En el idiolecto porteño (ciudad de Buenos Aires) es común oír durante estos días “qué va a ser” por “qué va a hacer” o “qué va a hacerle (usted)”. Ser/hacer… Se trata de una expresión originaria de la gente de campo mediante la que se reacciona (sin reaccionar). Es decir, se enfrenta la incertidumbre con más incertidumbre. Esta locución, de autocensura, representa impotencia por el estupor que provoca determinado estímulo; lleva, tácito, el “aguante”. “Resignarse” no significa desensillar hasta que aclare, como diría el gaucho pampeano. El contestatario, el rebelde, el intelectual, el estadista, el líder que pretende modificar el curso de las cosas o situaciones; el sabio, quienes ven más allá de sus narices, todos ellos requieren, en definitiva, de una condición inexcusable: percibir la realidad, y procesarla para esbozar alguna solución equitativa y razonable después. Vale decir, estatuyendo mecanismos reactivos razonables y prudentes que dirijan las cuestiones a un cauce lógico.
Existe hoy un fenómeno social complejo y difícil de superar, definible en términos de negación, diferimiento, suspensión casi en automático de los hechos que percibe el ciudadano. Las imágenes visuales y los hechos se perciben, tales registros se representan cerebralmente en la memoria y conforme este proceso, aparece la reacción, ora en respuestas de cambio, nuevas imágenes, ora en renovadas palabras y discursos. El tema es que a veces la percepción es borrada como una defensa en colectivo a fin de evitar efectos molestos o nocivos. No se ve o se ve lo que no hay… Y quien va por la vida negando la realidad o pintándola de los colores estridentes de que ésta carece, probablemente quede reclutado en su ajustada zona de confort, pero sólo por un rato: cuando se pierde identidad por no querer ver ni saber, sumándose incluso a los estudiados argumentos del otro, la realidad (que no es individual ni tampoco producto de hermenéuticas) queda rezagada al relato panóptico y continuado del que la construye a su gusto y conveniencia para desgracia del resto de los mortales. Ficción y realidad, mónada preferida del márquetin para la post verdad, las fake news, para las opiniones que circulan a bocajarro en las redes como el agua estancada que de pronto desborda de un manantial que estuvo en el olvido. (El nihilismo nietzscheano tenía en miras poner sobre el tapete filosófico algunos problemas del idealismo alemán, no hacernos creer que los hechos no existen sino creados por nosotros como los únicos seres del universo).
Diferir los problemas o prorrogar su solución evita malestar, es cierto. Somos humanos. La cosa empeora, sin embargo, cuando esta suerte de banalización complica el derecho a una vida amable. Todo, por sostener una improvisada felicidad en la endeble burbuja de los que creen todavía en aquello de que “ojos que no ven, corazón que no siente”. La noticia es que lo que sucede en el afuera sin que podamos contralarlo pues no está a nuestro alcance, jamás constituye el efecto disruptivo de un soplo, vaya a saberse si divino o extraviado en la estratósfera... Cada uno construye su mundo posible, no por ello eximido de cierta responsabilidad.
La decadencia social es un proceso que se agranda al andar gracias a los que toleran en tanto “no queda otra”. Esta actitud provoca al fin enfermedades, resentimiento y hasta violencia colectiva. Lo peor, se desparrama y contagia. Y si desaparece nuestro ser (no limitado al “yo”), quedamos expuestos a los impulsos, al sempiterno odio. Por tanto, no querer saber acerca de la realidad conlleva una transgresión peligrosa.
Para confirmar tal sin-sentido, nada mejor que aferrarse a principios vaciados de contenido, que otorgan piedra libre a los discursos falaces que pretenden como soberanas, verdades dichas a medias o camufladas. Lo real pasa a ser, así, una hechura de mal gusto, a la medida de unos y mal cosida para el resto.
La negación, aprovechada por quienes registran los hechos en su contundencia, empobrece el pensamiento, paraliza y todo lo reduce a discurso argumentativo. (Pensar requiere de argumentaciones, pero también de otros mecanismos como la metáfora, la metonimia, la analogía, etcétera). Y al negarse con brutal esmero la ontología, cualquier suceso pasa a ser el producto de un prediseño coherente, que raramente incluye la escena existencial compartida. Los hombres son tan necesariamente locos que habría que estar afectado por otro giro de locura para no estarlo, decía Pascal, en el Siglo XVII. Ya encontraba él razonamientos paradójicos en los eruditos de su época, que se devanaban entre los dogmas teológicos y las reglas de la ciencia. Hoy, cuando se deja al ciudadano de a pie librado a su suerte y cierta idiocia aparece alentada, el dicho “qué va a ser – qué va a hacerle” agrega al síntoma sin remedio una retórica fastidiosa que debería alarmar en honor a la cordura.
A quien murmure, cansado, “qué va a ser, qué va a hacer(le), usted”, yo le respondería a partir de ahora: “Usted sobrevivirá cuando pueda pensar por sí mismo. Recupere su identidad o constrúyala, de ser posible lejos de las opiniones inconsultas y del blablablá “posmo” en las redes. Busque, cuando menos, una esperanza que no lo silencie ni lo transforme en un sujeto funcional a la crueldad (e “inteligencia”) ajenas”.
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