Dedicado A mi papá Amando Quinto Jirón (Q.E.P.D.).
“La mentira es una verdad, y la verdad puede ser una mentira” (Bayardo Quinto Núñez).
En mi memoria sólo tengo tres recuerdos de mi papá, no existe nada más. Quedé huérfano a la edad de siete años y medio. Lo otro lo conozco por fuente de mi madre y hermanos (as) y ciertos familiares que me lo comentaban y en otras ocasiones, los (as) escuchaba hablar acerca de mi padre, además por referencia de un álbum, que durante años fue recolectando recortes de periódicos mi hermana Aminta, y que ahora yo los tengo desde hace 48 años porque ella me lo obsequió, ahí es donde existen muchas cosas que escribían los periodistas, de las ejecuciones en violín de mi papá Amando Quinto Jirón, en la orquesta “Alejandro Vega Matus” En fin, cosas de cosas muy interesantes expresaban de la orquesta y el violín mágico de mi padre.
Ese día que recordaba a mi papá el día estaba un poco temeroso, pero repleto de muchos presagios, que no se sabía nada de ello, solamente se percibían. Era una mañana polvorienta, con vientos un poco cálido. Y, mi corazón de apenas siete años y medio de haber llegado a la vida, como péndulo se balanceaba de arteria en arteria sin ninguna novedad.
Esa hermosa mañana mi papá se encontraba donde mis tías, María y Aminta, ahí pernoctaba debido a su enfermedad, pues a mi tía María no le simpatizaba mi mamá y a saber por qué, además nunca lo supe, lo único que viene a mi memoria es que meses antes de fallecer mi tía María, todos esos días llegaba donde mi mamá, dialogaban, hasta el día que le tocó ir a descansar. Presumo que mi tía María llegó esos últimos meses de vida, a disculparse para disipar sus penas o hacer la paz, algo bueno tuvo que suceder. En ese ínterin de recorrido por mi mente y por las arterias de mi corazón, escuché que mi padre me habló.
-Hijo ven, llévame dónde tu mamá. Le respondí con un meneo de cabeza. Se levantó de la silla mecedora, tomó su bastón y me dijo: vamos ayúdame. Lo tomé de la mano, bajamos las gradas de la acera de la casa e iniciamos a caminar.
Habíamos caminado como quince metros y el me dijo: descansemos, estoy muy agotado. Nos sentamos en la acera. A la hora volvimos a emprender de nuevo el viaje, pero aproximadamente a los cuarenta minutos me repitió: hijo espérame estoy cansado. Y así sucesivamente cuatro veces hicimos estaciones para atender su agotamiento, era la enfermedad terminal que padecía. Tomaba sorbos de agua y me hablaba de la música: que era muy lindo, pero que la gran mayoría de los músicos son ínvidos, legiones de inconformistas, pero no hago caso, yo cabalgo como El Quijote, y he esgrimido mis propias Batallas y Victorias con mi violín, pero sé, como ley natural, todo tiene su fin. Quizás muchas cosas más me expresó, pero, no recuerdo nada.
Al fin, logramos llegar donde mi madre, a la cual mi tía María no la quería, pero ni modo era nuestro familiar. Este tiempo para mí que apenas tenía siete años y medio, fue como haber pasado todo el día, porque salimos de donde las hermanas de mi papá desde la mañana y llegamos a la casa de mi mamá, a las seis de la tarde, todo debido a su debilidad por su enfermedad que le corría velozmente. No recuerdo si ese mismo día regresó donde mis tías o al día siguiente, lo único que tengo en mi recuerdo, que, a los tres días falleció.
Mi primo Iván y yo a la hora del velorio caminábamos en el andén o acera del parque de San Jerónimo, y si Parroquia del mismo nombre, al frente estaba ubicada la casa de mis tías donde velaban a mi padre, veíamos entrar gente “vestida de negro o medio luto” Mi primo Iván, me decía, que eso era como una fiesta de despedida, así me distraía. No recuerdo más, sólo que mi padre su último andar por las calles descalzas y polvorientas de Masaya Nicaragua los disfrutó conmigo. Después, mi hermano Amando (Q.E.P.D) y mis hermanas Aminta y Yolanda fueron mi papá y mamá, al igual mi propia madre Q.E.P.D)
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