares, todo lo más podrá enseñarlos a desenvolverse adecuadamente en un entorno colectivo, ateniéndose a ciertas normas de respeto, civismo y urbanidad. Y al no quedar tal cosa clara, son muchos los conflictos que brotan distorsionando el día a día del proceso enseñanza-aprendizaje. Un alumno que no acude al centro escolar con una estructura clara aprehendida en el hogar, tiene todos los visos de ser un manantial de conflictos en el instituto, incrementados estos cuando los padres se ponen de la parte de esos vástagos a los que no han estructurado adecuadamente en el núcleo familiar. Esto no quiere decir que los enseñantes queden libres de cometer múltiples errores, pero para eso ya hay una serie de elementos fiscalizadores que someten a escrutinio a dichos casos, por lo general, excepcionales, y a los que, lamentablemente, se acostumbra a tomar como botones de muestra para enarbolar la bandera del desprestigio de todo el colectivo profesional.


Es el momento de tratar de mudar la deriva que, paulatinamente, está desdibujando un elemento de estructuración social presente y futura cuya malversación acarreará costes incuantificables.


D.Vadillo

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