Parece como si la sinarquía económica dominante empezara a replantearse su estrategia política. Hasta ahora, para animar su producto estrella, los artífices de la globalización otorgaban sus favores a los que se dice que ocupan un lado del espectro político, conocido como la izquierda, dada su generosidad y desprendimiento, pero, a la vista de los acontecimientos, pretende cambiar de tercio y sacar a la escena gobernante a los del otro lado.
Quienes a la sazón manejan el cotarro político resultaban idóneos para ese proyecto de negocio global, porque se dedican a colmar las demandas de los que se sienten olvidados y dan protagonismo escénico a grupos de autoexcluidos. Sin embargo, gran parte de la ciudadanía consciente se siente marginada y desplazada por los favores de que gozan en exclusiva grupos de privilegiados. Asimismo, otros muchos se mostraban satisfechos con sus políticas, no solamente por el cachondeillo reinante sino porque basta con abrir la boca para que, con cargo al erario público, se repartan generosamente los bienes estatales para mantener entretenidos a propios y extraños, haciendo así, desde la simple ocurrencia montada por sus asesores, política social. Claro está que esa largueza de miras responde a motivos electorales, camuflados como principios ideológicos. Por otro lado, desplegando una amplia propaganda de su aperturismo de boquilla, han venido animando a la confrontación interna para promover la desarticulación geopolítica de los países y debilitarlos, haciendo de ellos mercado fácil para las multinacionales. Toda esta actividad, calificada como política, cuya finalidad es la venta de progreso comercial, no mira por los intereses generales de la sociedad gobernada, sino por los del capitalismo global y, de rebote, por los intereses personales de sus promotores locales.
Aunque algunas gentes han quedado prendadas de este falso progreso, dispuesto para alimentar la desnacionalización, el ocio y el hedonismo barato con fines exclusivamente mercantiles, parece que la variedad de propuestas de esa izquierda ha perdido atractivo comercial desde la perspectiva política. Lo ha perdido porque el coste a asumir por la considerada ciudadanía consciente es demasiado elevado. Las personas sensatas empiezan a sentirse afectadas por la confusión reinante, la inseguridad, las leyes de quita y pon, las ocurrencias de turno y reclaman seriedad de gobierno. Dado que la contestación va adquiriendo cierta consistencia, las fantasías se van desinflando presionadas por la realidad y sus patrocinadores empiezan a dejar de ser útiles para el gran patrón capitalista en el ámbito de las sociedades de primera línea.
En tal estado, no es extraño que la sinarquía dominante comience a inclinarse, dispuesta a otorgar su favor, por la tendencia del otro lado y se hable de avance de la derecha, centro derecha, conservadurismo o algo semejante, como reacción al desmadre procurado por sus contrarios de eslogan político. Las nuevas ofertas políticas, al menos en principio, se muestran más coherentes en interés tanto de la democracia representativa como del Estado de Derecho. En cuanto a lo que se puede entender como algo de sentido común es que la viabilidad del negocio económico no puede entregarse al modelo del despilfarro, camuflado en términos de políticas sociales. Respecto a la política, resulta que la democracia al uso, por unos u otros motivos, ha pasado a ser un medio para votar arreglos entre partidos o, en algún caso, simple autocracia, con lo que el Estado de Derecho se convierte en puro formalismo. No hay que obviar ni la pérdida de soberanía nacional ni propuestas dirigidas al fraccionamiento estatal, que la mayoría de la ciudadanía considera totalmente irracional, puesto que todo ello pugna contra el más elemental sentido común y económico.
Como se verá, tomando en consideración lo que se ha puesto de manifiesto recientemente en el continente europeo, la inteligencia capitalista tiene razones suficientes para impulsar el cambio político, ya que en el estado actual hay demasiados recelos locales entre las gentes para sostener un modelo de globalización basado en el desgaste económico y social de los países. Fundamentalmente porque una cosa es el negocio global sin mayores trabas burocráticas y otra muy distinta establecer un sistema que imponga a los Estados lo que deben hacer o no hacer, como si se tratara de unidades administrativas al servicio del interés económico del gran capital o de su imperio. Probablemente el cambio político venga de que la sinarquía ha tomado nota de la deriva de izquierdas y pretenda equilibrar la situación echando mano de las derechas. Una simple medida oportunista para tratar de capear el temporal, adaptándose a las circunstancias, para que todo continúe igual.
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