En las primeras horas del 10 de septiembre de 1935, pudo ver el final de la guerra el senador Huey Pierce Long, uno de los pocos que en plena guerra del Chaco admitió ver al rey desfilar desnudo. Dos días antes, el 8 de septiembre de 1935, en el capitolio estatal de Luisiana, un desconocido se acercó al senador al amparo de la oscuridad y sonó el ruido de un disparo.
En un estrecho pasillo, la respuesta de los guardaespaldas del senador fue desproporcionada y fatal. Más de sesenta disparos se escucharon y hubo dos bajas. Una de ellas fue un médico de alcurnia, hijo del titular de la Sociedad oftalmológica del estado, y educado en Viena, el doctor Carl Weiss. Pero fue en la otra víctima la que haría correr tanta tinta como el agua del río Mississippi que pasó bajo el puente que lleva desde entonces su nombre: Huey Long.
Era el mismo que un año antes, había enfrentado al líder de su propia bancada en el senado norteamericano, el legislador de Arkansas Joseph Robinson, en defensa de sus acusaciones que comprometían a petroleras y banqueros de Wall Street en el estallido de la guerra del Chaco.
Sus denuncias apresuraron el final de la guerra del Chaco, de la cual Roosevelt se había desentendido en 1933, por recomendaciones del Subsecretario de Estado Phillips.
En el segundo semestre de 1934, cuando las verdades sobre la guerra fueron ventiladas por Long, Clark, Nye y otros en el Congreso norteamericano, tuvo que hacerse responsable el padre de la monstruosa criatura.
En 1936 se celebrarían elecciones en Estados Unidos, y Huey Long era dueño del balance de poder: uno de cada nueve estadounidenses lo votaría, anunciaban los sondeos.
Según el informe oficial, El senador Long fue atacado por un médico que se encontraba desarmado, Pues había dejado su arma deportiva en su automóvil. Para mayor incongruencia, los proyectiles extraídos al senador eran de calibre diferente al de la supuesta arma homicida.
En la víspera, el 9 de septiembre de 1935, el célebre Director del FBI Edgar Jota Hoover había remitido veinte minutos antes del mediodía un telegrama a sus hombres en Baton Rouge. No fue para preguntar por el estado de salud del senador, porque es bien sabido que la autoridad olvida al rey que agoniza.
En realidad, Hoover estaba interesado en la posesión del arma que portaba un guardaespaldas en el atentado. Indicó luego no investigar el asesinato, con el pretexto Que no se trataba de un delito federal.
Una funcionaria de la funeraria donde fue embalsamado el cadáver del senador Long, testimonió que cuando se había retirado el personal, bien entrada la noche, llegó un conocido médico de Louisiana, Clarence Lorio. Deshizo las suturas y extrajo una bala de gran calibre y se retiró sin dar explicaciones.
Un médico de confianza de Huey Long, que se dirigía de New Orleans a Baton Rouge por pedido del senador, sufrió un extraño accidente en la carretera y no pudo llegar a tiempo para la cirugía.
Las dudas sobre la versión oficial fueron tan insistentes que en 1991 se reabrió la investigación, y se llegó a resultados contrapuestos.
De acuerdo al cineasta David Modigliani, que dirigió el documental Sesenta y un disparos, aún hoy en Luisiana se atribuye el asesinato de Long a la Standard Oil. Para comprobarlo, asegura, solo basta llegar a New Orleans y preguntar al taxista. LAW
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