Ángela arrastra el carrito roto varios kilómetros hacia Picanya si quiere comer carne. Ya no hay trabajo. Ya no hay "día a día". Ya no hay pilates. Ya no hay gimnasio. Ya no hay gente que vaya al gimnasio. Ya no hay bar ni desayuno. Ya no hay colegios en Paiporta. Ni profesora que aguante la presión de la Dana. Ángela espera en la cola por comida y bebida. Su voz se entrecorta con el polvo del barro y las cañas pulverizadas. Un polvo que lleva en suspensión entre boca y boca hace ya un mes. Ya no hay parque infantil. Sólo pantalones militares y maquinaria pesada. Farolas de pega que no alumbran ni una sola charca de barro. Hay lodos que se quieren quedar a vivir en los garajes por siempre. Árboles de 50 metros tumbados entran en las cadas. La amalgama de hierros y sillas se ha llevado a un hombre que teletrabajaba en un bajo. Se ha llevado incluso los azulejos rojos y granates del patio. Los niños de Paiporta quieren jugar otra vez. Cuando van a Valencia se dan cuenta de que los niños de Valencia no tienen barro en los zapatos.
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