Siempre que vemos a alguien agobiado, pretendemos dar con la palabra precisa que le haga sentir bien, una especie de “abracadabra” que espante todos sus males, errando por completo la estrategia porque, si bien el lenguaje es el arma más poderosa que tenemos, en ocasiones es su ausencia y nuestra presencia la que proporciona la calma.
Hace 30 años, en la jornada final de la Liga de Fútbol, Djukić, jugador del Deportivo de la Coruña, falló, en el último minuto, un penalti que hubiera supuesto el triunfo en la competición del “Superdépor”. Cuando, tras toda una temporada disfrutando y haciendo disfrutar, el árbitro pitó el final, el equipo entero se derrumbó y el mundo, su mundo, dejó de tener sentido. La imagen de deportistas en plenitud llorando como niños pequeños queriendo que la tierra se los tragase fue noticia del día. La decepción fue mayúscula para un equipo bisoño en esto de vencer como era el conjunto gallego, que se estrenaba en este tipo de presiones y que no supo, esta primera vez, gestionarlo. Al finalizar el partido, el entrenador Arsenio Iglesias, una de esas personas entrañables repletas de la sabiduría que da la vida sencilla, que no simple, se sentó delante de la prensa para analizar lo sucedido y sentenció con un “mucho que decir, poco que contar”, condensando a la perfección lo que necesita este tipo de situaciones. Y es que, en ocasiones, las palabras no sirven de nada y lo único que hay que hacer es estar ahí, permanecer, como bien demostró la ciudad que, lejos de reprochar nada al equipo, se lanzó a celebrar la temporada en la que se sintieron invencibles mostrándoles su apoyo a través de su presencia.
Como profesor, padre y adulto –y no necesariamente en ese orden–, asisto en la actualidad a los vaivenes emocionales de los adolescentes que orbitan alrededor de mi existencia. Gente en construcción que se enfrenta a las primeras derrotas en las partidas del amor y para quienes el mundo deja de tener sentido cuando, después de balbucear los primeros “te quiero”, se encuentran con que la infelicidad les detiene el lanzamiento definitivo del amor y se sienten expulsados del Edén. Y uno los ve sucumbir, llorar, rabiar, meterse dentro de sí mismos y buscar refugio en el llanto, ese que tanto consuela si la vida se resquebraja. Cuando esto sucede, solo el tiempo puede encargarse de poner segundos de por medio hasta que se recuperen y vuelvan a sentirse primeros. Y nosotros, tan desapalabrados entonces, lo único que podemos hacer es estar ahí, que sientan que no se encuentran solos, escucharlos, mostrándoles que hay “mucho que decir, poco que contar” para que interioricen ese tiempo en el que se sintieron invencibles, porque volverá.
Esto no ha hecho más que comenzar. Del mismo modo que al Deportivo de la Coruña la experiencia le vino bien y en temporadas sucesivas acabó ganando un campeonato de Liga, dos Copas de España y tres Supercopas entre otros trofeos, ellos se recuperarán, aprenderán de lo vivido y seguirán hacia delante con nuestro apoyo silencioso por testigo.
Les queda todo por contar. Por ahora, que sepan que cuentan contigo.
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