Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años. Así que desde pequeño he disfrutado con intensidad esos Jueves Santos. Hace unos setenta años pude ver por primera vez un cartel (bastante rústico) cruzado de lado a lado desde Santo Domingo hasta el puente de los alemanes, en el que se podía leer la leyenda: “Eres nuestra Esperanza”. ¡Cuanta verdad! El paso del tiempo y la madurez cristiana que he podido conseguir, me permite llegar más lejos en la comprensión de lo más profundo de este mensaje. No se trata tan solo de la bellísima imagen que desfila cada año por las calles de Málaga bajo esa advocación. Es lo que lleva implícito el sentirnos sus hijos. Creo que la figura de la Madre de Dios y el amor que siente por nosotros, por todos nosotros, nos permite mantener la esperanza de que algún día nos amemos y respetemos los unos a los otros como Jesús nos enseñó. En diversas ocasiones he comentado la maravillosa sensación que se recibe desde un varal de trono. Desde ese varal, en el que he sido durante años uno de los pies de María Santísima, se ven las miradas, se intuyen las oraciones y se palpan los sentimientos de esa marea humana tan necesitada de esperanza de que se deje de vivir en un mundo hostil. En ese momento no hay personas de primera ni de segunda. Vips ni influencers. Tan solo hay seres sencillos que sufren y que esperan la mejoría de sus enfermedades, de sus penurias o de sus soledades. Por eso es tan importante que se siga ofreciendo la oportunidad de que, aunque solo sea una vez al año, la gente conecte con esa imagen de la Madre de Dios, que nos mira con lágrimas en los ojos y nos acoge bajo su manto. Ella es nuestra Esperanza.
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