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Siempre hay una moral tras todo pensamiento y los lenguajes que lo involucran, aunque haya épocas en que esto no se quiera ver porque es más fácil mentirse a uno mismo

Apuntes para una crítica a la cultura

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El murmullo superficial de los libros acumulados en bibliotecas impuestas no construye sino una cultura banal. Una crítica profunda a ésta nos invita, en el siglo que transitamos, a desechar cuidadosamente la repetición camuflada de ideas. “Camuflada”, pues es común entre académicos (de poca monta) visualizar resúmenes ampliados de teorías formuladas durante suficientes años en la historia de la filosofía y sus derivados contemporáneos, como la semiótica, los estudios de género, los antropológicos o lingüísticos de la cultura y los marcos teóricos dedicados al sujeto y al arte. Lo propio ocurre lastimosamente en la historia del derecho. Podría hablar incluso, en análogo sentido, de la nueva biología, dedicada a la tan irresponsablemente rechazada conciencia de los animales, seres no humanos y sintientes que no sólo vienen al mundo, se reproducen y mueren como han supuesto prejuiciosamente hasta ahora los biólogos tradicionales.


Gracias a las ciencias del lenguaje sabemos que aquello que no podemos pensar, tampoco consigue ser dicho. El pensamiento posee las restricciones propias de la experiencia. Esta nos relaciona con el mundo, sus objetos, ideas y personas. Gilles Deleuze y Félix Guatari en “Qué es la filosofía” se refirieron gratamente a ello: sólo se renueva auténticamente el lenguaje y el pensamiento cuando la ontología empuja a los seres humanos a analizarla con renovados conceptos. Los conceptos no son meros sintagmas. Significan en una suerte de dispositivos nóveles y autónomos para designar una realidad que a menudo irrumpe y es más rápida que nosotros, nos enfrenta y precede. Recién después cuando los discursos circulan primero en las aulas y luego en el habla, tales conceptos se historizan. 


En el orden jurídico, por ejemplo, la teoría de los derechos humanos introdujo una reforma penal importante, como cuando después de la derrota de Alemania en la segunda guerra mundial, los aliados en el célebre Tribunal de Nüremberg abolieron el principio de la irretroactividad de las normas penales. Se trataba, en efecto, de delitos de barbarie y lesa humanidad: durante el III Reich no constituía delito matar, allanar domicilios y apropiarse de obras de arte de propiedad de judíos y católicos, protestantes o agnósticos disidentes. Vencido el nazismo, la humanidad comprendió que no todo se soluciona negociando palabras, haciendo sobredosis de márquetin interesado, falseando noticias y distribuyéndolas en las redes, como ahora. Una imposición ética evitó que se absolviera a los jerarcas nazis por el conocido principio vigente en los estados de derecho acerca de la reserva legal (nadie puede ser condenado por una ley ex post facto). Los nazis procesados y condenados habían cometido la atrocidad de negar identidad a sus víctimas por el solo hecho de considerarse superiores, arios, y con derecho a exterminar al otro diferente. Correspondía entonces, abandonar el viejo semblante que no funcionaba en la especie y abordar nuevas líneas de análisis jurídico. 


Siempre hay una moral tras todo pensamiento y los lenguajes que lo involucran, aunque haya épocas en que esto no se quiera ver porque es más fácil mentirse a uno mismo. Para continuar con el ejemplo deleuziano de los nuevos conceptos: en el orden de las neurociencias, aparecieron las “redes neuronales” como directrices para comprender los signos (y el funcionamiento del cerebro) de base positiva. No es que el concepto invente, eso sería afirmarse en un nihilismo estúpido. Sí, en algún momento, al hecho se le busca un nombre con sonido propio para atribuir significado acorde, que va a generar a su vez otro modo de pensar y nuevas teorías. En definitiva, la cuestión es generar ideas con raíces en el pasado y de proyección futura. No, repetir lo ya estatuido hasta el cansancio.


Sería difícil abordar, por ejemplo, claro, una clínica social de la moda sin remontarse a la aparición primera de los sujetos en el planeta y su vestimenta sencilla, sin observar la antigüedad, el renacimiento y tal. Y si hoy se habla de mestizajes entre los géneros literarios es porque hay autores que comenzaron a mezclar novela con ensayo; cuento con poesía, novela con guión cinematográfico. Observemos: La Biblia no se lee del mismo modo después de Martin Lutero ya que hoy se la interpreta en la cultura judeocristiana sobre la base de lo testimoniado en la historia teológica. Y, vbgr. asimismo, en la filosofía dialéctica es altamente posible revisar en la actualidad la Aufhebung de Georg Wilhelm Friedrich Hegel (instancia superadora de síntesis, antítesis) teniendo en cuenta la paradoxa, la visión de paralaje de Jaques Lacan/ Slavoj Žižek: salirse de la contradicción ya que, en tanto humanos, somos y no somos al mismo tiempo (la lógica aristotélica mal aplicada es meramente silogística, sobre todo cuando se involucra a sujetos humanos con sus luces y sombras permanentes). 


Otra visión en paralaje: el derecho penal no se encuentra constituido sólo por códigos penales y procesales penales, por los estudios penitenciarios y sus estadísticas sociológicas. El derecho penal (un sistema jurídico disciplinar por excelencia) se sostiene en la propia configuración del delito, los hechos se deben a la norma y la norma sancionatoria a los hechos. Porque sin delitos ¿para qué ocuparse de normas que tipifiquen y sancionen hechos que no existen? O, de otro modo, sin hechos considerados por una sociedad en determinados tiempo y espacio, como infracciones a sus bienes sociales, buenas costumbres, a las políticas públicas y los valores protegidos, de qué serviría que esas conductas aceptadas por el colectivo social fueran objeto de disciplinamiento. 


La labor legislativa y la judicial dependen de la época. La costumbre es también fuente del derecho. Esto, tan obvio, es olvidado a menudo no sólo porque algunos crípticos o audaces carecen del sentido común del que habla Hans Georg Gadamer en su Hermenéutica sino porque la velocidad, una “virtud” muy “posmo” (velocidad legislativa, por ejemplo, que sanciona miles de leyes que pocos cumplen y nadie incorporó subjetivamente demasiado en tiempos convulsos) compele a que los académicos investiguen y publiquen. Se actualicen. Hacer y hacer. Millares de textos quedan al fin en el olvido de lectores y editores, y acaso, apretaditos, tuercen su vulnerable destino en bibliotecas frecuentadas por razones de mero turismo cognitivo o por alumnos obligados…


Mientras pienso en voz en alta todo esto, como entre amigos, me vienen a la cabeza los nombres de dos pensadores pertenecientes a distintos siglos y competencia disciplinaria: Umberto Eco, semiólogo, novelista, crítico, profesor, cuya extensa y variada biblioteca fue legada por su familia al gobierno de Italia y Raymundo Miguel Salvat, un civilista argentino, que no alcanzó a completar su obra por su enfermedad y temprano fallecimiento, pero que llegó a varias generaciones con un derecho civil escrito sencillamente para todos. Ambos, sabios del derecho y la cultura, provocaron y provocan todavía intensas y devotas lecturas.

Apuntes para una crítica a la cultura

Siempre hay una moral tras todo pensamiento y los lenguajes que lo involucran, aunque haya épocas en que esto no se quiera ver porque es más fácil mentirse a uno mismo
Paula Winkler
jueves, 11 de julio de 2024, 09:08 h (CET)

El murmullo superficial de los libros acumulados en bibliotecas impuestas no construye sino una cultura banal. Una crítica profunda a ésta nos invita, en el siglo que transitamos, a desechar cuidadosamente la repetición camuflada de ideas. “Camuflada”, pues es común entre académicos (de poca monta) visualizar resúmenes ampliados de teorías formuladas durante suficientes años en la historia de la filosofía y sus derivados contemporáneos, como la semiótica, los estudios de género, los antropológicos o lingüísticos de la cultura y los marcos teóricos dedicados al sujeto y al arte. Lo propio ocurre lastimosamente en la historia del derecho. Podría hablar incluso, en análogo sentido, de la nueva biología, dedicada a la tan irresponsablemente rechazada conciencia de los animales, seres no humanos y sintientes que no sólo vienen al mundo, se reproducen y mueren como han supuesto prejuiciosamente hasta ahora los biólogos tradicionales.


Gracias a las ciencias del lenguaje sabemos que aquello que no podemos pensar, tampoco consigue ser dicho. El pensamiento posee las restricciones propias de la experiencia. Esta nos relaciona con el mundo, sus objetos, ideas y personas. Gilles Deleuze y Félix Guatari en “Qué es la filosofía” se refirieron gratamente a ello: sólo se renueva auténticamente el lenguaje y el pensamiento cuando la ontología empuja a los seres humanos a analizarla con renovados conceptos. Los conceptos no son meros sintagmas. Significan en una suerte de dispositivos nóveles y autónomos para designar una realidad que a menudo irrumpe y es más rápida que nosotros, nos enfrenta y precede. Recién después cuando los discursos circulan primero en las aulas y luego en el habla, tales conceptos se historizan. 


En el orden jurídico, por ejemplo, la teoría de los derechos humanos introdujo una reforma penal importante, como cuando después de la derrota de Alemania en la segunda guerra mundial, los aliados en el célebre Tribunal de Nüremberg abolieron el principio de la irretroactividad de las normas penales. Se trataba, en efecto, de delitos de barbarie y lesa humanidad: durante el III Reich no constituía delito matar, allanar domicilios y apropiarse de obras de arte de propiedad de judíos y católicos, protestantes o agnósticos disidentes. Vencido el nazismo, la humanidad comprendió que no todo se soluciona negociando palabras, haciendo sobredosis de márquetin interesado, falseando noticias y distribuyéndolas en las redes, como ahora. Una imposición ética evitó que se absolviera a los jerarcas nazis por el conocido principio vigente en los estados de derecho acerca de la reserva legal (nadie puede ser condenado por una ley ex post facto). Los nazis procesados y condenados habían cometido la atrocidad de negar identidad a sus víctimas por el solo hecho de considerarse superiores, arios, y con derecho a exterminar al otro diferente. Correspondía entonces, abandonar el viejo semblante que no funcionaba en la especie y abordar nuevas líneas de análisis jurídico. 


Siempre hay una moral tras todo pensamiento y los lenguajes que lo involucran, aunque haya épocas en que esto no se quiera ver porque es más fácil mentirse a uno mismo. Para continuar con el ejemplo deleuziano de los nuevos conceptos: en el orden de las neurociencias, aparecieron las “redes neuronales” como directrices para comprender los signos (y el funcionamiento del cerebro) de base positiva. No es que el concepto invente, eso sería afirmarse en un nihilismo estúpido. Sí, en algún momento, al hecho se le busca un nombre con sonido propio para atribuir significado acorde, que va a generar a su vez otro modo de pensar y nuevas teorías. En definitiva, la cuestión es generar ideas con raíces en el pasado y de proyección futura. No, repetir lo ya estatuido hasta el cansancio.


Sería difícil abordar, por ejemplo, claro, una clínica social de la moda sin remontarse a la aparición primera de los sujetos en el planeta y su vestimenta sencilla, sin observar la antigüedad, el renacimiento y tal. Y si hoy se habla de mestizajes entre los géneros literarios es porque hay autores que comenzaron a mezclar novela con ensayo; cuento con poesía, novela con guión cinematográfico. Observemos: La Biblia no se lee del mismo modo después de Martin Lutero ya que hoy se la interpreta en la cultura judeocristiana sobre la base de lo testimoniado en la historia teológica. Y, vbgr. asimismo, en la filosofía dialéctica es altamente posible revisar en la actualidad la Aufhebung de Georg Wilhelm Friedrich Hegel (instancia superadora de síntesis, antítesis) teniendo en cuenta la paradoxa, la visión de paralaje de Jaques Lacan/ Slavoj Žižek: salirse de la contradicción ya que, en tanto humanos, somos y no somos al mismo tiempo (la lógica aristotélica mal aplicada es meramente silogística, sobre todo cuando se involucra a sujetos humanos con sus luces y sombras permanentes). 


Otra visión en paralaje: el derecho penal no se encuentra constituido sólo por códigos penales y procesales penales, por los estudios penitenciarios y sus estadísticas sociológicas. El derecho penal (un sistema jurídico disciplinar por excelencia) se sostiene en la propia configuración del delito, los hechos se deben a la norma y la norma sancionatoria a los hechos. Porque sin delitos ¿para qué ocuparse de normas que tipifiquen y sancionen hechos que no existen? O, de otro modo, sin hechos considerados por una sociedad en determinados tiempo y espacio, como infracciones a sus bienes sociales, buenas costumbres, a las políticas públicas y los valores protegidos, de qué serviría que esas conductas aceptadas por el colectivo social fueran objeto de disciplinamiento. 


La labor legislativa y la judicial dependen de la época. La costumbre es también fuente del derecho. Esto, tan obvio, es olvidado a menudo no sólo porque algunos crípticos o audaces carecen del sentido común del que habla Hans Georg Gadamer en su Hermenéutica sino porque la velocidad, una “virtud” muy “posmo” (velocidad legislativa, por ejemplo, que sanciona miles de leyes que pocos cumplen y nadie incorporó subjetivamente demasiado en tiempos convulsos) compele a que los académicos investiguen y publiquen. Se actualicen. Hacer y hacer. Millares de textos quedan al fin en el olvido de lectores y editores, y acaso, apretaditos, tuercen su vulnerable destino en bibliotecas frecuentadas por razones de mero turismo cognitivo o por alumnos obligados…


Mientras pienso en voz en alta todo esto, como entre amigos, me vienen a la cabeza los nombres de dos pensadores pertenecientes a distintos siglos y competencia disciplinaria: Umberto Eco, semiólogo, novelista, crítico, profesor, cuya extensa y variada biblioteca fue legada por su familia al gobierno de Italia y Raymundo Miguel Salvat, un civilista argentino, que no alcanzó a completar su obra por su enfermedad y temprano fallecimiento, pero que llegó a varias generaciones con un derecho civil escrito sencillamente para todos. Ambos, sabios del derecho y la cultura, provocaron y provocan todavía intensas y devotas lecturas.

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