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​Centrismo, conservadurismo, neoconservadurismo

Parece que el prefijo "neo", allá donde se ponga, no mejora nada
Luis Méndez Viñolas
martes, 20 de agosto de 2024, 11:04 h (CET)

Habíamos comenzado diciendo que el centro político no existe, que su identidad depende de la posición que adopte en cada momento la izquierda y la derecha. Pero, ¿acaso a su izquierda y derecha las cosas son distintas?


La expresión centro político sustituyó a la de modernidad, palabra muy socorrida en los comienzos de la transición. Ya éramos, por fin, la sombra de los otros. Mientras tanto perdíamos el Sáhara occidental, la industria y las creencias. El otro día una economista decía que donde la vivienda cuesta el sesenta por ciento del salario y hay que esperar dos años para una operación, no hay estado de bienestar. Cierto, aunque todos creamos seguir en él. Esa es otra de sus funciones, aparentar normalidad. Con relación a la derecha y a la izquierda, que se muevan por el espectro político no significa que lo hagan con sustancia propia.


Lo dicho no significa que no haya gente con principios. Ella es precisamente la diáspora que ha salido expelida del carrusel ferial, en el cual las fuerzas políticas cada día se parecen más a una ONG. Han renunciado a las referencias históricas, carecen de capacidad movilizadora, vetan a los miembros más capacitados para llevar a cabo lo que no tienen: un proyecto real bajo unos principios preestablecidos. ¿Y qué hacen esas fuerzas? pues gestionar un plan que no han diseñado. Que la cúpula galáctica ordena revisar todas las elecciones del mundo; pues a ello se ponen, papeleta por papeleta, país por país. ¿Qué Marruecos está en la comisión de vigilancia? ¿Vamos a discriminarlo?


El centro necesita contrastarse con algo


Desaparecidas las fuerzas reales, el magma centrista necesita referencias contradictorias que lo sitúen. Su preocupación por la resurrección de la extrema derecha (que no es nacionalsocialista ni deja de serlo, todo depende) puede que esté exagerada. Lo decimos porque paradójicamente hay acciones extremadas ante las que permanece impasible e incluso colabora. Ese miedo, además, permite un control y unas limitaciones que en otras circunstancias no serían posibles.


En definitiva, que la ambigüedad es la seña de identidad del sistema. Recuérdese, ambiguo, del latín “actuar por los dos lados”. Volveremos sobre ello. En ese ambiente, no se quiere la especificidad. Pocas cosas quedan ya definidas o definibles. Hegel creía que dada la ociosidad de los señores y la laboriosidad de los esclavos, estos terminarían gobernando. Para evitarlo se ha derramado por el orbe el veneno de la confusión y del nihilismo, junto al de la resilencia (¡da más fuerte, que no me duele!).


Cuando decíamos que los partidos carecen de identidad nos chocaban nuestras propias palabras: pero si estamos en la época del identitarismo. Es más definitoria la posición sobre el multiculturalismo o la identidad sexual que sobre la violencia contra un pueblo. Y ni siquiera esto queda claro: ¿qué pueblo? De hecho no es lo mismo bombardear a un gazatíe, culpable por nacer donde no debía, que a un muyahidín alineado con la libertad. Cosas de la tecno-ética, que además precisa de un manual de uso para sus particularidades.


La Historia incierta


Balzac decía que hay dos Historias, “la oficial, embustera, que se enseña ad usum delfini (expurgado o adaptado por razones morales o por algún interés particular) y la real, secreta, en la que están las verdaderas causas de los acontecimientos: una historia vergonzosa”. Se puede añadir que una cualidad de los españoles es su escepticismo; y un defecto, exagerarlo. Nuestros problemas vienen más del cuánto que del qué. Una labor histórica decepcionante nos ha llevado a no querer saber nada de la Historia, menos de la propia. ¿No sería mejor exigir que esas Historias sean veraces para orientarnos nosotros y aclarar a esos hiperbóreos que saben tan poco como nosotros?


Nixon, un precedente


Recordábamos la etimología de ambiguo porque tenemos la sensación de que se actúa “por los dos lados”. Desaparecido el enfrentamiento real entre fuerzas que propugnaban sistemas diferentes, ¿cómo un centro desvaído puede darle sentido a la democracia representativa? Si todos estamos de acuerdo con el sistema económico; con el mecanismo de acceso a los gobiernos (que no son el poder); con que la igualdad no es el objetivo esencial de la democracia (comparemos la proporción entre los pagos de las SICAV y los de una o un viudo para seguir viviendo en su propia casa); si todos estamos de acuerdo, decíamos, ¿qué queda por hacer? ¿Dejarlo así no dará pie a que nuevas fuerzas ocupen el vacío dejado? Quizás la solución sea enfrentar a conservadores contra neoconservadores que desean conservar casi lo mismo. No otra cosa fue nuestra Restauración. ¿Tan distintos eran García Prieto y Primo de Rivera? El problema actual es que al neoconservadurismo realmente poderoso le ha dado por ir más allá. Y más allá hay capacidad destructiva.


Para explicarnos mejor busquemos un caso concreto, el de Nixon, un presidente del partido republicano, es decir, conservador, que no pretendía cambiar el sistema; y malogrado no por lo que hizo mal, sino por lo que hizo bien. No olvidamos en su debe el golpe de Chile  pero tampoco fue nada nuevo; antes de Nixon se habían dado otros golpes sin escándalo alguno. Recordamos a vuela pluma: Venezuela (tres veces desde el 45 hasta Nixon), Brasil, Haití, Nicaragua, Indonesia, Cuba, Vietnam del Sur, Grecia, Turquía, Persia, Congo, etc. Sin embargo, insistimos, no fue lo de Chile lo que lo hundió. Lo importante fue el espionaje de un partido a otro. ¡Ah, la honradez! Por cierto, el recuerdo del 11 de septiembre chileno se ha evaporado.


Neoconservadurismo


Preferimos el concepto de neoconservadurismo porque el de extrema derecha tiene tantas tipificaciones como necesidades circunstanciales. (Aparte de que hay una derecha odiada: la soberanista. Eso sí que no). El término no es nuevo; surgió tanto de una derecha más dura como de una izquierda más pura, como siempre, que luego derivó al campo conservador de los EEUU. La mayoría de sus originadores eran intelectuales de Europa del Este (Polonia, Lituania, Ucrania). El corazón del mundo. Si surgió en los sesenta, se materializó en la década de los setenta contra la política exterior de Nixon. Esta política, ignorada por la mayoría, es la que verdaderamente cuenta. Una cosa son las pequeñeces dentro de la tienda y otra las de fuera: clientes, proveedores, competencia, acreedores, impositores, inspectores, etc. Salvo cuando, como ahora, las cosas comienzan a ir realmente mal dentro de la propia tienda.


¿Qué iba muy mal para los neoconservadores? Pues el intentó de entendimiento de Nixon con la República Popular China y con la Unión Soviética. Cuando se dice conservador se piensa en un republicano, en unas políticas sociales restrictivas. Sin embargo este no fue el caso: Nixon aumentó la ayuda alimentaria y la asistencia social a los sectores más débiles, estabilizó los precios y los salarios por lo que la renta media de los hogares aumentó; amplió de forma considerable la seguridad social. Y seguramente lo peor: tocó lo intocable, el presupuesto de defensa, que paso del 9,1 al 5,8 por ciento del PIB. Recordemos la advertencia de Eisenhower, conservador duro: En los consejos de gobierno, debemos evitar la compra de influencias injustificadas, ya sea buscadas o no, por el complejo industrial-militar. Existe el riesgo de un desastroso desarrollo de un poder usurpado y [ese riesgo] se mantendrá. No debemos permitir nunca que el peso de esta conjunción ponga en peligro nuestras libertades o los procesos democráticos” (1961).


¿Se puede destruir artificialmente la imagen de un político, de un país, de un sistema? Sí. A pesar de los ataques, Nixon había logrado una gran popularidad entre los estadounidenses. Precisamente, cuando había conseguido en 1974 un seguro de enfermedad mediante cotizaciones entre trabajadores y empresarios, tuvo que dimitir por el Watergate. Se podría añadir la retirada de Vietnam del Sur, aunque aquello no fue sino la consumación de la consunción. Además, la gente estaba de acuerdo.


Más tarde, ya enterrado, Clinton no tuvo inconveniente en considerarlo "un estadista que buscó construir una estructura de paz duradera" (1994). Elogio hipócrita. Él fue quien comenzó la expansión de la OTAN hacia el Este, asunto clave en el enfrentamiento entre conservadores (los Brzezinski –democratas-, los Kissinger-republicanos) y neoconservadores (los Bolton –republicanos-, las Nuland –demócratas-). Se dirá: pero si Clinton era demócrata. Sí, y Obama, que según el New York Times –generalmente defensor de los demócrata- “pasará a la historia como un presidente que ha mantenido al país en guerra más tiempo”. Eso por no hablar del también demócrata Truman y sus dos bombas atómicas. Es el cruce desorientador de las terminologías con las realidades. Un demócrata realizando los proyectos más belicistas, y un republicano intentando la distensión. 


Pasado el tiempo, lo del Watergate no parece ni tan grave, ni tan real a como lo presentó The Washington Post –generalmente defensor de los republicanos-. El poder de la prensa. Todavía no se sabe con certeza quién era “garganta profunda”. Cosas de la democracia, que tampoco nos quiere contar qué sabe sobre el asesinato de los Kennedy.


Algunos de ellos


Para comprender mejor ese neoconservadurismo mejor buscar algunos apuntes biográficos de sus actores: Leo Strauss (el origen); Irving Kristol (de la Cuarta Internacional, fundador de la revista Encounter, esencial en todo esto); Paul Wolfowitz (miembro del Team B, grupo corrector del pacifismo de la CIA); Dick Cheney; Donald Rumsfeld; Richard Pipes ( más inventor de historias que hisoriador); Norman Podhoretz (revista Commentary, también fundamental): Robert Kagan y Victoria Nuland (dos por uno, están casados. Ella, vestibulista (lobbysta); muy sincera: "fuck the UE”. Colaboró con Bush hijo (republicano), Obama y Biden (demócratas). Organizadora del Maidan y de algo en Georgia. Judía, lleva sangre inglesa y rusa. Fundadora del Instituto para el Estudio de la Guerra); Condoleezza Rice; Jeane Kirkpatrick (valedora de las dictaduras del Tercer Mundo-para bien de sus pueblos-); Richard Perle; Donald Reagan; Francis Fukuyama; Madeleine Albright (periodista: “Hemos escuchado que medio millón de niños y niñas han muerto (en Irak)”. Ella: “Creemos que el precio vale la pena”), etc.


De las biografías sorprenderá la amalgama de orígenes, de intereses encontrados, la variedad de adscripciones partidarias, de servicio en gobiernos contrapuestos, de contradicciones ideológicas (desde orígenes ultraizquierdistas hasta inamovibles principios ultraliberales), que en casos hacen creer que son progresistas (si no internacionalistas, sí universalistas), y con el común denominador de querer imponer una gobernanza mundial –sobre todo financiera- sobre la soberanía de las naciones. Si algo psicológico hubiera que destacar de él es su soberbia y arrogancia cegadoras, tendentes al desastre mundial. ¿No hay europeos? Que manden de verdad, no.


Algunas de ellas


Muy orientadoras son las siguientes organizaciones: Instituto Empresarial Americano (AEI, en inglés), fundado, entre otros, por el Chemical Bank y la Chrysler; Fundación Heritage (HF), organizadora del descontento contra Nixon; Proyecto para el Nuevo Siglo Americano (PNAC) (fundado por John Bolton y Jeb Bush), y el Foreign Policy Initiative (fundado Robert Kagan y William Kristol, entre otros). Su influencia puede llegar a ser mayor que la de los dos partidos.


Cerrando con lo iniciado, ¿qué servicio que le ha hecho el centrismo? Pues simplemente embozar las políticas reales, tanto en la UE como en España, bajo una capa progre (no progresista), multicolor y tolerante, impugnadora de un nacionalismo caricaturizado como retrógrado. ¿Lo es? No: simplemente le preocupa que se rompa la última barrera protectora del ciudadano frente a las grandes compañías mundiales. Parece que el prefijo "neo", allá donde se ponga, no mejora nada.

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