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Etiquetas | Política | PSOE

La polisemia ideológica del PSOE

La crisis socialista ha sacado a relucir los elementos más reaccionarios alojados en su seno
Diego Vadillo López
jueves, 6 de octubre de 2016, 08:52 h (CET)
Cuando Susana Díez respondiera no hace mucho de forma irónica a las acometidas de un Pablo Iglesias en pleno ascenso mediático-carismático apuntando que ella pertenecía a una “casta de fontaneros” (dado que su padre había desempeñado tal profesión), ciertamente no estaba mintiendo si trasladamos de manera no menos irónica y sí harto más metafórica tal profesión al ámbito político. Y es que Susana no ha venido sino haciendo fontanería a lo largo de su ya dilatada trayectoria política, y más desde que empezase a ir avizorando la factibilidad de encaramarse en las instancias de mayor peso y relevancia decisorios del partido, esas conducentes a la Moncloa.

Díez encarna a la perfección la presión que ejercen las distintas “familias” que conforman el PSOE, a la sazón las que hacen que los ejercicios de democracia interna en este partido se acaben convirtiendo siempre en un sainete grotesco. Ya ocurriría con Borrell, otro al que prefirió la militancia de base y al que no se le otorgó el apoyo debido tras haber salido investido con la mayor de las legitimidades (y muchos antes, ya en Suresnes, con Tierno Galván). Se vio entonces lo mucho que pesan en este partido, como en la mayoría, las “opiniones de calidad”, en muchos casos también conectadas a lobbies más o menos exógenos a la formación. En el caso de Borrell, el periodista Jesús Cacho apuntaba algunas de las circunstancias que no hacían del todo amable al exministro para según quiénes: “Enemigo del Estado de las Autonomías en tanto que partidario de un Estado central fuerte, Borrell significaba mucho sector público, mucha presión fiscal, mucho subsidio. El leridano no es un socialdemócrata al uso, sino un socialista democrático, que es cosa bien distinta. Anclado en el 68, su perfil podía resultar inquietante para determinados votantes ‘culturales’ del PSOE, capas urbanas con niveles de renta medio/alta dispuestas a respaldar un socialismo menos dogmático que el que él representaba” (cf. “El negocio de la libertad”, 1999, p. 554), a lo que el propio Cacho añadía “su dificultad para ‘ligar’ con el mundo de Polanco, un mundo acostumbrado al trato con neofabianos tipo Rubalcaba, Solchaga, Solana, Maravall, etc., pero radicalmente reñido con la corriente jacobina por él representada” (“Íbid.”, p. 555).

En lo que respecta a Tierno Galván, si atendemos a la información aportada por Victoria Prego en “Así se hizo la transición” (1996), sería el temperamento intelectual indefectiblemente marxista del Viejo Profesor el que lo descabalgaría del liderazgo del socialismo español en favor de un más permeable Felipe González, tal cosa parece ser que le apuntó un destacado miembro del SPD alemán al entonces general de talante demócrata Luis Rosón (cf. pp. 95-96).

Lo que hoy le ocurre al PSOE es lo que históricamente le ha sucedido a la izquierda desde el surgimiento del Movimiento Obrero: que, en su avanzar, el disenso los ha sumido bien en el marasmo bien en la fractura. Ya desde la Primera Internacional han venido colisionando unos y otros principios y puntos de vista. No obstante, por más que la socialdemocracia haya ido abdicando paulatinamente con el transcurrir de los siglos de su filiación marxista, un fino hilillo la sigue conectando a aquel (pues una cosa es consecuencia de la previa existencia de la otra mediando una serie de circunstancias históricas). En su momento, marxismo y anarquismo libraron una encarnizada batalla ideológica, llevándose a la postre el primero el gato al agua (en cuanto a ser el principal faro que guiase a las clases proletarias) por creer en el Estado, si bien para transformarlo en favor de la sociedad sin clases, ya que el segundo renegaba radicalmente del mismo. A su vez los partidos comunistas y socialistas fueron librando la batalla dialéctica de si era más conveniente tomar el poder a través de la revolución o del voto, granjeándose mayores éxitos las vertientes socialdemócratas al amoldarse mejor a unas tornas menos berroqueñas, por presentar unas más acicaladas fórmulas, consiguiendo, así, entrar mejor en la lógica del partido “atrápalo-todo” a que abocaban las nuevas sociedades. No en vano, la socialdemocracia es la vía “soft” del socialismo, que se adapta a la democracia de mercado con la intención de amabilizar las asechanzas de los poderes financieros más desmelenados (al menos teóricamente). Pese a desoír esta opción las reticencias de Marx con respecto al pacto capital-trabajo, los partidos de raigambre socialdemócrata arrastran un cierto sedimento marxista, por muy diluido que se halle (son ese reducto de conciencia social, siquiera mínima, en la que resuenan algunas premisas marxistas, las ya metabolizadas por la colectividad y que las democracias de economía capitalista tuvieron a bien aceptar para disuadir a sus poblaciones de incurrir en veleidades sovietistas en plena Guerra Fría). Y es que todas las capas que el socialismo ha ido generando en el imaginario colectivo en los distintos contextos donde fue compareciendo conforman un legado aún latente en partidos como el PSOE, por mucho que se haya desdibujado sobremanera. Por otra parte, dicho sedimento iría congregando en su seno a otros componentes que por su parte se han ido adhiriendo a esa matriz en consonancia con visiones sujetas a nuevos panoramas y parámetros sociales e históricos, lo que se une a la antes mencionada tendencia a acaparar el voto de cuantas más diversas sensibilidades ideológicas. Así, gentes muy diversas han ido emparentando con otros de su cuerda entrando en confrontación con los de planteamientos más o menos divergentes dentro de la misma organización. La política en la que estas organizaciones ejercen como actores ha adquirido una gran complejidad, burocratizándose los aparatos partitocráticos de manera inimaginable. Son muchas las personas y sensibilidades que integran estos partidos que a su vez son integrados por el sistema parlamentario, por lo que no ha de resultar extraño que de vez en cuando se produzcan crisis producto del deseo de algunos de que se practique la democracia interna y el de otros de llevar el ascua a su sardina, o el de unos y otros por ambas cosas. Pero no deja de resultar curioso que las organizaciones que han de defender los intereses de la ciudadanía en un sistema que se reclama democrático tengan serios problemas para articular dicha fórmula internamente.

El ciudadano, así las cosas, acaba por sentir un desaliento que lo lleva ora al desconcierto ora a la indignación ora al estupor, dado que quienes afirman hasta la extenuación que están para representarlos, más se dedican a librar batallas para posicionarse partitocrática e institucionalmente por el mero gusto que otorga el alcanzar cuanto mayor poder, con todo lo que dicho término comporta.

Los partidos de la izquierda salen generalmente más perjudicados de estas escaramuzas por reclamarse “defensores de los desfavorecidos” cuando no son capaces siquiera de dar ejemplo de fraternidad entre correligionarios ni desde el partido. Y mientras el PSOE padece las servidumbres de intentar las vías de democracia interna, los partidos de la derecha se conforman con verlas venir, ya que, muy claramente en el caso de España, desde que regresó la democracia, a esta le ha valido con patrimonializar y apropiarse de los méritos ajenos, haciendo mutis por el foro cuando de dar la cara se trata tras salir a la luz escándalos de proporciones incuantificables. Al no erigirse en defensores de nadie, no puede haber tanto reproche en ese sentido, todo lo más cuando marran de buena o mala fe en la gestión tras haberse declarado afinados gestores. Quien se presenta como defensor del prójimo prácticamente ha de ir acompañado de la Providencia; a quien se reclama mero gestor (al menos mejor que el otro, que ya es algo) sencillamente le vale con enunciar el “errare humanum est” y eso cuando la evidencia de su mala praxis se hace palmaria (y aun así, no siempre ocurre). Por tales motivos cabría decirles a los partidos del eje que va de la socialdemocracia hacia más a la izquierda que se dediquen a articular los medios para que la actualmente deslavazada clase trabajadora no los haya de requerir como defensores por existir otras vías de articulación de ese arduo propósito que es la edificante edificación de la vida común.

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