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Nuestro devenir está construido a base de relatos en los que la desinformación juega un papel preponderante

Mentiras

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Se advierte candente la disputa sobre información, desinformación, “fakes” y similares, al tiempo que parece instalarse, en las buenos propósitos progresistas, la contingencia de la censura, o el no rechazo radical de la misma.


Para una reflexión sobre ello, podemos empezar recordando que calificó Juan François Revel a la mentira como la primera de las fuerzas que gobiernan el mundo. Y eso que no conoció el francés todo lo que, después de él, fue aconteciendo en cuanto a consagración de eso que ha dado en denominarse “posverdad”, que se asemeja mucho a la falsedad.


Sea como sea, nada de esto es nuevo, pues nuestro devenir está construido a base de relatos en los que la desinformación juega un papel preponderante. Juan Jacinto Muñoz Rengel publicó en 2020 (Alianza Editorial) “Una historia de la mentira”. Afirmaba el escritor andaluz que “la mentira no solo es el rasgo evolutivo primordial del ser humano, lo que nos distingue de todas las demás especies y nos ha hecho posible sobrevivir y dominar nuestro entorno, sino que está inserta en cada una de las disciplinas que desarrollamos, en cada actividad que ejercemos, en todo acto intelectivo”. Lo comparto. No seríamos lo que somos si naciéramos exentos de mendacidad, transparentes y de una sola lectura. Siempre hay relatos para inventar y para creerse, y ahí está la causa principal de nuestro éxito como especie. Así lo sostiene Harari.


De hecho, ese término, relato, ha sido el elegido, en los últimos tiempos, para velar la mentira como instrumento y vehículo de poder. Hanna Arendt, a la que suelo citar con frecuencia, pues no tiene desperdicio, sentenció, en un párrafo muy conocido, que “mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada. Un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira no puede distinguir entre el bien y el mal. Y un pueblo así, privado del poder de pensar y juzgar, está, sin saberlo ni quererlo, completamente sometido al imperio de la mentira. Con gente así, puedes hacer lo que quieras" (1). Han pasado décadas desde que esto se escribió, pero resulta más actual que nunca.


También Derrida, el padre de la denominada “deconstrucción”, en el contexto del posmodernismo, trató el tema. Me encuentro, casi de casualidad, con el texto de una conferencia suya, dictada en Buenos Aires, en 1995, afirmando que “la mentira política tradicional, tan saliente en la historia de la diplomacia y de la habilidad política, generalmente se refería a secretos auténticos -datos que nunca se habían hecho públicos- o bien a intenciones que, de todos modos, no poseen el mismo grado de certidumbre que los hechos consumados. [...] Las mentiras políticas modernas tratan eficazmente de cosas que de ningún modo son secretas, sino conocidas prácticamente por todo el mundo”. Es decir, no son mentiras para ocultar cosas, sino para crear y apuntalar todo tipo de narraciones.


Existen, por tanto, estudios y reflexiones sesudas sobre la mentira, una realidad innegable, que sí parece mover el mundo como suponía Revel. Sospecho, sin embargo, que, poco a poco, se van imponiendo las trolas. Entiendo a estas no como equiparables a las grandes mentiras de las conspiraciones, reales o supuestas, sino como embustes de andar por casa. Tengo la sensación de que, más que grandes conjuraciones urdidas y preparadas con inteligencia, prolifera la superposición de trolas, con un resultado final cada vez menos creíble. En España, sobre todo. Aunque trola sea sinónimo de mentira, en el lenguaje coloquial suena como engaño improvisado y vulgar, mientras que la mentira parece transportarnos a un nivel más elevado en cuanto a elaboración y secuelas. Por todo ello, me cuesta pensar lo que está acaeciendo, aquí y en el orbe entero, como una gran maquinación bien planeada, pero todo cambia si lo pienso, en cada caso y a cada escala, como acumulación de trolas de procedencia diversa. Todo depende, al final, de nuestra credulidad, y no estaría de más que no nos fuera hurtada la posibilidad, como adultos maduros que se nos supone, de decidir, sin censuras, lo que aceptamos, o no, como cierto. Pero sospecho que nuestros benefactores quieren evitarnos el trago.

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  1. Hannah Arendt, “ La mentira en política” ( recogido en “Verdad y mentira en la política”) 

Mentiras

Nuestro devenir está construido a base de relatos en los que la desinformación juega un papel preponderante
Juan Antonio Freije Gayo
viernes, 6 de septiembre de 2024, 10:16 h (CET)

Se advierte candente la disputa sobre información, desinformación, “fakes” y similares, al tiempo que parece instalarse, en las buenos propósitos progresistas, la contingencia de la censura, o el no rechazo radical de la misma.


Para una reflexión sobre ello, podemos empezar recordando que calificó Juan François Revel a la mentira como la primera de las fuerzas que gobiernan el mundo. Y eso que no conoció el francés todo lo que, después de él, fue aconteciendo en cuanto a consagración de eso que ha dado en denominarse “posverdad”, que se asemeja mucho a la falsedad.


Sea como sea, nada de esto es nuevo, pues nuestro devenir está construido a base de relatos en los que la desinformación juega un papel preponderante. Juan Jacinto Muñoz Rengel publicó en 2020 (Alianza Editorial) “Una historia de la mentira”. Afirmaba el escritor andaluz que “la mentira no solo es el rasgo evolutivo primordial del ser humano, lo que nos distingue de todas las demás especies y nos ha hecho posible sobrevivir y dominar nuestro entorno, sino que está inserta en cada una de las disciplinas que desarrollamos, en cada actividad que ejercemos, en todo acto intelectivo”. Lo comparto. No seríamos lo que somos si naciéramos exentos de mendacidad, transparentes y de una sola lectura. Siempre hay relatos para inventar y para creerse, y ahí está la causa principal de nuestro éxito como especie. Así lo sostiene Harari.


De hecho, ese término, relato, ha sido el elegido, en los últimos tiempos, para velar la mentira como instrumento y vehículo de poder. Hanna Arendt, a la que suelo citar con frecuencia, pues no tiene desperdicio, sentenció, en un párrafo muy conocido, que “mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada. Un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira no puede distinguir entre el bien y el mal. Y un pueblo así, privado del poder de pensar y juzgar, está, sin saberlo ni quererlo, completamente sometido al imperio de la mentira. Con gente así, puedes hacer lo que quieras" (1). Han pasado décadas desde que esto se escribió, pero resulta más actual que nunca.


También Derrida, el padre de la denominada “deconstrucción”, en el contexto del posmodernismo, trató el tema. Me encuentro, casi de casualidad, con el texto de una conferencia suya, dictada en Buenos Aires, en 1995, afirmando que “la mentira política tradicional, tan saliente en la historia de la diplomacia y de la habilidad política, generalmente se refería a secretos auténticos -datos que nunca se habían hecho públicos- o bien a intenciones que, de todos modos, no poseen el mismo grado de certidumbre que los hechos consumados. [...] Las mentiras políticas modernas tratan eficazmente de cosas que de ningún modo son secretas, sino conocidas prácticamente por todo el mundo”. Es decir, no son mentiras para ocultar cosas, sino para crear y apuntalar todo tipo de narraciones.


Existen, por tanto, estudios y reflexiones sesudas sobre la mentira, una realidad innegable, que sí parece mover el mundo como suponía Revel. Sospecho, sin embargo, que, poco a poco, se van imponiendo las trolas. Entiendo a estas no como equiparables a las grandes mentiras de las conspiraciones, reales o supuestas, sino como embustes de andar por casa. Tengo la sensación de que, más que grandes conjuraciones urdidas y preparadas con inteligencia, prolifera la superposición de trolas, con un resultado final cada vez menos creíble. En España, sobre todo. Aunque trola sea sinónimo de mentira, en el lenguaje coloquial suena como engaño improvisado y vulgar, mientras que la mentira parece transportarnos a un nivel más elevado en cuanto a elaboración y secuelas. Por todo ello, me cuesta pensar lo que está acaeciendo, aquí y en el orbe entero, como una gran maquinación bien planeada, pero todo cambia si lo pienso, en cada caso y a cada escala, como acumulación de trolas de procedencia diversa. Todo depende, al final, de nuestra credulidad, y no estaría de más que no nos fuera hurtada la posibilidad, como adultos maduros que se nos supone, de decidir, sin censuras, lo que aceptamos, o no, como cierto. Pero sospecho que nuestros benefactores quieren evitarnos el trago.

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  1. Hannah Arendt, “ La mentira en política” ( recogido en “Verdad y mentira en la política”) 

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