El triunfo de Donald Trump colocó al Viejo Continente en un tenso compás de espera silencioso e incierto. Resuenan las palabras que escribiera Friedrich Nietzsche cuando nos hablara del nihilismo: “un fantasma recorre Europa…”, y este “nihilismo” entendido como una “transvaloración de todos los valores” puede que tenga efectos globales.
Las ambiciones imperialistas de Vladimir Putin que, reiteradamente se entrecruzan con el ascenso de los neofascismos ensombrecen el panorama. Como si esto fuese poco, el no tan nuevo presidente de los Estados Unidos asume en condiciones geopolíticas bien distintas a las que había en su primer mandato: estamos, nada más ni nada menos, que en medio de una tácita Tercera Guerra Mundial de la que pocos quieren hablar.
Se suele comparar al ya conocido Trump con la administración del saliente Joe Biden y concluir que es un poco menos belicista. Es posible. Habrá que verlo. Pero no olvidemos que este nuevo “líder reciclado”, en esta ocasión, no necesitará buscar ninguna reelección y difícilmente le interese quedar bien con las religiones evangélicas más conservadoras que, en su momento, le dieron su apoyo.
Después de la caída del Muro de Berlín hace ya unos treinta y cinco años el mundo rompió su polaridad y se repartió en una multitud de centros de poder, aunque la hegemonía la seguía manteniendo un único “sheriff planetario”. Pero el conflicto de Kosovo en 1999 y el enfrentamiento entre Rusia y Georgia en 2008 enfriaron las relaciones entre la OTAN y Moscú. No obstante, con la anexión de Crimea en 2014 y la invasión a Ucrania en 2022 se ha regresado a un malestar bastante similar a los tiempos de la Guerra Fría que, más pronto que tarde, se recalentó mutando ahora en un escenario incierto. La retórica nuclear está casi al mismo nivel, o quizás más alto, que en la crisis de los misiles en Cuba en 1962.
Empero, Trump prometió en campaña acabar con la contienda en el frente oriental “en un día”. Un poco ambicioso. Entre los pronósticos de varios especialistas quizás proponga a una agotada Ucrania que entregue los territorios en disputa y, de esta manera, se construya un corredor neutral o “zona segura” desmilitarizada vigilada por ambas partes. Un nuevo velo inviable e imaginario. Otra “Cortina de Hierro” entre Oriente y Occidente. Una nueva muralla. Inaceptable para los Aliados. Otra opción más radical sería descabezar a Ucrania y colocar a un gobierno títere prorruso (similar a lo que fue la Francia de Vichy) que establezca una paz forzada, o, en su defecto, la menos probable, seguir financiando la ofensiva como se venía haciendo hasta ahora. Veremos qué pasa.
Por lo pronto el mapamundi quizás redibuje sus fronteras. No pocos querrán quedarse con la mayor parte posible de los territorios. Recurrentemente habrá tensión, no entre comunismo y democracia, sino entre liberalismos y totalitarismos. Cosa que China intentará mantenerse en sus márgenes ya que su economía no puede depender hoy por hoy de un sistema otra vez dualizado. ¿Iniciará esto una nueva dialéctica hegeliana de la historia? ¿Resucitará la materia de los tiempos? Qué no se hagan ilusiones los románticos posmarxistas. Ya lo adelantó el filósofo de Jena. Si la película se repitiese y se levantase otro cerco ideológico sería solo como una “remake” caricaturesca.
Por delante habrá otra etapa geopolítica aún por verse. Algo indudablemente va a cambiar. Difícilmente para mejor. Pero no confiemos mucho en el hombre. Este, a menudo busca “la voluntad de poder” y destruir al otro. Al débil. Al distinto. Como siempre los caudillos se reparten el mundo. En tanto por un lado se estrechan las manos, por el otro incumplen sus promesas. Como bien dice la Biblia en Daniel 11: 27: “Los dos reyes no pensarán más que en hacerse el mal mutuamente, y aunque estén sentados a la misma mesa solo hablarán mentiras el uno con el otro”. Y agrega: “Esto no cambiará nada…”.
Mientras los poderosos de siempre hacen su juego, nunca parece importarles que en medio de este “campo minado” seguimos estando todos nosotros.
|