La escritora rumana, afincada en Cataluña, ha tenido la suerte, porque no deja de ser una suerte, de ganar el XX Premio Tusquets Editores de Novela 2024.
Corina Oproae, autora del libro. Imagen: Tusquets
El libro agraciado nos cuenta la historia de una niña que ha ido creciendo bajo el régimen dictatorial de Ceaușescu. Una niña amiga de los libros y que tiene la extraña creencia de que ha provocado la enfermedad de su padre sin querer, ya que éste prometió librarla de cualquier dolor apropiándoselos gracias a la magia.
Ya, con este inicio argumental hay algo que chirría en cuanto a la originalidad pues lo primero que nos viene a la mente es la similitud con el mastodóntico personaje, John Coffey, en la película The Green Mile, interpretado por Michael Clarke Duncan. Un preso condenado a muerte que tiene poderes sobrenaturales y que sana a los demás absorbiendo sus dolencias y enfermedades en su propio cuerpo.
Hay que decir, en su salvedad, que el mundo de la literatura está concebido por múltiples coincidencias o intencionados aprendizajes de determinadas circunstancias que nos pueden derivar hacia campos inexplorados.
El caso es que, concediendo esa duda, la principal intención de Corina Oproae es mostrarnos en el libro la presión dictatorial y las injusticias cometidas en la sociedad que le ha tocado vivir a través de los ojos inocentes y siempre despiertos de una niña: la protagonista de la novela. El momento temporal del libro se sitúa durante el régimen de Ceaușescu y su posterior caída, lo que, de inicio nos genera la ilusión de atraernos por el conocimiento de una sociedad controlada y asfixiada por un dictador con mano de hierro.
La voz que nos narrará los hechos no es otra que la de una niña de abiertos ojos y sentimientos a flor de piel, aunque barnizados de una fría distancia emocional. Serán las percepciones de esa niña las que conducirán al lector hacia la denuncia de una sociedad caduca sostenida bajo unos cimientos de barro y apuntalados en la demagogia. Y es aquí, en la adopción de la voz narrativa, donde algo me vuelve a chirriar en cuanto a la originalidad de la narración. Porque si hay un libro, inigualable e inmejorable, que haga una profunda denuncia de la sociedad desde los ojos inocentes de una niña, ese es Matar a un Ruiseñor de la escritora, nacida en Alabama, Harper Lee. Una niña de seis años que vive en el sur de los Estados Unidos, durante la Gran Depresión y que con su perspectiva inocente observa las injusticias y prejuicios raciales de su comunidad. Harper Lee provoca el tremendo choque entre la pureza infantil y la crueldad de la sociedad adulta, circunstancia narrativa esta que parece haber tomado para la redacción de su novela la escritora Corina Oproae.
Pero más que todo lo señalado anteriormente, lo que mayor consistencia de originalidad da a la novela es la descripción de una casa de color limón. Una casa familiar de cierta tendencia medio burguesa que será derruida con la llegada del socialismo. Condenada a no destacar ni sobresalir en una sociedad supuestamente igualitaria donde se proyectará la reubicación a edificios grises, de hormigón, fríos, con casas pequeñas. Porque en el nuevo régimen comunista, bajo la estela totalitaria de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Rumania debe seguir los pasos de tales doctrinas bajo las directrices de su Conducator: Nicolae Ceaușescu. «Vamos a vivir como todo el mundo, en una caja de cerillas», dirá el padre de la niña. «Y donde nos vamos a oler en todo momento para saber si estamos vivos y no muertos. Es lo que dice papá. Mamá le dice que se calle», contará la pequeña protagonista de la novela desde esa inocencia que da la infancia.
Será el personaje del padre el que ejercerá de prototipo rebelde capaz de denunciar los abusos que el régimen comunista comete entre sus ciudadanos y la ingenuidad de la niña será la que le dará voz. La madre adoptará la postura del miedo y la temeridad, pidiendo siempre el silencio o hablar en voz baja para evitar que nadie los escuche, ni los vecinos ni la policía secreta que se encuentra en todos y cada uno de los rincones de esa sociedad tiranizada.
La pequeña irá soltando píldoras a lo largo del libro que propician la visión de un régimen autoritario donde están cercenadas las libertades y donde todo está dirigido por un férreo control. Libros prohibidos por subversivos, a excepción de aquellos que son propaganda y alabanza del sistema gubernamental. El establecimiento de una cartelă, o cartilla de racionamiento para poder adquirir alimentos. El temor de ser denunciados…
Hay circunstancias de la novela que generan una intriga continua como por ejemplo saber el por qué el padre de la pequeña ha enfermado verdaderamente. Un tipo que se muestra ausente, como un loco que ha perdido el sentido y la razón, la emoción de vivir. Una cierta angustia, perfectamente llevada en el hilo conductor del argumento de la novela que nos llega a hacer pensar, o suponer, en una supuesta detención por parte de los cuerpos represivos del Estado, e incluso de un interrogatorio a base de torturas. No obstante, esa tensión se reblandece cuando uno se da cuenta de que no hay ningún secreto tras ello, sino que la enfermedad es adquirida por la exposición continua a sustancias nocivas y peligrosas a consecuencia del trabajo desempeñado por el padre en una planta química, por supuesto, sin las precauciones necesarias para cualquier obrero.
El tema de la enfermedad y de la muerte está siempre presente a lo largo de la novela, cobrando realidad con los continuos fallecimientos de familiares en distintas circunstancias, incluida la defunción de su propio padre. «Las muertes que tocan nuestra vida nos preparan para nuestra propia muerte. Y estar preparado significa no hacer planes sobre la muerte, sino sobre la vida», dirá Corina Oproae en un alarde de genialidad aludiendo a esa idea poética, aún en la adversidad, de vivir el momento.
Sin embargo, esa pretensión de la autora de transmitirnos la idea de una sociedad tirana como la Rumanía comunista de Nicolae Ceaușescu donde no hay futuro, donde sus habitantes tienen una inclinación continua a vivir el momento, a sobrevivir, más bien, se ve diluida a lo largo de sus páginas por el mero hecho de ser una novela corta que pretende abarcar demasiado espacio temporal. Desde el auge del régimen comunista hasta el ajusticiamiento del dictador, tras la caída del muro de Berlín. Un cuarto de siglo, más la posterior entrada en democracia, tratada en escasas doscientas cuarenta páginas con un cuerpo de letra de trece o catorce puntos, y con continuos huecos entre capítulos y páginas de respeto, lo que puede traducir su extensión a unos ciento cincuenta folios mecanografiados. Llegado a este punto, quizá es preferible perder el tiempo leyendo la obra de Herta Müller, Hoy hubiera preferido no encontrarme a mí misma, donde la novelista, Premio Nobel de Literatura en 2009, recrea perfectamente el ambiente opresivo de una época fría, insensible y dominada por el miedo y el terror a la Securitate y el régimen comunista rumano.
Pero ahí no queda todo, sino que Corina Oproae, como en un regreso del flash back vivido durante toda la novela que se relata en tiempo presente, nos vuelve a situar en la actualidad relativamente reciente. Nos menciona las protestas de Timisoara, de universitarios anticomunistas y obreros libertarios. Nos habla de los gritos enfurecidos de ¡Abajo Ceaușescu! y ¡Abajo el comunismo! La gente que arroja los cuadros del dictador por la ventana y claman por la libertad de una nueva nación. De una democracia al estilo occidental. Y, de manera inteligente e irónica, nos relata como «el más amado de los Dirigentes habla desde el balcón del Comité Central y promete subir los salarios a los obreros. Una promesa ridícula justo cuatro días antes de que Ceaușescu y su mujer sean acribillados a balazos el día de Navidad.
Dado el abanico temporal de la novela, no hubiera estado nada mal, para crear la incertidumbre en el relato políticamente correcto, que la autora del libro hubiera terminado el mismo mencionando ese juicio sumarísimo del Frente Nacional de Salvación. Un pleito retransmitido donde se acusó al tirano y a su mujer del genocidio de sesenta mil personas, con la desfachatez de que la mayoría de los cadáveres mostrados a la prensa internacional, como testimonio de la «masacre», habían sido desenterrados previamente de un cementerio para pobres con fines única y exclusivamente propagandísticos de esos mismos tipos que ahora llegaban al poder, prometiendo una futura y próspera democracia.
La casa Limón Corina Oproae Editorial Tusquets 256 páginas
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