En el capítulo 2, versículo 5 del Génesis, podemos leer las palabras con las que la serpiente (Satán) hizo que Eva comiese de la fruta prohibida y le hiciese consumir también a Adán: "Eritis sicut dii scientes bonum et malum" ("Seréis como dioses, conocedores del bien y del mal"), pero, aparte de conocer el bien y el mal, conseguirían, siendo como dioses, al igual que Dios, el don de la inmortalidad.
La transcendencia, la no desaparición después de la muerte, el querer superar el tiempo y permanecer por la eternidad, ese es el verdadero deseo de todo ser humano.
Las personas somos seres finitos, pero deseamos fervientemente ser trascendentes, igualarnos con la Causa necesaria, es decir la Divinidad, sin la cual todo lo existente no hubiese llegado a ser. A esta es a la que Aristóteles llama causa eficiente, o sea, el agente que provoca el cambio, sin la cual no se hubiese producido la transformación de la no existencia a la existencia, es decir la Creación.
Parménides dijo “ex nihilo, nihil fieri potest”. Totalmente de acuerdo con él. De la nada el ser humano no puede obtener ni crear nada, pues no tiene la capacidad de instaurar algo nuevo, pero sí Aquel de cuya voluntad y poder para producir ha surgido todo lo existente.
La causa necesaria, o eficiente, esel argumento cosmológico utilizados por sabios como Aristóteles, Avicena, Tomas de Aquino o Alberto Magno, para demostrar la causa incausada, identificada con Dios a la que invocó Marco Tulio Cicerón, cuando, al ser apuñalado por los esbirros de Antonio, pronunció la conocida frase de “Causa causarum miserere mei”, es decir, Causa de las causas, causa incausada, compadécete de mí”.
Pues a esta omnipotente, sin principio ni fin, increada y existente por sí misma, Causa, que dijo a Moisés en el monte Sinaí “Yo soy, el que soy”, es decir soy quien existe por sí mismo; es a la que esta mota de polvo que habita en un pequeño grano de arena comparado con la inmensidad del Cosmos a la que nos queremos igualar.
Esta trascendencia, esta inmortalidad, como he dicho, es la perseguimos los seres humanos.
Existen varios casos paradigmáticos en la Humanidad, a los que nos referiremos, buscar más sería oneroso y quizá cargante, que demuestran sin lugar a dudas, este deseo de inmortalidad por un ser humano, posiblemente paradigmas de todos los demás.
Uno de ellos es el de un insignificante y oscuro, además de desconocido, pastor llamado Eróstrato, (hoy sabemos quién es por su piromanía), al reconocer su insignificancia y nadería, anhelante de inmortalidad, no tuvo mayor ocurrencia que incendiar el templo de Diana, para los romanos, Artemisa, para los griegos, en Éfeso.
Este hombre, embriagado por el deseo de fama, sabiéndose absolutamente incapaz de construir algo digno para perdurar en la historia, advirtió que la fama se puede, lograr también a través de la maldad y la destrucción, que la herrumbre y el horror guardaban un sitial importante en los rollos de Clío, musa de la Historia
Tan grande es esta tendencia de buscar la inmortalidad que, en Psicología, se habla del Complejo de Eróstrato para definir unapersonalidad de escasa autoestima con deseo de fama, notoriedad y, de alguna manera, búsqueda de la inmortalidad. Quienes la padecen estándispuestos a realizar cualquier cosa para alcanzar esta meta.
Otro caso, por no citar más, digno de tener en cuenta es el del escritor Fernando Pessoa a quien nada, dejando a un lado la literatura, le importaba más que la celebridad, el éxito póstumo y la entrada triunfal en la historia de la Humanidad.
Existe en cada tirano, en cada inadaptado y en cada mente enferma, sin hábitos modeladores de carácter, un Eróstrato, con su tea ardiente, incendiaria y criminal, deseoso de pasar a la historia, aunque sea por los intersticios inmundos de los vicios, de la corrupción en sus peores formas del horror.
Aunque creamos que no, en España tenemos la clonación de Eróstrato. Se trata de nuestro “eximio” y “nunca bien ponderado” presidente del Gobierno, quien ha manifestado que pasará a la Historia por haber exhumado, ¿o profanado? los huesos de un cadáver, cual un moderno e impío profanador de tumbas.
Él ha escogido ser terrible. El pueblo teme irritarlo. Nadie sabe a qué extremos lo llevarán los extravíos de su desbordante pasión; pero él lo sabe: pues esta no ha sido provocada desde fuera. La tiene bien a mano, es consustancial a él, al igual que Eróstrato.
Sí, Pedro, serás recordado, no por tu grandeza y magnanimidad, sino por haber prendido fuego a España, al igual que el anodino pastor, a la que estás carbonizando en aras a tu desmedida pasión y egolatría.
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