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Superficialidad extrema

Vivimos en la era líquida
José Manuel López García
sábado, 17 de agosto de 2024, 11:08 h (CET)

Vivimos en la era líquida o en la sociedad superficial. Esto significa, entre otras muchas cosas que, una considerable parte de la gente no profundiza y razona sobre la realidad de las cosas y vive de apariencias que son falsas. Está bien vivir en el presente, pero la existencia no es únicamente eso. La multitud de cuestiones y aspectos que conforman la realidad humana no son algo a despachar en cuestión de segundos sin el conocimiento e información verificada.


El pensamiento crítico es absolutamente indispensable para cada individuo y también para las interacciones sociales. Bondad, sinceridad, libertad, justicia, honestidad, integridad y solidaridad son valores de primer nivel, que son los que hacen posible el progreso social y en pleno siglo XXI, parece que están quedando en un segundo o tercer plano. No es cierto que  la brevedad de la vida invite a saltarse los valores humanos, como si fueran innecesarios. Al contrario, cada vez son más valiosos y útiles. Al analizar lo real se debe ser objetivo y esto supone la aplicación de una capacidad reflexiva, analítica y argumentativa potente, que se basa en datos y no en rumores y opiniones falsas sin ninguna base. En este sentido, lo adecuado es fijarse en los procedimientos científicos que son objetivos y rigurosos, lo que no supone que no se pueda opinar o elaborar hipótesis, pero sin faltar a la verdad y a los datos contrastados. Se perciben diversos temas en los que predomina una interpretación superficial: gerontofobia, aporofobia o desprecio a los pobres, negación del valor de la cultura, falta de respeto a los demás, insolidaridad, violencia, agresividad, odio, racismo, etcétera.


En relación con el desprecio a los mayores está muy extendido en la sociedad occidental, por desgracia, y se debe a actitudes mentales completamente irracionales, ya que todos llegaremos a ser viejos, antes de lo que creemos. Ante esta realidad inevitable, si no se muere joven, mucha gente prefiere no pensar en ello y mirar para otro lado. De hecho, se está observando que, en muchos casos, a la gente mayor se la margina o no se cuenta con ella. La vida incluye también a su última parte y no solo el periodo anterior. Mientras respiramos todos somos igualmente valiosos, tenemos igual dignidad con el mismo derecho a seguir viviendo, hasta el último segundo que biológicamente sea posible. El desprecio a los pobres es algo que se nota también en una parte de la sociedad. La compasión y la empatía son valores éticos esenciales que sirven para ayudar a los demás, en todos los sentidos.  La cultura y la creatividad son muy valiosas, pero el 97% de la población o más no es creativa y está en su derecho en no serlo, pero no se debe despreciar a los que son creativos.


La cultura, de forma mayoritaria, en la sociedad extremadamente superficial en la que vivimos es infravalorada, como una actividad lúdica intrascendente y nada importante, frente a las diversiones materiales que están al alcance de cualquiera. La sociedad tiene que reconocer a todos los creadores de contenido. Es cierto que los hechos dicen más que las palabras y la realidad es que lo realizado habla por sí mismo y esto es absolutamente innegable. 


El egoísmo existente es tan intenso que parece ahogar formas de vida profundas, ricas y extensas. Parece que lo único interesante es vivir en la sociedad de la aceleración y de la rapidez, algo que produce unos modos de vida que perjudican a las personas, en múltiples sentidos.


Todo esto es causado por un materialismo atroz que considera que en la existencia solo se trata de tener experiencias muy felices y nada más. Pero resulta, que no es así, porque el sufrimiento y el dolor forman parte insoslayable de la realidad, ya que la vida es insegura por sí misma o constitutivamente, de forma inevitable, como escribió el filósofo Julián Marías.


Además, en la sociedad actual, la falta de educación y respeto se notan cada vez con mayor intensidad, aunque también es cierto que una parte considerable de la población es respetuosa. La violencia y la agresividad aparecen constantemente en los medios de comunicación de masas en nuestro país y en el resto del mundo. El racismo y las conductas de odio son frecuentes y se producen por la falta de principios y de bondad, ya que la formación es básica para saber comportarse con respeto.


La naturaleza humana es malvada, pero puede educarse a través de la formación, de tal forma que se cultiven los valores humanísticos y el aprecio por la belleza, la libertad, el arte y la cultura. La sensibilidad ante la pobreza, las enfermedades y las crisis económicas causa actitudes positivas, que ya existen en la sociedad del siglo XXI, pero que deben ser reforzadas y ampliadas. Las organizaciones no gubernamentales no son las únicas que deben luchar contra las injusticias, también lo deben hacer los gobiernos y los ciudadanos en la medida de sus posibilidades.

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En nuestra realidad circundante, en lo que solemos citar como nuestro entorno, el sistema judicial tiene como objetivo no la Justicia, abstracción platónica que nos trasciende, sino garantizar, con realismo y en la medida de los posible, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, que no es poco. Por eso hablamos de Estado de Derecho, regido por la Ley.

Estamos habituados a tratar con las apariencias, con la natural propensión a complicar las cosas en cuanto pretendemos aclarar los pormenores implicados en el caso. Los pensamientos son ágiles e inestables. Quien los piensa, el pensador o pensadores, representa otra entidad diferente. Y curiosamente, ambos se distinguen del fondo real circundante, este tiene otra urdimbre desde los orígenes a sus evoluciones posteriores.

Dejó escrito Salvador Távora sobre Andalucía que «la queja o el grito trágico de sus individuos sólo ha servido, por una premeditada canalización, para divertir a los responsables». No sé si mi interpretación es acertada, pero desde que vi por primera vez su obra maestra, Quejío, en el teatro universitario de Málaga creo que muy poco después de su estreno en 1972, el término adquirió para mí un sentido diferente al que antes tenía.

 
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