No es fácil escribir ni reflexionar sobre abstracciones en días de zozobra y perplejidad. Pero, asimismo, no está de más buscar un cierto distanciamiento de los acontecimientos, para no entrar al trapo de las idas y venidas en la opinión, muy dependientes de valoraciones subjetivas basadas en el desconocimiento o en datos sin contrastar. Conviene alejarse además de su divulgación masiva para evitar zambullirse en el marasmo de un “totum revolutum” indiscernible. En ese caldo, se mezclan ingredientes muy distintos, que van desde la pura manipulación hasta debates falsos sobre planteamientos equivocados.
En semejante escenario, encuentro en Kafka, en su angustia abstracta, un cierto consuelo frente a esa otra zozobra de lo real y concreto, desazonador por absurdo en estos días en los que se impone el relato.Creíamos habitar la era del “simulacro”, siguiendo a Baudrillard, que se nos ofrecía como análisis y diagnóstico de cierto calado, pero advertimos que ese simulacro ha devenido, al decaer la calidad de las narraciones, puro postureo de lo político en su peor sentido y empieza a traspasar los límites de lo inteligible, ante la perplejidad de los individuos concretos que sufren las consecuencias de las acciones, o la inacción, según el caso, de quienes ostentan el mando.
Los escritos de Kafka muestran la angustia de enfrentarse a un Poder sin cara ni lógica aparente, pero quienes hoy poblamos el universo de lo fáctico nos sentimos perplejos ante un poder que posee no una, sino múltiples caras, por la variedad de sus ejecutores y por su capacidad para afirmar una cosa y la contraria, contexto mediante. Estableció Foucault que el poder no se tiene, sino que se ejerce como estrategia, pero, al menos el que nos toca y percibimos más cercano, político e institucional, con sus varias caras o avatares, no muestra una lógica estratégica, sino que más bien produce la impresión de que se trata del Poder por el Poder, como el arte por el arte o el sexo por el sexo. No se vislumbra otro camino, u otro objetivo, que la acción y conservación del mando. Es lo que se desprende de las cosas que vienen ocurriendo, y parece que, al contrario de lo que cavilaba Foucault, no se ejerce el Poder para impulsar estrategias, sino que se impulsan estrategias para conservar el Poder. Y a consta de lo sea, incluso negando todo, incluso la verdad, por parafrasear a Joaquín Sabina.
En nuestro rincón del mundo, lo estamos viviendo estos días; ante sucesos luctuosos y catastróficos, enseña ese poder la índole de su esencia, que no es otra que el vacío absoluto, hecho de meros accidentes sin sustancia y no de sustancia sin accidentes, configurándose, así como antónimo de lo divino. Igual estábamos equivocados si pensábamos que había algo allá arriba, en el puente de mando, pero nada hallamos, ni siquiera interés por los súbditos (no me atrevo a usar la denominación de ciudadanos), más allá de considerarnos acólitos sobre los que descansar, ya que no justificar, su dominio. Tanto los que hemos contemplado la corrida desde la barrera, como quienes han sentido las cornadas en su cuerpo, somos testigos de ello. No deberíamos olvidarlo. Nada hay, pues, detrás del postureo retórico y político, y ya podemos dudar de ese Estado benefactor que suponíamos nos amparaba; a las primeras de cambio, solo estamos vislumbrando un castillo de naipes presto para derrumbarse en lo que se refiere a eficiencia, manteniendo únicamente la argamasa elemental de apariencia y privilegios, de manipulación y posverdad.
Lo peor de todo es que, si no todos, una parte considerable de conciudadanos continúa su vida como si nada ocurriese, como si habitásemos una situación de normalidad jalonada por un episodio, o algunos episodios, negativos, antesala de un regreso a la normalidad política e institucional. Pero no. No podremos volver atrás, sino que habremos de inventarnos, desde el punto de vista político, una vez más. La resaca de esta situación, de la que la catástrofe es reflejo, se va a llevar muchas cosas por delante.
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