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​Argumentos de Sumar que suman cero

En este caso, no puedo decir que haga política sin principios
Juan Torres López
lunes, 12 de agosto de 2024, 10:55 h (CET)

Hace unos días critiqué en un artículo que dirigentes del PSOE hicieran política sin principios, dando por bueno un acuerdo con privilegios de financiación para Cataluña que pocos días antes habían considerado inaceptable.


Hoy quiero criticar la posición de Josep Vendrell que presumo es la mayoritaria de Sumar, pues la expone en El País como responsable de Modelo Territorial y Plurinacionalidad de Movimiento Sumar. En este caso, no puedo decir que haga política sin principios. Todo lo que dice en defensa del acuerdo entre PSC y ERC responde a los planteamientos soberanistas que él y el grupo que se hizo con el control de Sumar desde el principio han venido practicando. Y que, por cierto, alguna relación han de tener con la pérdida tan rápida del gran capital político y las expectativas electorales que acumuló Yolanda Díaz.


Nada puedo decir sobre el deseo de futuro que expresa Vendrell cuando afirma: «los acuerdos son (…) una oportunidad para dar un nuevo paso en la superación del conflicto catalán con una mayoría parlamentaria basada en las políticas sociales, como el derecho a la vivienda y la sanidad, y en la mejora del autogobierno, poniendo fin a la dinámica de bloques irreconciliables». Así sea, es lo único que puedo desearle.


Sí debo señalar que Vendrell es sumamente optimista, por no decir que ingenuo o incluso algo manipulador de la realidad, cuando asegura que «el desarrollo de estos acuerdos permitirá consolidar la mayoría plurinacional y progresista en el Estado».


En primer lugar, porque no es cierto que hoy día haya una «mayoría plurinacional y progresista en el Estado». En todo caso, hay una mayoría parlamentaria que apoya a un gobierno de progreso pues, con todos los respetos, no se puede calificar como progresista a Junts (muy de derechas y supremacista) o incluso al PNV (por muy demócrata que sea la derecha nacionalista que representa). En segundo lugar, porque ha sido evidente que el acuerdo, en lugar de reforzarla, más bien ha quebrado desde el principio la sintonía entre las fuerzas que conforman la mayoría progresista. Desde el interior del PSOE hasta en Podemos, pasando por Compromis, Chunta Aragonesista, Izquierda Unida e incluso dentro de Sumar, se han manifestado desacuerdos muy de fondo que no permiten augurar lo que Vendrell vaticina. Por el contrario, es casi seguro que habrá fisuras, si no rupturas, (y con razón) más que reforzamiento de las actuales alianzas.


Para tratar de defender el acuerdo, Vendrell recurre a la vieja letanía del soberanismo en la que no voy a entrar, porque es imposible hacerlo. No hay base objetiva que la sostenga y, por tanto, que permita criticarla. El soberanismo no aporta hechos, ni datos contrastados, sino argumentos retorcidos para poder llegar al resultado retórico definido previamente que se desea alcanzar. Eso hace, por ejemplo, cuando habla de federalismo plurinacional basado en la «lógica de soberanías compartidas y de igualdad ciudadana». Un concepto forzado e incluso tramposo, porque en el federalismo no existen «soberanías compartidas», en plural, sino una soberanía indivisible. Si un Estado, región o territorio comparte su soberanía con otros es porque la tiene como propia y, entonces, no la compartiría porque se federe, sino porque se confedera. Lo que defiende Vendrell y de facto persigue el acuerdo PSC-ERC es esto último, la confederación, algo de naturaleza y consecuencias bien distintas al federalismo; y, sin necesidad de ser experto en estos temas para poder reconocerlo, claramente inconstitucional.


Para tratar de defender los acuerdos en materia de financiación autonómica, Vendrell vuelve a retorcer la realidad y los argumentos. Iré por partes y de forma muy rápida y sencilla para que se me entienda bien:


– Dice el dirigente de Sumar: «las comunidades tienen una amplia capacidad de gasto, pero ninguna capacidad para decidir sobre las figuras tributarias que proporcionan el 50% de sus ingresos». Es decir, Vendrell ve un inconveniente en lo que es una virtud del sistema: las políticas o normas que afectan a todo el Estado y a todas las comunidades, como puede ser el caso de impuestos estatales como el IRPF o el IVA, no pueden decidirse troceadamente, si se me permite la expresión.


– Acto seguido, Vendrell afirma: «hay margen para ampliar la capacidad normativa y para que la gestión, con una adecuada coordinación, radique en los territorios como ya ocurre en muchos países federales». Hace de nuevo trampa. No hay ningún estado federal en donde se llegue a donde pretende llegar el acuerdo PSC-ERC en materia de gestión o de normativa. No es verdad que existan agencias tributarias que sustituyan a la estatal en los territorios, ni normativa de regiones o estados federados sobre políticas, instituciones o tributos de carácter estatal.


– Vuelve Vendrell a retorcer los argumentos cuando dice: «Disponer de mayor autonomía fiscal no es un privilegio». Sabe Vendrell perfectamente que el privilegio que se critica no es eso, sino que, para ello, Cataluña se salga del sistema común para disfrutar de otro basado en la singularidad y la bilateralidad que es materialmente imposible de extender a las demás comunidades y que, además, reduce los ingresos de todas ellas.


– Asegura Vendrell: «Ninguna comunidad autónoma debe perder recursos, sino todo lo contrario». Se trata, en este caso, de una afirmación que va en contra no sólo de la abundantísima literatura económica disponible, sino de la multitud de experiencias que muestran que, cuando se hace lo que establecen los acuerdos que defiende Vendrell, disminuye la eficiencia, aumenta la evasión fiscal, disminuyen los ingresos del Estado y los de todas las comunidades y, a la larga, incluso los del territorio privilegiado.


– También retuerce la realidad Vendrell cuando afirma que «el principio de ordinalidad no pretende acabar con el principio de solidaridad». La retuerce porque la ordinalidad no es que pretenda o no pretenda eso; es que lo hace inevitable pues, por definición, la aplicación de ese principio necesariamente impide la nivelación por parte del Estado que garantice la redistribución suficiente y la equidad. La ordinalidad provoca que sujetos que pagan los mismos impuestos no reciban los mismos servicios, produciendo una flagrante inequidad. ¿Hay algo fiscalmente más insolidario?


Y también retuerce Vendrell la realidad en este caso, cuando pone el ejemplo de Alemania para defender la ordinalidad que reclaman los acuerdos. Como han señalado en un artículo reciente Manuel Medina y Luis Angel Hierro, catedráticos de Derecho Constitucional y Economía Aplicada, respectivamente, en ese país sólo se aplica dicho principio muy parcialmente, en un nivel de financiación inter Lander, pero nunca cuando se trata de financiación del Estado.


– Más adelante, recurre Vendrell a un argumento sorprendente como prueba de la bondad de estos acuerdos. Dice el dirigente de Sumar: «la mayor parte de las reformas del sistema de financiación (1993, 1996, 2009) se han iniciado con acuerdos de Gobiernos del PSOE o del PP con fuerzas políticas catalanas o con el Gobierno catalán provocando en un principio dramáticos rasgados de vestiduras con argumentos muy parecidos a los actuales, para acabar siendo debatidas y acordadas en marcos multilaterales y aprobadas en las Cortes con las modificaciones legislativas correspondientes». Lleva razón Vendrell. Ha ocurrido así, como él dice, pero olvida señalar que ha sido justamente eso lo que ha hecho que las reformas hayan ido complicando, desnaturalizando y haciendo cada vez más imperfecto el sistema. El argumento de Vendrell es tan razonable como el de un médico que primero rompiese la pierna de su paciente, luego la escayolara y acabase diciendo que hay que alegrarse de que -gracias a la escayola- no se haya quedado sin poder andar. La realidad es que el sistema no se ha ido modificando como resultado de un planteamiento de reforma general, como debiera ser, sino a base de tironeos, para zurcir los rotos que provocaba, como en este caso, el cortoplacismo oportunista vinculado a las negociaciones de investiduras presidenciales. En contra de lo que defiende Vendrell, un partido progresista no puede defender ese proceso, sino que los asuntos que afectan a todos se deben plantear y resolver entre todos, multilateralmente y no con bilateralidad. Es la única forma de evitar los privilegios.


– Dice Vendrell: «Lo peor que podría hacer la izquierda es asumir el marco de la confrontación entre territorios». Lleva razón, pero olvida decir que ese marco es el que, precisamente, ha creado el nacionalismo, el españolista de la derecha y el de las periferias, de derecha y de izquierdas; y, por extensión el soberanismo que Vendrell defiende y practica y que ha impuesto a Sumar. Es ese tipo de marco el que lleva consigo un acuerdo como el que han firmado PSC y ERC (un partido al que, como dijo una de sus diputadas a Pedro Sánchez, «le importa un comino la gobernabilidad de España»).


Las razones que aporta Vendrell para defender los acuerdos son auténticos no-argumentos. Se basan en la mera retórica. No basta con decir, como dice, que «es compatible reconocer la singularidad catalana y dar respuesta a las justas demandas de una mejor financiación de todas las comunidades». La literatura científica y la experiencia han demostrado con números y hechos que eso no es lo que ocurre en la realidad.


A Vendrell y a los dirigentes de Sumar que sostienen este tipo de discurso les sucede lo que tantas veces ha denunciado Noam Chomsky que le pasa a mucha gente en nuestra época: «no cree en los hechos». Y es lamentable que se haga política, de derechas o de izquierdas, con semejante sesgo.


La preferencia soberanista de quienes gobiernan Sumar es legítima, sin duda ninguna, y tienen todo el derecho a defenderla, como igualmente lo tienen a creer que lo que dicen es lo cierto. Pero, también deberían asumir la responsabilidad de contrastar sus opiniones con la realidad y la experiencia. En su propia organización y en su grupo parlamentario hay quien está defendiendo con coherencia y rigor otras posiciones y cabe esperar que el debate se cierre positivamente, con argumentos de peso y realistas; aunque el modo en que el grupo de inspiración soberanista de Vendrell ha dirigido hasta ahora a Sumar no permite ser muy optimista.

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