En la historia de Estados Unidos, cuatro presidentes han sido asesinados. El atentado contra Donald Trump, a pocos meses de las elecciones generales remite a ciertas peofundidades oscuras, opacas, que empalidecen a las democracias occidentales, comenzando por su potencia emblemática.
El ataque contra el candidato republicano ocurre en un contexto particularmente sensible. La mayoría de los analistas del mundo pronostican un triunfo electoral del magnate sobre el actual presidente Biden.
Los demócratas comienzan a aceptar una derrota por anticipado, después de episodios fatales para el gobernante, empezando por su el desarrollo de su propio mandato, su aparente endeblez cognitiva, una derrota categórica en el debate entre ambos candidatos, la confusión deslizada al aludir a Zelenski como Putin, a Harris con Trump y los dubitantes balbuceos con los que se expresó ni bien ocurrió el atentado contra el candidato favorito. De hecho, la salud de Joe Biden fue un tema excluyente en la reciente cumbre de la OTAN. El cambio de signo político en los próximos comicios podría provocar un cimbronazo en la política mundial.
El analista Javier Garay, en declaraciones efectuadas a France 24 en español arriesga que el episodio de violencia es consecuencia directa de la laxitud en los discursos y el abuso de los términos en el intercambio político (x). Eso implica una forma de reconocer el vaciamiento político y los discursos de odio que debilitan a las democracias occidentales. Las sociedades no dejan de asimilarse a un mundo donde la convivencia armónica se asemeja a una utopía.
Thomas Matthew Crooks, un joven de 20 años, reportado como votante republicano y estudiante prodigio que recibió un premio de 500 dólares de la organización científica sin ánimo de lucro National Math and Science Initiative, es el principal sospechoso del intento de asesinato al expresidente. Fue ultimado de inmediato por fuerzas especiales del estado y su muerte alimenta una grieta donde las acusaciones están a la orden del día. El episodio de Pensilvania no solamente pone en jaque a la seguridad del país, sino que también recrudece el clima de antagonismo interno. Se trata de la añosa disputa entre los cinturones empobrecidos, al que algunos identifican con la materialidad estadounidense, y el poder de los demócratas, asentado en las finanzas y el complejo militar industrial.
Por si esto fuera poco, el probable retorno de Trump a la Casa Blanca puede llegar a profundizar conflictos vitales como los del Asia Pacífico (no solamente en lo que atañe a cuestiones geoestratégicas o militares, sino en las dificultades del gobierno de Biden en la disputa por la hegemonía de la Inteligencia Artificial), el rol de la OTAN (el republicano pretende ajustar cuentas con sus socios atlantistas en lo que tiene que ver con los aportes de cada estado), el conflicto en Ucrania (un enfrentamiento que divide a la política estadounidense) y la relación con Rusia (a partir del antiguo vínculo entre el proteccionista americano y el líder euroasiático).
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