He sobrevivido a sucesos intempestivos e injustos como todo ser humano que se precie de tener una mínima y sensible lucidez en este mundo. Hubo duelos, desengaños y tristezas; acaso, humillaciones. Sin embargo, en comparación con las tragedias del planeta y con lo que acaece en mi país, tal desdicha es pequeña, superable. Una forma de sostener la lucidez cuando nuestros amigos, conocidos, colegas y maestros mueren es arrebatarle tiempo a la “dama de noche” (llamo así amablemente a la muerte). Y lo mejor es agradecer lo poco o mucho que tenemos, los afectos y nuestros amores, pues como decía mi padre, siempre se puede estar peor.
Hace dos años nos dejó Encarnación Ferré, escritora española y docente; mujer inteligente, de palabra acertada, precisa e intimista. (Yo me entero ahora.) En ocasión de un almuerzo compartido con amigos en Zaragoza, ella me regaló un ejemplar de “Ética a Laura”, texto sobre sabios aforismos, dedicado a su nieta. Entonces, yo me encontraba próxima a publicar “Viaje a Escandinavia. Mis nietos de invierno”, una crónica de viajes (y algo más) que escribí para mis nietos suecos. Ambas coincidíamos como abuelas y en la literatura.
Ignoro si debido a mi experiencia de vida, a los padecimientos de papá en Europa, a mi temprana viudez (para mí fue “temprana”); a mis esforzados años en la investigación independiente, al conocimiento que si es veraz, siempre te refunda, a haber sentenciado durante más de treinta años, últimamente me he puesto quisquillosa con el prestigio (de los otros y del propio). A ser sincera, tamizo los aplausos, las publicaciones y las biografías a ver qué queda si cotejo los espejos con lo humano... No me gustan, confieso, los grandes maestros que sólo descuellan mediante sus obras pero que dan pena en sus vidas domésticas. “Lo humano”: transformar egolatría en escucha, intervenir con un abrazo inesperado; cuidar los gestos, la palabra... Sin el otro, estamos sin brújula en el desierto. (Claro que a algunos les sobra el agua y creen demasiado en los mapas…).
Recuerdo haber almorzado con Encarnación Ferré en Zaragoza con un grupo de amigos. Una fresca mañana de un invierno aragonés incipiente, más fría luego, casi congelada… Agregamos cafés, licores y literatura. Y ahí estaban los consejos de Encarnación, tendientes a que yo recuperara la esperanza después del inesperado fallecimiento de mi esposo. Los libros que me obsequió se encuentran resguardados en mi biblioteca y cada tanto vuelvo a ellos.
Puedo hacer un puente entre España y Argentina. En una habito y a la otra regreso cada vez. Encarnación debe de seguirme desde donde esté, no solo en mi escritura. Es que tus lectores no te olvidan, Encarnación. Un modo de desafiar como podemos a “la dama de noche”: perpetuar la palabra, transmitiéndola. ¡Que viva Encarnación Ferré, vivan Zaragoza y España!
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