Transitamos por un tiempo donde la racionalidad del siglo XX está en crisis. En el campo de la comunicación y la política, ciertos términos como “Estado”, “mercado”, “público” y “privado” han sufrido erosiones. ¿Qué significa hoy recordar los antiguos argumentos que se desplazaban entre supuestas certezas de identidad y una cultura política? ¿Cómo transitar entre las finanzas y la legitimidad en la construcción social de relatos y territorios? Durante mucho tiempo, los registros donde concordaban lo singular y lo general, le daban duración a la construcción de la nueva España de la Transición. Sin embargo, lo que a veces se omite es que por esas fechas existían otros movimientos que no eran muy visibles. Los actos cargados de simbología nacional y popular fueron adentrándose en el nuevo liberalismo político, que había que confrontarlo con nuevas expresiones que ambicionaban una integración distinta dentro del “campo nacional” histórico. Es cierto que muchos políticos de la época no tuvieron la capacidad de expresar lo primordial para “captar” al pueblo: conducirlo al nuevo momento histórico que se afrontaba. En ese proceso de gestión con viejos y nuevos actores se construyeron imágenes individuales y fortalezas colectivas que intentaron asemejarse para crear una historia mejor.
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