Ayer debería ser hoy. Hoy debería ser mañana. Y pasado. Y el 28 de febrero, por decir una fecha al azar. Si solo ayer es ayer, la reivindicación se queda simplemente en una llamada de atención, en un grito aislado que se agita en pos de que cese la violencia de género, pero que no avanza. Ayer debería ser siempre y que la voz fuera un alarido que recorriera todas las estancias establecidas para derribarlas y comenzar de nuevo desde la equidad cada día. Y el grito de ayer, además, tendría que ser secundado por los hechos. Las personas somos no solo por lo que decimos, sino, sobre todo, por lo que hacemos y por la continuidad con lo que lo hacemos. De nada sirve gritar y luchar ayer si hoy, mañana o el 23 de septiembre, por decir otra fecha al azar, dejamos de hacerlo. Ayer debería ser siempre, y en todas las circunstancias siempre. Siempre.
Y es importante no entrar al trapo de aquellos que solo pretenden enfangar la reivindicación y visten esta manifestación como una más de las muchas y alocadas reivindicaciones feministas, negando una realidad que arroja que 42 mujeres han muerto este año en España por esta lacra. 42 mujeres con su nombre, su apellido y el vacío que dejan. 42 mujeres con una vida sesgada por el hecho de ser mujer y todo lo que eso implica. 42 muertes por violencia de género negadas por aquellos que no ven, que no quieren verlo y solo buscan deslegitimar los hechos. Esa gente nunca lo entenderá, nunca. Pertenecen al subtipo de los que niegan la realidad, ya fuera la pandemia, las teorías de Darwin, la llegada del hombre a la Luna o la existencia del sentido común. Niegan cualquier cosa. Siempre.
Por lo tanto, la lucha debería orientarse no tanto en defenderse de los inevitables y esperados ataques de estos mamelucos, sino en la incorporación real de todos los colectivos unidos en esta causa. Porque se aporta poco si estos prosiguen fracturados, convocando distintas manifestaciones para lo mismo en diversos puntos de las ciudades como sucedió ayer –y hoy, y mañana– en Madrid, Valladolid o Sevilla. De esta manera, lo que se consigue es armar aún más a aquellos que lo atacan. Si no hay unión entre nosotras, ¿cómo se le puede pedir al resto? Es imposible avanzar fracturados. Es imposible. Siempre.
Es una lucha íntegramente relacionada con el feminismo (¿alguna lucha justa puede no serlo?), con la igualdad, porque en el fondo es todo mucho más sencillo: respeto hacia las mujeres, que no sean vilipendiadas por esta circunstancia. Porque una mujer no es nada más –ni nada menos– que una persona, como todas –como tú, como yo–, y la vida sería más justa si comprendiésemos de una vez que todo consiste en el respeto y en la igualdad de dos seres humanos con los mismos derechos y deberes, que no se trata de los tradicionales y empobrecedores binarismos hombre/mujer, heterosexual/homosexual, blanco/negro, cis/trans…, que lo único que importa es la certeza de que todos somos individuos, así, sin más, y que el resto son añadidos culturales y biológicos que nos lastran cuando no somos capaces de comprender que la esencia parte de la existencia como humano y nada más. Sin esa premisa –personas conviviendo con personas–, todo se desmorona. Ayer. Hoy. Siempre.
Ayer hubiera sido el día perfecto para que dejara de ser ayer y todo lo que significa. Solo cuando esto suceda, el mundo vivirá, por fin, en el presente y el 25 de noviembre será solo la fecha intercalada entre el 24 y el 26. Siempre.
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