Ya no es fácil saber (si es que alguna vez se supo públicamente) cuál era el proyecto inicial de la hoy UE. Las declaraciones y actos de sus representantes jamás han avanzado en paralelo y con claridad. ¿Un gran proyecto para el desarrollo y la coordinación económica de naciones soberanas? ¿Un proyecto político confederal? ¿Un proyecto federal? ¿Un proyecto bienintencionado? ¿Una trampa para encadenar un continente a otro? ¿La trampa de algunos políticos para servir a las grandes corporaciones financieras?
La sospecha de que esto se estaba torciendo comenzó con las adhesiones apresuradas y prematuras de los países del Este (¿por qué ellas sí y Turquía no?). En vez de un fortalecimiento de la cohesión interna y del ideario europeísta se produjo un resquebrajamiento general. Para muchos –tanto del lado norteamericano como del europeo- fue una decisión tan errónea como la de su ingreso en la Otan. No caeremos en la trampa de tecnicismos y legulellismos, porque ese es precisamente el fuerte de los funcionarios de la UE, dar fórmulas que no entienden ni los propios que las han de promulgar. Tenemos amigos en esos puestos que siendo personas muy cualificadas no ven árboles en los bosques sino manuales de funcionamiento. En cierto sentido han asumido una segunda nacionalidad, reticente con la soberanía de sus países de origen. Una tendencia muy humana: vestir (asumir) el nuevo cargo.
La cuestión es que, tras unas elecciones europeas con resultados insatisfactorios, no ha habido en su cúpula cambios sustanciales. Se dice que la ejecutiva actual está más a la derecha que la anterior; lo dudamos, no es fácil. Si hay un baremo ideológico fiable ese es el del grado de belicosidad.
La cosa no está nada bien
Solicitado por la propia Comisión Europea, Mario Dragui ha realizado un informe sobre la situación (“Futuro de la Competitividad Europea”) que denota que está todo por hacer y “en lenta agonía”. Se ha hecho evidente que no hay control ni reproche institucional ni malestar, y lo peor, que el cambio queda en manos de los mismos que, con sonrisas de hielo, han causado el desastre.
Tanto por la cúpula de la UE como por la del gobierno alemán, aquello de la eficacia teutónica ha quedado en entredicho. Aún recordamos las regañinas racistas a los griegos en particular y a los pigs en general.
Mario Draghi, ex BCE, ex primer ministro (dimitió tras perder el apoyo de Forza Italia, de Silvio Berlusconi; de la Liga, de Matteo Salvini; y del Movimiento 5 Estrellas, de Giuseppe Conte) y ex Goldman Sachs (como Macron), ha lanzado una especie de reprimenda a los demás, de la cual él se excluye, a pesar de ser una pieza esencial del aparato europeo. La impresión que causa el informe es que el presupuesto aplicado en el ejercicio anterior no afrontó las necesidades de la UE. Ahora se necesitan 800 mil millones de euros anuales para recuperar el tiempo perdido. Casi un billón (un millón de millones). En definitiva, según Draghi, una reestructuración a gran escala de toda la economía y una dura década por delante. Si antes una gran empresa pagaba 80 mil euros por su energía, ahora paga 160 mil.
Cuando se habla de dinero pareciera que la UE es un espíritu que lo produce milagrosamente. El endeudamiento, la inflación no son problemas para ella. Sus ciudadanos, sobre todo los más gravados por ser proporcionalmente más pobres, no existen.
El informe, como siempre, ha tenido múltiples interpretaciones. Nos quedamos con las de quienes en sus previsiones prefieren la verdad a las falacias optimistas. Según ellos es el informe de un banquero, y por lo tanto, de una tendencia privatista (del sistema de pensiones, por ejemplo) que manifiesta una preocupación social (¿con más endeudamiento, más inflación, más gasto en defensa, más gasto energético?) no creíble. Es decir, que nosotros habremos de reír las gracias de la Comisión.
Si esto es en lo económico, en lo político parece que Draghi opta por profundizar en una supuesta federalización –supuesta porque más bien parece una cupularización- a costa de las soberanías nacionales. Y como ya ha ocurrido, a quien rechiste, deducciones en las partidas que le correspondan. Algo inaudito. Pareciera que en definitiva necesitan una estructura piramidal al estilo de un gran banco, para así desarrollar el proyecto que avanza hacia el globalismo financiero.
Más que asuntos técnicos
Pero no entraremos en asuntos técnicos en los cuales los propios expertos no se ponen de acuerdo (por ejemplo, EEUU, está reculando de un neoliberalismo salvaje a un importante programa de inversiones públicas; y también sin cambiar a nadie –no demos importancia a los distintos apellidos-).
Lo que sí está claro es que hablan sólo entre ellos y que no ven necesidad alguna de preguntar. ¿Esta Europa es realmente aquella que decían nacía para evitar más guerras (la II Guerra Mundial era reciente); que hablaba de la protección de su agricultura; que era un gran proyecto industrial (que después creció desindustrializando, tal como nos ocurrió a nosotros: la segunda flota pesquera del mundo desmontada en un 50 por ciento); cuya bandera era un estado de bienestar que ahora prefiere cañones a hospitales, según el ínclito Borrell; que proyectaba una defensa independiente; que en ningún momento planteó –al menos claramente- la eliminación de las soberanías (ahí estaba De Gaulle), y menos sin aclarar previamente cómo? Pues bien, nada de esto se ha hecho realidad. Las diversas culturas europeas –verdaderas almas de sus pueblos- se han plastificado; no tenemos pensamiento propio (vaya industria musical, cinematográfica, idiomática, hasta biográfica, nos ha quedado); y carentes de lo fundamental: de una misión propia y determinada en el mundo. Se ha logrado: Europa es un apéndice.
La realidad es que no hay dos, sino tres niveles europeos, y la Europa más antigua (la Vieja Europa) ha tenido que plegarse a la nueva, que actúa más como agente extraño que aliado. Esto, sin contar a Gran Bretaña, que sin estar dentro, actúa como intermediaria y cordón umbilical transatlántico. En definitiva, una estructura piramidal poco democrática. Pensar en una estructura horizontal que integre y nivele a los distintos países son proyectos excesivamente humanistas. Los gobernantes europeos están en otra cosa, como afinar el oído para que las consignas lleguen altas y claras, como decía Bush hijo.
El meollo del problema
Si lo antedicho resulta insatisfactorio, increíble es la afirmación de que otro de los objetivos es reforzar la competitividad frente a EEUU y China. Sirva contra China: sabemos que ha sido declarada enemigo estratégico (¿en su momento, cuando EEUU despuntaba, fue catalogado así?). No hay nada más razonable que una UE cargada de problemas los aumente abriendo un frente chino (dos barcos alemanes hace poco se fueron hasta Taiwan). No hace mucho, habilidosos estrategas pedían un boicot comercial total contra ese país. Pero asumido este segundo suicidio, si sorprende que se incluya a EEUU. Tanto que a algún miembro de la Comisión le habrá dado un soponcio.
Diversas doctrinas y una sola estrategia
Durante décadas los interesados en la política internacional han clasificado aplicadamente todas las doctrinas habidas y por haber del país hegemónico. Empezando por el más sincero de todos, el inglés Mackinder, totalmente vigente, y terminando por la última hornada de neoconservadores actualizados; ello sin olvidar –y sin orden cronológico- a Monroe, Mahan, Wilson, Roosevelt, Dulles, Spykman, Nixon, Brzezinki, Cohen, Kissinge, Kagan, etc. No obstante, ¿para qué tanto esfuerzo memorístico? Basta con enlazar al conservador Mackinder con el demócrata, católico y atómico Truman, junto a su inefable James Burnham. Su doctrina (casi churchiliana) es la verdadera estrategia, lo demás son tácticas variables, a veces contradictorias entre sí. Una cosa es decir qué hacer y otra cómo hacerlo.
Y cuál es esa estrategia: simplemente impedir que surja otro poder que pueda disputarle la hegemonía. No importa que ese otro sea amigo, como lo es Europa. Lo importante es que la garantía de su dependencia no resida en su propia voluntad, sino en su impotencia. Laboriosamente han logrado lo que querían: levantar un muro entre Europa y Eurasia. Un muro destinado no a evitar las fricciones, sino a aumentarlas para que no exista un flujo comercial hacia lo que es el futuro: Asia entera, no se olvide a la India. Lo dijo Bush: dos Europas: la vieja y la nueva. Una más sumisa a sus dictados y belicosa (la Oriental), y otra hasta no hace mucho más independiente por su potencia (la Occidental). Por supuesto, sin olvidar “el legado” británico. Ahora que ha surgido en Huelva una feria agradecida a ese legado (por las minas de Riotinto), habría que hablar un día sobre él y sobre el despiste nacional.
Por todo esto, sorprende que Dragui se atreva a proponer “reducir dependencias externas”, poniendo a EEUU y China en un mismo plano de competencia. No es ese el plan de la Comisión, empeñada en impedir, a costa de lo que sea, que nada haga sombra ni a los EEUU ni al dólar.
En estos últimos años se ha producido un proceso de canibalización a costa de Europa. ¿Qué significa? Pues que si las calderas de la locomotora principal necesitan material combustible, desguácese el vagón más próximo, aunque este sea el de la UE. Lo hemos comprobado con las fuentes de energía, la desindustrialización, el gasto militar, y lo que quede, incluido el campo de batalla.
Pese a lo que se crea, la medalla de la guerra fría corresponde al partido demócrata. En su vocabulario, nunca aislacionista, siempre han pesado más las palabras libertad y democracia que la de paz. Recordemos una vez más a Truman, con su doctrina de contención no del comunismo, sino de todo aquello que pudiera disminuir su papel hegemóníco. ¿No se quiere reconocer? Nosotros sabremos.
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