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La política de los mentecatos

Los políticos, los malos políticos, siempre buscan el triunfo en su proyecto personal y ambicioso frente a lo común. Buscan el placer propio por encima de cualquier otra cosa
Vicente Manjón Guinea
martes, 10 de septiembre de 2024, 09:45 h (CET)

«El problema es que el país no es liberal de verdad», dijo en cierta ocasión Benito Pérez Galdós. Todo está condicionado a la ambición personal. Nadie que tenga cierta cultura literaria puede olvidar que el escritor canario creía, ante todo, en la bondad esencial del pueblo español. Y, sin embargo, el pueblo es la principal víctima de los partidos políticos que lo dirigen y del Estado. Los políticos que nos representan hoy día no están a la altura de lo que merece el ciudadano. Son individuos que han ido haciendo sus seguidores, como cualquier youtuber, a base de consignas impactantes, de frases grandilocuentes sin ninguna sustancia más que el efectismo, de mentiras y opiniones cambiantes ante un escenario adoctrinadoy que los han convertido en ovejas de un rebaño que les sirven para ostentar su cargo político de turno. Un escaño, con todas sus prebendas y beneficios sociales, esos de los que precisamente escasea la población.


Cuadro de Joaquín Sorolla. Benito Pérez Galdós

Retrato de Benito Pérez Galdós pintado por Joaquín Sorolla


Puede que no nos acordemos más que de aquello que nos interesa egoístamente, pero Benito Pérez Galdós creía en el sentimiento patriótico, no en el nacionalismo excluyente y disgregador. Igualmente concebía la existencia de esas dos Españas. Una que está siempre más cerca al rey y a la religión, y por otra parte, los que creen en la libertad y en el pueblo por encima de todo. Sin embargo, esa concepción, a día de hoy,ha cambiado. Esa izquierda que parecía alzar la voz de los más desfavorecidos resulta que se ha aliado con la burguesía más rancia del nacionalismo catalán. Una gran parte de los votantes de esa izquierda se siente huérfano porque todos los principios que sustentaban las creencias de la izquierda se han derrumbado. Tal y como ocurre en la conclusión de los Episodios Nacionales de Galdós, la única verdad es el desengaño y la resignación.


Hoy en día prima ante todo la búsqueda de la felicidad privada frente a un proyecto que pretenda mejorar el país y la vida de sus ciudadanos. Y esa filosofía basada en el egotismo se ha filtrado, gota a gota, en el cerebro inconsciente de cada uno de los pobladores. «Virgencita, virgencita, que me quede como estoy».


Frente a esa expresión conformista esta la aseveración rebelde de pensar que «claro que hay dinero con los impuestos que pagamos». Suficiente dinero para vivir sin preocupaciones y gozar de unas pensiones lícitamente obtenidas después de unos años de trabajo, sin necesidad de tener que estar doblando la cerviz hasta los 68 años. Dinero para poder tener una sanidad pública de primera magnitud sin listas de espera que terminan eternizándose, obteniendo el turno, incluso cuando uno ya se ha muerto. Dinero para proporcionar una educación de calidad con un profesorado preparado y bien pagado. Dinero para carreteras, para gozar de un servicio público de transportes acorde con las necesidades de cada población. Dinero para construir viviendas para jóvenes que pudieran optar a ellas con el 30% de su sueldo y no con el 80%. Hay dinero de sobra. Pero, tristemente, nada de eso es así. El dinero se queda en la cúspide de la pirámide. El mismo cash que ha sido obtenido de los propios cimientos de la sociedad y no de otro lado.


Los políticos, los malos políticos, siempre buscan el triunfo en su proyecto personal y ambicioso frente a lo común. Buscan el placer propio por encima de cualquier otra cosa. Son capaces de convertir a hermanos en monstruos para tener posibilidad de seguir viviendo de los réditos de su escaño, ese que es proporcionado gracias a los votos cautivos del rebaño. La única intención de esta calaña política es su provecho particular causando el martirio de personas y pueblos enteros. Su único lema es agarra lo que puedas y sal corriendo, o sálvese quien pueda, tras la quema.


El problema de todo eso es que esa concepción vergonzosa se ha instilado en la sociedad como un maldito sedante que ha adormecido la capacidad crítica. O estás conmigo o contra mí. O con los buenos o con los malos. Y a ti, ignorante no te queda otra más que resignarte y elegir en que bando estás. Porque así lo desean ellos, los que están en la cúspide de la pirámide social. Que seas un hombre o una mujer resignada, porque la resignación no es otra cosa que una droga, es como la morfina, es hija del discurso totalizador, del discurso idiotizador.


Dijo en cierta ocasión Julio Anguita, en uno de sus mítines allá por el 2012, que «vamos hacia un choque de trenes conducidos por corruptos y mentecatos». Hemos llegado a un momento tremendamente complicado y difícil porque se ha dado de comer en la mano al monstruo del nacionalismo más ignorante y avariento. El monstruo lo han gestado ellos, tanto el PSOE como el PP, al dejar de lado el valor cívico de la convivencia. Se han utilizado a los nacionalistas para echar tierra en los ojos al partido contrario y estos se han servido de ello para hacer un discurso tramposo y corrupto, donde lo único que importa es el beneficio personal, el lucro de la más rancia burguesía con la que uno pueda toparse. Y ese choque de trenes, tal y como decía el que fuera secretario general del Partido Comunista de España, hará que pague mucha gente que, la mayor parte de los ciudadanos de un país que no sacará ningún beneficio de ello, más bien desgracias.


Foto de Andre Mouton


Pero no importa porque nos seguirán poniendo la venda en los ojos, o la zanahoria como al burro escuálido, para seguir trabajando la tierra y pagando los impuestos que sufragan sus lujosas vidas. Solamente necesitan echarle cacahuetes al mono mientras ellos se lucran de la muerte, incluso, creando empresas de la nada que facturaran enormes beneficios vendiendo mascarillas para atemperar una pandemia. Ellos traerán y llevarán maletas por valija diplomática de un país a otro,llenas de cualquier cosa menos de ropa. Ellos, los de las mordidas por las adjudicaciones de colegios y hospitales privados. Ellos, los de desviar fondos públicos para crear embajadas de un país ficticio, en las más caras ciudades de Europa. Ellos, los de los paraísos fiscales y los de las cuentas offshore. Todos y cada uno de ellos, los que conforman la cúspide de la pirámide. Incluso el propio vértice, el punto más alto, que ahora decide crear una fundación en Abu Dabi, para evitar el pago de impuestos de cualquier tipo de herencia, con el dinero oculto en Suiza.


Pillos que se dedican a escribir libros de memorias como si su falsa palabra fuera la única que vale, como nuestro rey emérito o como los ilustres dirigentes de gobierno que nos han guiado a la resignación mientras ellos se llevaban el dinero a paraísos fiscales o países de mandatarios conchabados o bananeros.


Estamos adormecidos, drogados, vivimos en un mundo de irrealidad bajo el influjo de estos raputines o influencers de la política moderna. Estamos resignados ante el discurso oficial que baja desde muchos sitios: desde los poderes públicos, desde las sentencias de los tribunales, desde las cátedras, desde las clases de primaria donde ya se van instilando en la mente de los niños unas ideas preconcebidas, desde la televisión y los medios de comunicación mamporreros. Aquello que solía decirse de que la ley es igual para todos no deja de ser una ilusión de máscara veneciana. Ellos se hacen las leyes a su medida. Las ponen y las quitan. Se auto indultan, se auto amnistían, se aforan, pero tú, ciudadano, paga tus impuestos, porque así lo dice el lema: «Hacienda somos todos». No se te ocurra desgravarte nada que esté en el alambre de la legalidad porque Hacienda te vigila.


Vivimos en un continuo trampantojo, en una ilusión aceptada donde los ricos y la casta, cada vez son más ricos y poderosos; y donde los pobres y la supuesta clase media cada vez está más ahogada y asfixiada en impuestos que no se repercuten en la ciudadanía. Confundidos por una política de intereses particulares frente a lo común. Y lo peor de todo es que se ha caído en una venenosa resignación, en un clamor interior que reza: «no se puede hacer nada. Todos son iguales».


Como dijo Juan Rulfo en Pedro Páramo, «hay pueblos que saben a desdicha». 

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