Aquellos que podemos hablar con soltura del mundo de mediados del siglo XX, nos encontramos a menudo con “amigos” que te dicen sin recato: ¡Qué bien te encuentras! Tate; estás hecho una birria y eres otra de las victimas del edadismo. Ese tipo de persecución que sufrimos los que no jugamos al tenis a diario y que repetimos un par de veces las mismas cosas. Hoy he sufrido una humillación que ha tocado mi fibra sensible. Por lo visto he llamado a un número equivocado (que estaba errado en la página web correspondiente) y por pocas me dicen que soy un inútil y un pesado. No me lo han dicho, pero me lo han insinuado. El tema era que estaba hablando con alguien con el que colaboré hace casi 30 años y, entonces, me consideró muy útil. Así es la vida. Estamos sometidos al escrutinio diario de cuantos nos rodean. Aprovechan el menor fallo para recordarte que estas fuera de onda. Sí alguien habla atropelladamente, no proyecta su voz o habla demasiado bajo, enseguida te envían a uno de esos establecimientos que nos bombardean constantemente con anuncios de “sonotones” y similares. Entre los odontólogos, los oftalmólogos y los otorrinos vamos a acabar siendo una especie de robot. Nos tenemos que armar de paciencia y comprarnos un diccionario español-argot moderno a fin de poder identificar que nos dicen o con quien nos comparan. Esta mañana, dentro de un grupo de jóvenes, salió a relucir un periodista muy famoso hasta anteayer: Jaime Peñafiel. De 40 años para abajo no le conocía nadie. Cómo se nota que no leen el Hola ni en las peluquerías. Por el contrario, yo no sé lo que es un like, ni tengo cuenta en Instagram. Así me va. En fin. Buscaré a un gurú influencer que me ponga al día, con el fin de no hacer el ridículo. Entre tanto me entretendré apostando por que va a hacer el Presidente el lunes. Esto es bastante entretenido. El martes… volveremos a las andadas.
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