Partamos de la premisa de que ninguna muerte es ni estúpida, ni tonta, pero hay momentos en la historia, este que referiremos es uno de ellos, en los que el fallecimiento de una persona ha sido causado por un suceso a veces trivial, a veces jocoso, pero con desenlace funesto. En ocasiones fortuito, o imprevisto. El balance total de estos fallecimientos arroja la no despreciable cantidad de 684.000 muertes al año en todo el mundo, según estudio realizado por la OMS. Las personas mayores que viven solas no son específicamente las más afectadas, pues muchas veces, por no decir la mayoría, son accidentes accidentales los que ocasiones las defunciones. Las causas son resbalones, tropiezos, caídas al caminar, o desprendimiento de cornisas, macetas u otro objeto. Estos hechos ocasionales, no halagüeños, atribuidos a caídas produjeron en España, según el balance de 2021, una media de diez muertes diarias, con un total de 3.655 al año, según los datos del INE. Cifra superior a la de suicidios que alcanzan las 11 defunciones diarias Esto no es nuevo, pero sí sucedido por eventos imprevistos. En Grecia, se dio un caso que podemos considerar paradigmático, y, aunque se trate de un acaecido aciago, puede parecer jocoso. La tragedia griega giraba en torno a Ἀνάνκη, madre de las moiras, que eran las que regían el destino de los hombres, del cual ningún humano podría librarse, el hado inevitable. Lo que en español es el sino la fatalidad o el destino. Los grandes autores de la tragedia griega fueron Esquilo, el más antiguo(524 -456a. C)que junto a Sófocles(495- 406 a. C.) y Eurípides(406- 480 A. C.), son la máxima representación de los inigualables dramaturgos antiguos . Esquilo, nació en Eleusis, en demo (circunscripciones en las que se dividía Atenas) cercano a esta, en 525 a. C., y murió en Gela, Sicilia, en 456 a.C. En sus obras reflejó la sumisión del hombre a un destino superior incluso a la voluntad divina. Tal destino es una fatalidad eterna (moira) que rige la naturaleza y contra la cual los actos individuales son estériles. Preocupado por el destino que le reservarán lo dioses, es lo que expone en sus obras, como hemos dicho, consultó al oráculo de Delfos cómo moriría. La contestación del divino Apolo fue que su muerte sería porque una casa lo aplastaría. Lleno de preocupación, cuando no miedo, vendió su domicilio y se marchó a vivir al raso, en el campo, buscando espacios donde moverse sin tener que estar bajo un techo. Los hados, el destino Ananké, o cualquier otro poder ajeno a la voluntad del hombre, que tan bien había representados en sus obras, maquinaron para que se cumpliese la respuesta de Apolo. Aunque hay varias teorías sobre su muerte, la más aceptada es que, cuando paseaba por el campo, le cayó sobre su cabeza calva una tortuga. Desde luego que no hubo testigos presenciales, pero se cree que el quelonio, llevado en su pico por un águila, y confundiendo esta la calva de Esquilo con una piedra, la soltó para que, al caer sobre ella, se rompiese, y así poder comerla. Ananké se ensañó con él.
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