Repasando mis “segmentos” anteriores me he encontrado con esto que plasmé negro sobre blanco hace muchos años. “El otro día escuche en la radio cómo le hacían a varios tertulianos la socorrida pregunta: ¿Qué libro se llevarían a una isla desierta? Los interrogados echaron manos de diversos tópicos y lugares comunes, que por lo manidos, ni recuerdo. En ese momento me hice la misma pregunta y llegué a la misma conclusión que en otras ocasiones: Robinson Crusoe, por el aquél de que me iba a solucionar muchos problemas. Sin embargo me puse a pensar más serenamente y decidí que, finalmente, me llevaría el Nuevo Testamento. Ese pequeño librito que puedes obtener en varias versiones –creo que la que se publica en tamaño y forma económica, que regalan en muchas parroquias, es de gran utilidad y todo un acierto-, ha conseguido hasta el momento responder a todas mis interrogantes y que, cuando me he dejado, ha enderezado los caminos de mi vida. El evangelio de Jesús jamás me ha fallado en sus consejos y cada día me permite afrontar la vida con esperanza. Por eso se lo recomiendo a quién lo quiera disfrutar este verano. Que lo lea sin buscarle los tres pies al gato, que tiene cuatro. Sin pedirnos más de lo que nos pide Jesucristo en su mensaje, pero tampoco menos. De nada por el consejo”. Hasta aquí lo que escribí hace doce años. Lo suscribo plenamente.
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