Hemos pasado de la “gloriosa” etapa del nacionalcatolicismo, en la que todo era cumplimiento y parabienes, a una especie de paso a la persecución solapada y el ninguneo –cuando no desprecio- hacia la Iglesia Católica. Los cristianos de a pie vemos como desciende de una manera exagerada el número de los que se consideran católicos, mientras muchos renuncian a su pertenencia a una fe que confesaron en su día, y que hoy la consideran como algo “cultural” y arcaico. Día tras día los “expertos analistas” de las tertulias televisivas se cachondean a modo de los patinazos que metemos los que nos consideramos defensores de la fe. Quizás con razón. A veces confundimos la defensa del Evangelio con la defensa de nuestros privilegios. Además estaríamos más guapos callados. El Evangelio termina en punta. Creo que es muy difícil de seguir. Lo cierto es que compensa cuando se toma en serio. El problema surge cuando no somos ni fríos ni calientes. Queremos parecer, pero no somos. Pienso que el cristianismo es como las lentejas. Si quieres las tomas y si no, las dejas. Por eso no me escandaliza que baje la cifra de personas que no practican unas creencias que apenas comparten. Lo cual no quita que dejemos de transmitírselas. Con menos pompa y con más verdad. De momento para nuestro cristianismo pintan bastos. Las palmas se convierten en lanzas. Como en tiempos de Jesús de Nazaret.
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