Después de leer la denuncia de la actriz Elisa Mouliaá contra Iñigo Errejón cabe preguntarnos si el consentimiento razonado como “solo sí es sí” tiene sentido y validez jurídica.
Parece que la relación fugaz de ese día entre la actriz y el político iba de aceptar las condiciones impuestas por el hombre como si de un juego se tratara. Pero ¿dónde acaba el juego y dónde empieza un comportamiento no deseado?
Siguiendo la pauta diseñada por Clara Serra en El sentido de consentir (Anagrama, 2024), podemos elucubrar sobre si la actriz estaba consintiendo o cediendo a participar en el juego.
Fue después, porque la denuncia se presenta tres años después, cuando la mujer comprende que la relación que tuvo con el político no era otra que una relación de poder y dominación. Consentir no le valió de nada porque era una relación de fuerza la que se daba y ella la estaba aceptando de forma confusa. Para el hombre suponía una práctica sexual legítima porque incluía un carácter consentido. Había cierto consenso en lo que hacían uno y otro, pero este es un si jurídicamente inválido, como dice la autora citada. En esta denuncia se da lo que ella llama “consentimiento como cesión ante el poder”.
El “solo sí es sí” comporta ciertos problemas aunque haya servido de campaña de concienciación para las más jóvenes que, como dicen las noticias de prensa de estos días, “el feminismo avanza” y que “la transformación de la sociedad no tiene vuelta atrás”. “Ahora identifican la violencia desde su libertad sexual”, se puede leer en El País del sábado, 26 de octubre. Todo es opinable, todo es parcial y todo tiene su punto débil.
El feminismo avanza a medida que las conductas abusivas se adaptan a los nuevos tiempos. Seguimos en las mismas. Otros perros con los mismos collares.
El estudio citado, ampliamente documentado sobre el consentimiento, también se refiere al sujeto habitado por el conflicto interno. No tenemos las mujeres por qué obligarnos a ser auto-transparentes, no debemos confundir nuestro deseo con el consentimiento y, sobre todo, no tenemos que renunciar al deseo, eso que se busca y que no se sabe muy bien qué es.
También viene a afirmar que el silencio era un no más fácil de demostrar que el sí, que exige un plus a la persona violentada en su voluntad. Solo el no nos salva y tiene que ser la práctica jurídica la que así lo aclare, no hace falta que la ley sea tan explícita porque no debemos estar obligados a ser tan claros y precisos en nuestros comportamientos. ¿Realmente lo deseamos así?
A todos nos hace pensar estos días lo acaecido entre la actriz y el político, pero sobre todo preocupa la cantidad de mujeres que habrá perjudicadas por este comportamiento de una persona que considerábamos ejemplar. Y así lo demuestran los titulares de prensa: “Las acusaciones a Errejón, un golpe al alma de la izquierda feminista”: “El canto del cisne. Errejón o Ábalos destrozan a la izquierda, cuyos votantes anhelan la ejemplaridad”; “La farsa de Errejón”, entre otros, leemos en La Vanguardia. “El caso Errejón aboca a las izquierdas a reconfigurarse”, “Las acusaciones abren un complejo futuro judicial para el exportavoz de Sumar”, en El País.
Luego estamos ante un caso que surge de las tripas mismas del “solo si es si”. Quien lo diría hace solo unos años atrás. Tenemos que volver al origen de la masculinidad. Cómo se construye y cómo se construyó la del denunciado. ¿Se formó en los videojuegos, esos a los que tanto cuesta llegar a las mujeres? ¿Surge su masculinidad del cine porno? Ese que tanto daño hace a la educación sexual en igualdad? Quizá es producto de las nuevas tecnologías y de la vida virtual a la que nos entregamos, los jóvenes con más dedicación. Antes de encontrarse en la realidad, denunciante y denunciado llevaban tratándose en las redes sociales más de un año. Calentando motores, diría él, a ver si es verdad que sabe amar con algo de romanticismo, diría ella. El resultado está visto.
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