Bajo el nombre de Theano se desliza la sombra de la que, según los indicios históricos, podría ser la primera mujer que dejó su huella en las matemáticas. Hay que situarla en el Crotona del siglo VI a.C., en el corazón de la antigua Grecia.
Una parte de la historiografía afirma que fue hija de Brontinus, un hombre ligado a los órficos, esa secta que agitaba las tradiciones religiosas con ideas revolucionarias sobre el alma y el cuerpo; sin embargo, otra parte de la historiografía afirma que era hija del atleta Milón de Crotona, mecenas del filósofo y matemático Pitágoras.
Theano se vio rodeada desde joven de ideas que chocaban con la ortodoxia de su tiempo. No resulta extraño que acabara como discípula de Pitágoras, el maestro que había tejido su comunidad en torno al misterio de los números y la armonía del cosmos.
Theano, sin embargo, no fue una discípula cualquiera. Su inteligencia y habilidades la llevaron a convertirse en profesora en la misma escuela de Crotona, esa que Pitágoras había concebido sin distinciones de género, algo que aún choca si se compara con la cerrazón de otros grandes nombres de la historia matemática, en todos los tiempos.
Entre los pitagóricos, se contaban otras mujeres ilustres como Aristoclea y Theano destacó entre todas ellas. Su edad se convirtió en un enigma matemático cuando un joven discípulo, embelesado por su figura, preguntó a Pitágoras cuántos años tenía aquella que sería su esposa aunque Pitágoras era mucho mayor que ella. La respuesta, envuelta en una metáfora numérica, encierra el espíritu de aquel tiempo en el que el número era tanto una herramienta como un arcano.
El destino de Theano se ligó a Pitágoras en matrimonio cuando el maestro ya era anciano. De esa unión nacieron, según las fuentes, varios hijos: Damo, Myia, Arignote, Telauges… Aunque, como en todo lo que rodea a los pitagóricos, las versiones difieren.
Cuando la academia de Pitágoras, envuelta en disputas políticas, fue destruida por una turba encolerizada, Theano logró salvarse. Se llevó consigo a su hija Damo y, con ella, resguardó buena parte de los escritos de su marido, esos que contenían la esencia de una filosofía y una ciencia que buscaban entender el mundo en términos de proporción y orden.
Lejos de quedarse a la sombra de su esposo, Theano tomó las riendas de la comunidad pitagórica dispersa. Desde el exilio, continuó difundiendo las enseñanzas que había ayudado a consolidar.
Sus obras, escritas bajo el nombre colectivo de Pitágoras, se entremezclan con las de otros miembros de la escuela, haciendo difícil discernir qué ideas llevan su firma. Pero los ecos de sus reflexiones se han preservado en fragmentos y referencias. Su tratado sobre la proporción áurea, por ejemplo, deja entrever un entendimiento profundo de esa constante que aparece una y otra vez en la naturaleza, en la arquitectura y en los misterios de las formas perfectas.
En otro de sus textos atribuidos, Theano describió un universo compuesto por esferas concéntricas, donde los astros y el fuego central bailaban en una armonía que se reflejaba en los intervalos de la escala musical. Una visión que, aunque nacida del pensamiento de su tiempo, revela una intuición asombrosa sobre la conexión entre la matemática, la música y el cosmos. Recientemente se han presentado estudios sobre cómo es el sonido del universo.
A Theano, aquella figura casi mitológica que se desliza en los pliegues de la historia, se le atribuyen escritos que abarcan desde las matemáticas hasta la física, la medicina y, cómo no, esa fascinante proporción áurea que los antiguos veneraban como una llave hacia la armonía universal. A ella se atribuyen algunos fragmentos de cartas, pequeñas joyas que sobreviven al naufragio del tiempo. La mayor parte de lo que nos ha llegado de ella trata más de moralidad y cuestiones prácticas, temas que tanto seducían a los religiosos que los conservaron.
Entre sus obras, el tratado Sobre la piedad destaca por su elegante reflexión sobre el número, aunque solo un fragmento ha conseguido burlar los siglos. También se le atribuyen escritos sobre los poliedros rectangulares, sobre la teoría de la proporción, en particular sobre la áurea, esa constante que aparece en la estructura de la naturaleza y en los diseños de los grandes arquitectos del mundo antiguo.
Cuando Pitágoras encontró su fin en el torbellino de una revuelta en Crotona, aquella misma ciudad que lo había acogido como maestro y visionario, fue Theano quien recogió los pedazos de un legado destinado a desmoronarse en el olvido. Con la ayuda de sus hijas, rescató los escritos del filósofo y matemático, preservándolos como si fueran un fuego sagrado. Parte de la historiografía refiere que Pitágoras confió sus escritos a su hija Damo. Aquel trabajo no quedó en la sombra: Theano y las suyas no solo lo custodiaron, sino que lo ampliaron con nuevas ideas y descubrimientos.
Viajaron por Grecia y Egipto, llevando consigo un afán de saber que se aventuraba más allá de las matemáticas, indagando en la medicina y otras ciencias. Fueron exploradoras del pensamiento en un mundo que rara vez reconocía el papel de las mujeres en la creación intelectual. Sin sus esfuerzos, sin ese impulso por mantener viva la obra de Pitágoras y enriquecerla, el nombre del maestro tal vez habría caído en el pozo del olvido, junto a tantos otros que la historia ha dejado a la deriva. Fue Téano, con su genio y su determinación, quien levantó sobre sus hombros el peso de aquel legado y le dio alas para trascender los siglos.
Al ponerse al frente de la Escuela Pitagórica, Theano tuvo que corregir algunas noticias falsas que se habían producido del entendimiento distorsionado de los pensamientos de Pitágoras, por ejemplo corrige información que había oído decir pronunciándose al respecto: “He oído decir que los griegos pensaban que Pitágoras había dicho que todo había sido engendrado por el Número. Pero esta afirmación nos perturba: ¿cómo nos podemos imaginar cosas que no existen y que pueden engendrar? El no dijo que todas las cosas nacían del número, sino que todo estaba formado de acuerdo con el Número, ya que en el número reside el orden esencial, y las mismas cosas pueden ser nombradas primeras, segundas, y así sucesivamente, sólo cuando participan de este orden”.
Todo lo que lleva su nombre es un guiño a su genio, un eco de su mente que trasciende las barreras del tiempo y nos recuerda que, aunque muchas veces calladas, las mujeres también cincelaron las piedras angulares del conocimiento.
Estudió el número áureo, llamado de otras diversas formas como número de Dios, divina proporción, número de oro, proporción áurea, razón dorada, media áurea, razón extrema y media, siendo un número irracional que se representa por medio de la letra φ (phi) en honor al escultor griego Fidias, el de la proporción perfecta en la escultura.
Las fuentes bizantinas, como la enciclopedia Suda, mencionan incluso la posibilidad de otra Theano, quizás un eco del primero o un reflejo tardío de su legado. Sea como fuere, Theano, la matemática de Crotona, sigue desafiando el olvido, testimonio de una época en la que las mujeres, también alzaron la voz en la búsqueda de la verdad y la belleza.
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