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Etiquetas | Política | Podemos

Por qué lo llaman controversia cuando habrían querido decir globo sonda

Una estratagema que buscaría sondear cómo son recibidas ambas fórmula
Diego Vadillo López
viernes, 23 de septiembre de 2016, 08:38 h (CET)
Desde que Pablo Iglesias declamase el otro día en un acto de campaña de las autonómicas gallegas, a modo de declaración de principios (o meramente de intenciones), algo así como que era bueno dar miedo a según qué rivales políticos, además de a sus aledaños entornos, y su correligionario Iñigo Errejón refutara en Twiter tan aventurada aseveración mostrándose a su vez partidario de unas más aticistas fórmulas, unos y otros medios informativos se han referido a tal “controversia” infiriendo fracturas, disensos, intestinas batallas… y demás fórmulas conflictuales, lo que ha venido muy bien a los adalides de la nueva política toda vez que dicha aireación les ha de poner en la pista del éxito de una u otra variante en función del calado de las mismas en la opinión pública.

Vamos, que lo que se nos ha endilgado como transparente forma de confrontar estrategias es, en puridad, una estratagema que buscaría sondear cómo son recibidas ambas fórmulas. Todo sería, al fin, una manera de tomar el pulso a la ciudadanía, cosa que lo que vendría a revelar no sería sino un manifiesto rasgo de narcisismo muy propio de la política de otrora, de esa de la que tanto dicen querer desmarcarse. ¿Por qué digo esto? Pues porque todo lo que sea urdir argucias para obtener réditos electorales en lugar de dedicarse enteramente a tratar de articular los intereses del pueblo, priorizando a los más castigados por las circunstancias, será contribuir a la engañifa en que ha quedado instituida la política desde hace ya mucho.

Lejos de estar presentes a toda hora allá donde la “plebe” sufre los rigores de los más duros escenarios sociales, se dedican a la política de salón, conspirando no solo contra el rival político, sino también internamente. Así las cosas, la última añagaza ha sido la de crear una ilusión de transparencia a través del conducto virtual (que es de lo más cómodo y profiláctico) consistente en postular dos procedimientos: (1) la fórmula Iglesias, más expeditiva y sin complejos, y (2) la fórmula Errejón, más ponderada y seductora. Se da, así, un mensaje de unidad desde la diversidad posibilitando, al tiempo, que gentes de distintas sensibilidades se sientan atraídas por uno u otro agente al mismo redil: por un lado los más ortodoxos izquierdistas y por otro los que se mueven en áreas más “de centro”. El contar con Errejón viene a otorgar la posibilidad de liberar a Iglesias de la esquizofrenia que venía mostrando en los últimos tiempos y que hacía recordar a aquella canción de Teresa Rabal que implicaba no poca exigencia física por basarse en la exhortación, al generalmente joven auditorio, a seguir el mandato de un estribillo que decía reiteradamente: “Me pongo de pie, me vuelvo a sentar”. Las consecuencias eran agotadoras, como agotadores son los cambios de premisas de los actuales líderes políticos, al quererse (desde todas las formaciones, sin excepción) abarcar a cuanto mayor espectro electoral.

Asistimos a un continuo “twist” político-programático.

Entre las motivaciones argüidas cuando de justificar el telemático intercambio dialéctico se trataba, se apuntaba, como hemos indicado más arriba, la transparencia, una transparencia que queda anegada en los lodos de una sinceridad táctica, apócrifa. Nada nuevo bajo el sol. Lo que se quería meramente era realizar la testación de la atmósfera en aras de direccionar las campañas en una u otra de las orientaciones antedichas.

El profesor Jorge Verstrynge (compañero de viaje de Podemos) venía a apuntar el pasado 21 de septiembre en el programa Al Rojo Vivo que la postura de Iglesias estaba en los parámetros fundacionales de la formación, ya que esta fue concebida para defender a los más débiles, adoptando la función del tribuno de la plebe, premisa esta que si se analiza en profundidad se puede antojar indeseable por lo humillante de su trasfondo: y es que el pueblo más que un defensor segregado de ella quizá necesitaría más bien que se la tuviese realmente en cuenta y se luchase por darle verdadera participación en la cosa pública. Ese debería ser el mandato imperativo al que habría de atender un partido como Podemos: bogar por abrir “realmente” las instituciones a la participación ciudadana en lugar de buscar unas bases electorales que apuntalen el egocentrismo de unos pocos. Resulta curioso como unos y otros dentro de Podemos empiezan a buscar flancos de influencia: las “ex” de los dos contendientes en la tan traída y “¿controvertida?” disputa dialéctico-telemática, Tania Sánchez y Rita Maestre, se han postulado no hace mucho para liderar el partido en Madrid en lo que empieza a parecer un juego de dinastías, o de tronos, mejor, dado que a muchos de ellos les apasiona una serie con ese nombre.

Teniendo en cuenta lo difícil que se antoja cambiar las tornas de la lógica política vigente, cabe decir que no es lo mismo que gobiernen unos u otros, es cierto que al menos hay diferencias de matiz, pero en lo que parecen coincidir todos, incluso los más opuestos contendientes, es en el juego estratégico por imponer sus respectivas improntas. En el caso que nos está ocupando, los protagonistas han tirado de sutileza para encauzar la esquizofrénica deriva que los planeaba optando por integrar las dos vertientes más pujantes y electoralmente rentables de sus propuestas programáticas, tratando de obtener, de recuperar, esa legitimidad que paulatinamente se ha ido diluyendo a medida que iban siendo asimilados por esa clase política ya vigente antes de su adviento.

Una vez adheridos a los ámbitos del privilegio que otorga el ser representantes políticos, se dedican a lo que ya se venían dedicando otros: realizar cálculos probabilísticos en pos de conseguir las mayores cotas de apoyo ciudadano y buscar sendas de perpetuación, haciéndonos ver que unas u otras maniobras en realidad atenderían a un grande interés por el pueblo al que representan. Y mientras tanto, el resto seguimos quedando instituidos como meros observadores. Ante tales premisas cabría abogar por un sistema que nos diese entrada a todos en el juego político, pues para ejercer como meros observadores, o contemplativos invitados de piedra, ya tenemos los recintos de artística exhibición del eje Prado-Recoletos, una opción mucho más edificante, sin duda, cuando de mirar obras se trata. Obras de arte; no obras sustentadas en ciertas malas artes.

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