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El oficio de sentir

Reseña literaria de la novela 'El viejo en el mar', de Domenico Starnone
Vicente Manjón Guinea
martes, 19 de noviembre de 2024, 10:31 h (CET)

PORTADA EL VIEJO EN EL MAR

El viejo en el mar

Domenico Starnone
Traductora Celia Filipetto
Editorial Lumen
176 Páginas


Dijo en cierta ocasión Albert Camus que «la tragedia de la vejez no es que seamos viejos, sino que seamos jóvenes. Dentro de este cuerpo envejecido hay un corazón curioso, hambriento, lleno de deseo como en la juventud».


Quizá, esta frase del escritor, de origen argelino, sea una estupenda expresión para vislumbrar el enfoque de la novela de Domenico Starnone, El viejo en el mar. Titulo que, por cierto, no tiene nada que ver con el original Il salto con le aste, y cuya desafortunada traducción al español, desvirtúa el simbolismo y la acertada metáfora del argumento del libro, que hace referencia al salto, desde la infancia, a la educación y la cultura. (Le aste sono quelle con cui i bambini empivano i quaderni della prima elementare, per allenarsi all'alfabeto. Dalle aste, si sa, è possibile passare all'ortografia e poi, attraverso passaggi sempre più ardui, al romanzo, alla politica, alla saggistica…).


DOMENICO STARNONE

Domenico Starnone


El escritor napolitano nacido en 1943, y con más de ochenta años a sus espaldas, se sirve de esta novela para jugar con determinadas escenas de un presente que le sirvan para reconstruir un pasado remoto, gracias a determinados moldes de vivencias que provocan el recuerdo adormecido de la memoria. Una perspectiva original en la narración que obliga a que el tiempo se pliegue sobre sí mismo, como en un papel calca, donde los trazos temporales se confunden entre el presente y el pasado de la narración. Una hábil simbiosis que permiten la extracción de fantasmas del pasado para que flirteen con los personajes del presente. Es como un juego difuso entre planos temporales que permiten al escritor reconstruir parte de la vida de sus antecesores.


La novela está sedimentada con el deseo oculto de una vejez que se niega a enterrar el anhelo de la juventud perdida. Un deseo que esconde el propósito de sentirse vivo, de emocionarse, de volver a enamorarse, con la intención de negar la cercanía con el final de rail, evitar la proximidad a esa última estación del trayecto vital.


Tanto es así que el libro de Starnone está plagado de continuos toques de erotismo representados por una muchacha que hace rememorar al protagonista de la novela, un juez octogenario y jubilado, la propia juventud rebosante de su madre. Lu, esa muchacha a la que el autor contempla en el presente, será el trazo sobre el papel calca plegado, que corresponde al pasado, a la memoria extinta de su madre.


La atracción por las mujeres y por el deseo, esa afinidad tan típica del nativo napolitano, es una constante en el libro a la hora de crear un ambiente descriptivo de la feminidad. Para ello, Starnone se vale de la recreación de un vestidor, donde la joven se prueba, ante su vista, prendas que rozan la piel, faldas y vestidos que la llevan a adoptar posturas eróticas frente al espejo, a cimbrear la cintura, a estilizar las piernas, a perfilar los tobillos e inclinar el talón con una pose de concupiscencia. Y todo ello desde una mirada fetichista de un anciano que, aunque lo desea en el interior de su alma, ya no puede amar por culpa de su cáscara envejecida.


La literatura de Domenico Starnone se aleja de los hechos épicos y heroicos, probablemente por esa cultura bebida del neorrealismo, donde uno de los enfoques se pone, principalmente, en las pequeñas cosas de la vida cotidiana.


Salvando las distancias con la afilada y elaborada prosa poética de Cesare Pavese, el escritor napolitano retrata en esta novela, El viejo en el mar, la vida cotidiana y simple de personas comunes. La belleza y la complejidad de sus pequeñas y burguesas luchas diarias. Desvinculado del enfoque social y político que pudo tener la escuela neorrealista italiana, el escritor parece tomar partido, más por el gusto que puede dejar en el paladar y en la memoria la magdalena de Proust, que por la soledad o el análisis existencial. Los temas sociales y políticos son desdeñados y el énfasis se pone en la vida sencilla, en los detalles que configuran toda una vida de sensaciones contradictorias y por tanto vulnerables. Hay un sentimiento intimista, sin grandilocuencias, que da sentido a la existencia confortable y nostálgica, e incluso que minimiza el germen de una muerte próxima y aceptada.


Y digo aceptada, por la propia experiencia que sufre el protagonista de la novela. Un giro en la narración nos impacta, y no es otro que el relato de la rápida decrepitud de un cuerpo sano y bello como el de su madre, como el que ahora ve reflejado en esa lozana muchacha que se prueba los vestidos y que navega en kayak por el mar cercano a la playa. El autor dirá: «seis meses antes era una mujer hermosa; ahora se la ve deforme, descompuesta. La mutación se completó sin previo aviso, una transformación cruel. Después de su muerte tendré miedo de que esa descomposición se repita de repente en cualquier cuerpo que aprecio (…)». Un organismo joven que se estropea sin tener tiempo de pasar por la vejez, por la lenta resignación. Es aquí, donde el autor muestra más claramente su preocupación, no ya por la muerte en sí, sino por la decrepitud voraz de un cuerpo que ha sido invadido por células infectas. Por la amenaza, siempre presente, del deterioro.


Lejos de asumir esa cercana posibilidad en su propia persona, el desarrollo de la novela nos hace recordar aquellos versos de Jaime Gil de Biedma: «Escribir no salva como creía Proust, pero si alivia». Y de esa manera se consuela nuestro protagonista y anciano magistrado reconvertido en escritor. «Solo me queda el prurito de construir relatos con pequeños acontecimientos de la vida diaria».


FILTRO DOMENICO


La pasión por la escritura y por reflejar en su cuaderno de anotaciones las experiencias más simples de la vida es el refugio que le queda. Son las administradas dosis de vitaminas que le permiten revivir ese oficio de vivir al que aludiera Cesare Pavese, aunque en el caso de Starnone, desde una perspectiva entre irónica y naif, quitándole todo el barniz filosófico. Pero siempre con la mirada atenta para captar las incertidumbres propias de la vida y de la muerte, del deseo y del desprecio, del amor y del odio. Un juego cargado de contradicciones vitales sin ninguna explicación convincente más que el mero hecho de sentir. Pormenores que no dejan de ser las teselas del mosaico de la vida.

Las formas del cuerpo, los gestos, las texturas de las telas, el color del atardecer, el sabor del salitre en los labios, los guiños eróticos, los destellos plateados de las olas sobre el mar… todo se pliega y se desdobla entre el goce de una memoria que rescata el pasado y el disfrute modesto del presente.

Desacreditada queda la preocupación por un corto futuro, irremisiblemente, abocado al vacío, a la nada.

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