La libertad de expresión se plantea como una cuestión resuelta. Pero en este mundo traidor no hay nada resuelto ni garantizado. Al revés, parece que entramos en un periodo de arbitrarias animadversiones, tendentes al tratamiento distinto de cosas iguales.
Parcelar la libertad de expresión es acabar con ella. Es problema similar al de la justicia: parcialmente aplicada (no juzgo a mis amigos y persigo a mis enemigos por los mismos delitos) que fácilmente puede degenerar en arbitrariedad. La libertad de expresión ya no se enfrenta a unas tijeras y brochas que eliminan caso por caso renglones indeseados: el sistema se ha simplificado: mejor hacerlo a montones, es decir, grupos de animadversiones que no necesitan ni de argumentos ni de pruebas justificativas previas: incluimos a esta dictadura en la cumbre de las democracias porque es nuestra amiga y excluimos a aquella democracia porque es nuestra enemiga. ¿Acaso hay arte más noble que el de ayudar a los amigos y sancionar a los enemigos? A esto se une el sistema de echar montañas de paja sobre las agujas (las veracidades) al modo de esos bufetes que aportan carros de expedientes innecesarios para complicar las auditorias. La política actual ha dejado de regirse por aquello que en un principio nos desconcertaba. Inglaterra lo plasmó con toda sinceridad: no tenemos principios, tenemos intereses. Esto, que parecía inmoral, se ha degradado aún más. La justificación que representaban los intereses de la nación quedó pulverizada por el método de globalizarlo todo. ¿Acaso hay algo más noble que anteponer el mundo a la patria? Perfecto sofisma. Pero ¿quién es el mundo? Lo que ahora se manifiesta con naturalidad ha necesitado un largo proceso de aculturización. Lo del choque de civilizaciones de Samuel Huntington (años noventa) no va a resultar tan peregrino. No porque sea así, sino porque así se quiere. Es la exaltación del sinsentido. Una buena prueba es la de la UE: no persigue una política egoísta, persigue un noble y desinteresado suicidio en beneficio ajeno. Bush hijo lo simplificó perfectamente: simplemente es una lucha entre buenos y malos. Como en las cruzadas. Y los malos, ya se sabe, provocan animadversión. Lo hemos olvidado, pero es bueno recordarlo: él también distinguía entre la vieja y la nueva Europa, entre los menos buenos y los buenos. Lo que ha tenido que degradarse aquella Europa para estar a la altura de esta. Ignoramos los porqué ni falta que nos hace, los importante es la animadversión. Animadversión que repite y repite hechos de unos y entierra y entierra hechos de otros. ¿Alguien habla de las hambrunas que Gran Bretaña provocó en la India, con millones de muertos, para fomentar una agricultura exportadora. Pero no, Gran Bretaña nos provoca por el contrario simpatía. Nada que objetar a pesar de que ella sí nos ha hecho y hace daño. La política que se está desarrollando contiene elementos prefabricados de racismo, xenofobia, integrismo religioso, belicismo (de los que nunca irían al frente), ideologismo (es decir, apartamiento del realismo en la política y en la economía), generismos (que en casos obstaculizan la unión de trabajador y trabajadora y propician la imposible de millonaria bancaria con su sirvienta), nacionalismos pequeños que no soportan la hermandad con sus hermanos mayores, pero que estarían dispuestos a soportar la tiranía de sus aliados grandes), indigenismos con problemas con su propia patria y amigos de ong extranjeras que los quieren separar de ella (tenemos el antecedente histórico de Hispanoamérica). Todo esto adobado con una soberbia inmadura y un masoquismo inaceptable. ¿Por qué inaceptable? Porque a sus artífices seguramente no les alcanzarán las consecuencias de lo que están provocando, y por tanto no les dolerá. Quizás esta última frase se pueda poner ya en presente. Si Volkswagen despide a X trabajadores, ningún miembro de la Comisión irá al paro. La cuestión es que se le tiene animadversión al mundo malo porque se ha establecido así por decreto cuasi imperial. Ya lo hemos dicho: esta dictadura, sí, aquella democracia, no. Lo importante es que figure en la bolsa de los animadversibles. Pongamos un ejemplo enorme: el Gran Dragón que echa inversiones por la boca y al que se le reconoce un derecho de unidad territorial sólo teórico. Lo que todo país defendería en su caso (salvo España, hablamos del Sáhara y de Gibraltar), a él lo convierte en enemigo estratégico, es decir, en malo. Recordemos de nuevo a Jimmy Carter: “Desde 1979, ¿sabes cuántas veces ha estado en guerra con alguien? Ninguna. Y nosotros hemos estado en guerra todo el tiempo”. ¿Son verdaderas las justificaciones contra él? No: lo malo es su desarrollo (como el de Europa, que ha caído en la trampa). La libre competencia no siempre es una razón del neoliberalismo. Esto toca la soberbia de quienes se creían elegidos por los dioses. Es decir, trazado el círculo que separa a buenos y malos, no hay necesidad de perder tiempo en tachaduras ni emborronamientos: bastan las montañas de paja y en casos de estiércol. Todo esto protegido por leyes que con odio combaten los delitos de odio. Humano, demasiado humano. Vulgar, demasiado vulgar. ¿Para esto civilizaciones milenarias? En la actualidad, muchas de las denuncias que se hacen no son mentiras totales. Estamos en un mundo imperfecto en el cual a todo se le puede sacar punta. El problema es que se denuncia lo que el propio denunciante hace en mayor proporción. Pero el espectador descuidado no tendrá que esforzarse para saber quién tiene razón. Todo está previamente clasificado. ¿Está entre los animadversionables? Pues todo resuelto; no importa que -según datos de Ignacio Ramonet, de Le Monde Diplomatique (grupo Le Monde)- otro malo haya derrotado a la delincuencia y la inseguridad. Que su capital sea una de las ciudades más seguras. Que haya derrotado a la hiperinflación. Que en 2023 obtuviera el mayor índice de crecimiento de América y que la previsión para este año sea del 8 por ciento. Que haya conseguido el pleno empleo con subida notable de salarios e ingresos. Que el 96 por ciento de su alimentación se produzca en el país (soberanía alimentaria. ¡Ay Europa!). Que haya relanzado la producción petrolera: un millón de barriles diarios. Que haya relanzado las ayudas sociales. Que el país vuelve a tener recursos suficientes y que gran parte de ellos los invierta en programas sociales y misiones de solidaridad. Estos son los malos, y Marruecos, con sus miserias, los buenos. No hablemos de los casos en que lo denunciado ha sido causado por el propio denunciante, lo cual, además, le procurará solvencia moral ante un mundo despistado. A esto se le unen ingenuas creencias como que todo lo legal es justo y que la censura es la reacción legal contra lo injusto. A este tipo de mentalidad le costará creer que se puede legislar contra una supuesta mentira ajena para precisamente ocultar una mentira propia. Conspiraciones, se dirá, sin querer aceptar que todo esto tiene un efecto degenerativo muy peligroso: que la mentira, sin reacciones éticas, se convierta en la medida de las cosas. Amoralidad como poco.
(continúa)
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