Cuando ahora hace dos años y medio, las tropas rusas iniciaron la invasión de Ucrania, los planes de Vladimir Putin apuntaban a una inevitable rendición del ejército de Kiev y a un rápido control del país por parte de sus tropas. No sólo es evidente que las previsiones fracasaron y que Rusia quedó embarrancada en un atolladero de difícil solución, sino que, al margen de cómo evolucione en el futuro, la guerra tiene un claro perdedor: Putin.
Es cierto que la esperada contraofensiva ucraniana del año pasado no dio resultados. También que las sanciones económicas, hasta ahora, no han condicionado excesivamente la vida diaria de los rusos y que hay demasiados interrogantes en Occidente –sobre todo en aquellos países donde la extrema derecha o la extrema izquierda pueda condicionar gobiernos– para continuar apoyando militar y financieramente a Ucrania en los términos necesarios. Pero si hay una verdad incuestionable es que de esta guerra, independientemente cual sea su resultado final, Rusia y Putin saldrán peor de cómo entraron.
Rusia sólo puede presentar un balance tremendamente negativo de lo que ha provocado en Ucrania. No sólo por el elevado número de pérdidas humanas y materiales –que en cualquier país del mundo libre harían caer al gobierno– o por los mitos derrumbados acerca de su supuesto poderío militar, sino, especialmente,porque Rusia será más débil y sus objetivos de someter a Ucrania quedarán lejos de cumplirse. Ni incluso ganando –algo improbable, ya que difícilmente lo permitiría Occidente–, Putin tendría a los ucranianos bajo el mismo férreo control que ejerce sobre sus ciudadanos. Si algo ha quedado claro en estos dos años y medio, es la capacidad de lucha y resistencia de una nación que no acepta bajo ningún concepto las leyes del invasor, y ahora ya nada que provenga de su país. La guerra y los crímenes cometidos por el ejército ruso en Ucrania están provocando un odio, absolutamente justificado, que durará generaciones.
Todos los escenarios posibles que se pueden producir cuando acabe la guerra son un desastre para Rusia. Si Ucrania lograr recuperar el terreno invadido, tantas muertes y destrucción no habrán servido para nada y la humillación resultará catastrófica para un país con un acusado componente nacionalista. Sería algo imposible de aceptar por el tirano ruso y por una ciudadanía que mayoritariamente ha comprado su falso relato.
Pero incluso en el hipotético e improbable caso que Rusia lograra ganar, el mundo con el que se encontraríasería irremediablemente más perjudicial para sus interesesen comparación al que existía cuando inició la guerra. Si algo ha quedado claro como consecuencia de los dos años y medio de fuego y sangre es que Occidente no volverá a ser tan complaciente con Moscú como lo había sido desde la desaparición de la URSS, en 1991: el presupuesto militar de los países de la UE está aumentado notablemente frente a la amenaza rusa; sus vecinos finlandeses y suecos han roto su tradicional no alineación para ingresar en una OTAN que ahora es más fuerte y cada vez tiene menos miedo en armar al ejército de Kiev; y el papel de debilidad de Moscú ha quedado claramente evidente en numerosos capítulos, el último de ellos la entrada de las tropas ucranianas en la región de Kursk.
Tampoco le habrá salido a cuenta a Putin la opción que la mayoría de analistas consideran más probable para parar el conflicto: una negociación sin ganadores explícitos. En este caso, si Rusia consolida la ocupación en el terreno invadido o una parte de él –que, por cierto, se debería encargar de reconstruir, algo que resultará un coste millonario– sólo será a cambio de seguridad para Ucrania. Y esto quiere decir entrar en la UE y en la Alianza Atlántica. Tampoco habrá sido un buen negocio para Moscú, ya que el objetivo principal que motivó a Putin a iniciar la guerra fue alejar Ucrania de Occidente. Y precisamente, habrá causado el efecto contrario.
A corto plazo, la guerra ha provocado que Rusia haya ingresado en la lista de los países parias del mundo, junto a Irán y Corea del Norte, dos de sus más firmes aliados en el terreno militar.Son los países que no sólo se encuentran más alejados de los valores democráticos, sino también los que claramente son considerados enemigos de Occidente. A medio plazo, a Rusia le costará consolidar las complicidades y tibios apoyos logrados con aquellas naciones que no le han dado apoyo explícito, pero tampoco se han opuesto a sus planes, simplemente para desafiar a Estados Unidos y Europa (el caso de China, India, Siria, Brasil o Nicaragua). Pero a largo plazo, Rusia pagará un alto precio por haber declarado una guerra implícita a Occidente. La Historia ya le reservado un papel a Putin al lado de Hitler, Stalin y Pol Pot. Y eso no tiene marcha atrás.
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