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La solidaridad ‘mecánica y social’ reemplazan al estado en la DANA

El expolio moral de un pueblo
Víctor Grave
lunes, 11 de noviembre de 2024, 10:32 h (CET)

De la alta amoralidad política: “Parece que hay una respuesta fácil al problema implícito en este tópico. Cuando se pregunta si los políticos tienen que ser honestos probablemente se responderá: “¡en principio sí!”. Las dificultades surgen cuando la pregunta se plantea en términos más precisos. La pregunta no debe ser expresada para interrogar si los políticos tienen que ser honestos, pues nadie puede ser obligado a hacer algo. En cambio, se puede considerar si deben ser honestos, lo cual generaría dudas como quien determina qué podría pasar si los políticos no fueran honestos. En un nivel posterior se puede preguntar si, de hecho, pueden ser honestos”  (Niklas Luhmann, Sociólogo Alemán)


La impotencia de la dignidad y la reserva como valores en el ejercicio de la actividad política parece haber alcanzado su culmen. La diferencia entre lo correcto e incorrecto es ya pura especulación. Elegidos, pero incapaces de  atribución alguna más allá de su propia persona y con una moral individual apartada de todo escrúpulo, lo que encoleriza a un pueblo no es eso, ni siquiera  la inevitable propensión natural del rango político a la maquinación, es la mentira y el control  irresponsable y temerario sobre un cálculo político y reputacional que jugó con el futuro de cientos de vidas.


No existe mayor felonía.


La codicia política de los gobiernos fomenta la negación del ciudadano a creerse representado con el consiguiente menoscabo en su sentimiento de pertenencia y soberanía. Una vez más la fraternidad entre los pueblos es la que auxilia a sus semejantes por valores compartidos como el respeto a la vida. Respeto, que claramente olvidó el vago funcionamiento entre instituciones y la correlación de fuerzas opuestas. Nudo principal del relato partidista e hipócrita de esta tragedia, que por otra parte, nadie entendería un desenlace que no fuera el judicial.


La indignación es enorme al pretender justificar la transparencia informativa mediante la alteración del concepto y poder así, ‘escolarizar’ (Ivan Illich) la imaginación mediante significados simples de significantes complejos, cuando no, la opacidad. El poder construye la realidad, sin olvidar su constante intento por mantener a la sociedad en una continua ‘minoría de edad’.


Ahora mismo la esperanza está puesta en la pronta recuperación de miles de valencianos, que lo acontecido resulte un punto de inflexión para el país y que la capacidad de lucha de todos ellos sirva también para que en nombre de un pueblo secuestrado por la inmadurez ególatra e inoperante de sus representantes se exija la obligada rendición de cuentas al conjunto del estado. 


Sin justicia no hay reparación.

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