Al chamán se le atribuye la capacidad de modificar la realidad o la percepción colectiva.
Según dicen los investigadores el chamán nace en la prehistoria y se asienta en las sociedades de cazadores-recolectores, como depositario de la sabiduría. Suelen ser elegidos por familias y sometidos a un riguroso entrenamiento. Se “comunican” con los espíritus a fin de corregir los errores de la comunidad a la que pertenecen. Finalmente se ganan el favor de sus seguidores con grandes festines de todo tipo. La figura del chamán clásico sigue presente en nuestros días. En diversas etnias amer-indias, en Siberia, en África o en Oceanía. Para ellos el chamán es el que sabe. Existen otro tipo de chamanes en nuestro civilizado occidente. Se trata de charlatanes que juegan con la inocencia, la incultura, o el desconocimiento de muchos, para crear consultas, páginas Web, programas nocturnos de la tele, etc., en los que, rodeados de una parafernalia de misterio, les dicen a los incautos lo que desean oír. Una forma como otra de engañar. Finalmente hay una serie de políticos de todo signo que toman la personalidad de chamanes a lo siglo XXI. Se comunican con los espíritus y nos hacen ver que sus errores son aciertos. Que la verdad estriba en lo último que dicen y que jamás se equivocan. Solo han cambiado de idea. Aprovechan un tiro en la oreja para apelar a su contacto con la divinidad y su condición de mártires por su país. O dan prebendas a quien sea menester con tal de seguir contando con sus votos. Cualquier día les vemos con su vara de mando ejerciendo como “mediadores entre el mundo de los seres humanos con los espíritus del otro mundo”. Cosas más raras se han visto.
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