En una de las novelas de Fiódor Dostoievski, un personaje invita a sus interlocutores a contemplar el mundo con un amor absoluto y abarcador. «Amad a toda la creación en su conjunto y en sus elementos», dice, señalando que este amor no debe ser un mero sentimiento, sino una apertura hacia el misterio divino que yace en cada criatura. Es una llamada a vivir con un corazón abierto, en un estado de profunda comunión con lo que nos rodea.
El misterio divino en la creación
La naturaleza es, para quienes se abren a ella, un libro vivo de revelaciones. Cada hoja de un árbol, cada rayo de sol y cada criatura expresa, de alguna manera, un fragmento del infinito. En esta perspectiva, amar al mundo no es simplemente disfrutar de su belleza, sino reconocer su origen divino y su conexión con algo superior.
Cuando aprendemos a amar lo pequeño y lo grande, lo visible y lo escondido, no solo nos acercamos al Creador, sino que descubrimos que todo está interrelacionado. Este amor no tiene límites ni condiciones, y su profundidad nos conduce a comprender que la vida no es un accidente, sino un regalo que se despliega en un cosmos pleno de significado.
Amar el mundo con un amor universal
Dostoievski, a través de esta exhortación, nos propone un desafío: no elegir solo lo que consideramos hermoso, ni amar con preferencias o exclusiones, sino adoptar una actitud de aceptación completa. Esto incluye, paradójicamente, incluso lo que nos parece difícil de amar: las imperfecciones del mundo, las dificultades y el sufrimiento.
Este amor universal no es un escape de la realidad ni una actitud ingenua. Es una transformación de nuestra manera de mirar, que se traduce en acciones concretas de respeto, cuidado y solidaridad hacia todas las criaturas. Al amar de esta manera, el corazón humano se expande y se acerca a lo divino.
Una lección para el mundo actual
En tiempos de crisis ambiental y desconexión social, la invitación a amar la creación tiene una vigencia especial. Nos recuerda que cuidar del planeta, de sus recursos y de todas las formas de vida no es solo un deber moral, sino una manera de honrar nuestra propia humanidad y nuestra relación con Dios.
El Papa Francisco, en su encíclica Laudato Si', resuena con esta idea: “El mundo es algo más que un problema a resolver; es un misterio gozoso que contemplamos con júbilo y alabanza.” Este llamado a la ecología integral incluye amar y proteger lo que a menudo damos por sentado: el aire que respiramos, el agua que bebemos, las tierras que cultivamos.
Conclusión
Amar al mundo en su totalidad, como nos invita Dostoievski, no es solo una reflexión poética; es una hoja de ruta espiritual. Este amor nos impulsa a vivir con gratitud, a participar activamente en la construcción de un mundo mejor y a reconocer, en cada ser vivo, el reflejo del misterio divino. En este amor universal encontramos no solo consuelo y esperanza, sino también la fuerza para enfrentar los desafíos de la vida con un corazón renovado.
Es una llamada a sentir en nuestras vidas como una oportunidad para redescubrir la sacralidad de la creación y para transformarlas en un canto de amor y cuidado por todo lo que nos rodea.
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