En este mundo de borregos y de control absoluto, se cree poder guiar incluso los sentimientos de un país en un momento determinado; por supuesto que es posible, pero cada persona gestiona sus sentimientos de forma distinta y en momentos distintos, y en ocasiones nuestro propio cuerpo nos dice “no mires, no recuerdes, no empatices… ahora no puedes hacerlo”.
Hace unos meses, más concretamente el 11 de marzo, hizo veinte años de un trágico atentado en Madrid, el mayor de Europa.
A primera hora de la mañana cuatro trenes explotaron en diferentes puntos de Madrid en plena hora punta dejando 192 muertos y 2000 heridos. Aún recuerdo aquella trágica mañana en la que España dejó de respirar y con tristeza miraba angustiada el televisor. Recuerdo haber pensado en unos amigos que por aquel entonces vivían en Madrid y respirar tranquilos al saber que estaban bien. Recuerdo las imágenes, el horror, la sangre y el humo que aún se veía, recuerdo mi mirada vidriosa al ver la desesperación de los profesionales que intentaban salvar y ayudar a esas personas, recuerdo el odio que sentí hacia los asesinos y la incredulidad de reconocer que hubiera personas que pudieran hacer eso.
Es fácil hablar de datos, no poner caras a esas víctimas, pero muchas de esas personas eran jóvenes que iban a sus respectivos institutos o universidades, personas con mucho por vivir y sueños por cumplir.
Hace dos meses, el 11 de marzo, la televisión nos inundó con recuerdos de aquella tragedia, pero yo no estaba preparada para recordar, no estaba preparada para asumir que el mundo, nuestro mundo puede apagarse en segundos una simple mañana en la que despiertas sin saber que te quedan horas de vida.
Aquel día no quise escribir ningún artículo, a pesar de que todos los periódicos hablaban de lo que sucedió ese 11 de marzo. Nuestro subconsciente es más inteligente que nosotros y nos protege, me ordené inconscientemente apartarme de aquello, porque recordarlo significaría asumir de nuevo que este mundo es gris, y en aquel momento necesitaba pensar que era hermoso.
Hoy me ha aparecido una canción de La Oreja de Van Gogh, “Jueves” una canción inspirada en la historia de amor de una joven enamorada que iba en uno de aquellos vagones y falleció aquel día. Su diario inacabado relataba, creo, el amor que sentía por otro joven que todos los días compartía vagón con ella. Entonces he pensado en mi hijo, en sus sueños, en ese primer amor, en el esfuerzo que está haciendo para sacar la máxima nota y poder entrar en la carrera universitaria que desea, y no puedo ni imaginar lo que debieron sentir los padres de aquellos que fallecieron.
El mundo seguirá siendo gris mientras existan personas que acaben con la vida de otras, seguirá siendo gris mientras exista odio y egoísmo, mientras la política esté por encima de la vida y siga existiendo gente que ensucie el mundo y lo destruya. Pero seguid pensando que los animales deben llevar bozal y que los humanos debemos expresar nuestras estupideces libremente, seguid pensando que hagamos lo que hagamos vamos a ser perdonados por rezar y seguid pensando que cualquier cosa tiene justificación.
Ahora sí que lanzo un recuerdo hacia aquellos que perdieron la vida aquel 11 de marzo, porque nunca olvidaremos aquel día, aunque no siempre estemos preparados para recordar ese instante, y no, no voy tarde, porque no solo debemos recordar lo sucedido un solo día, se debe recordar cualquier día y apreciar estar vivos sin engañarnos sobre este mundo que intentamos colorear mientras la tinta ensucia nuestras manos en demasiados días lluviosos.
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