No recuerdo quién dijo hace unos días que la deuda del Estado era superior a la autonómica. No sé si estaba en lo cierto, pero lo que sí es evidente es que algunas autonomías de esta nación han despilfarrado, a manos llenas, el dinero de los impuestos de los españoles, demostrando que han sido incapaces de gestionar, de una manera eficaz y sensata, las partidas que han destinado a atender los diversos sectores de las administraciones autonómicas. Las autonomías han puesto en práctica durante años políticas clientelistas y partidistas para aumentar, de una manera desorbitada e innecesaria, el número de empresas públicas y el de funcionarios. La parafernalia autonómica se ha dedicado a subvencionar a colectivos afines a los partidos gobernantes; a la creación de costosas embajadas en el extranjero; a pagar informes absurdos; a potenciar determinadas lenguas locales en detrimento del idioma oficial, el castellano; a realizar costosas inversiones en infraestructuras que han quedado como monumentos, es decir, inutilizables, sin contenido; a la incompetencia, el sectarismo y la estupidez de aquellos que están convencidos de que, el dinero de los españoles, está destinado a satisfacer el autobombo, la autosuficiencia y el beneficio personal de algunos políticos.
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