Asistimos con estupor al desaforado cruce de insultos entre los señores políticos. Esta actitud no solo demuestra la escasa educación de los contendientes, sino que manifiesta la deficiencia oratoria que se le debe de exigir a aquellos que intentan convencer de sus ideas, con sus palabras, o intentan refrendarlas con los hechos. Mantengo el criterio de que a los hijos no los educamos, nos imitan. Si elevamos este pensamiento a los gobernantes y los gobernados, nos encontramos con una población que considera que los conflictos hay que resolverlos con insultos, descalificaciones, ¡más tú! y “el tuyo por si acaso”. Un flaco favor, en forma de ejemplo, que dejamos a nuestros descendientes. Como aprendan de nuestros prebostes van aviados. Los magnates de primera fila de dos países, a un lado y el otro del charco, han dado un pésimo ejemplo de comportamiento. Como si de una reyerta tabernaria se tratara. No creo que el conflicto desarrollado se utilice en las escuelas diplomáticas para enseñar a resolverlos de una forma civilizada. Lo peor es que parece que han puesto el cartel de… continuará. De verdad que lo siento. Quizás más que ellos. Todo es cuestión de sensibilidad y saber estar. El Papa Francisco nos ha dado ejemplo con su silencio ante las invectivas del mandatario argentino. “A palabras necias, oídos sordos”. Sabio consejo.
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