Al escenario político funesto de hoy se une la existencia de una sociedad profundamente afectada por la delincuencia, que mantiene a las personas encerradas en sus casas presas de un abierto temor. Diariamente se cuentan las víctimas fatales de enfrentamientos, agresiones sexuales, asesinatos, robos y asaltos; por cierto, el Estado no está respondiendo de la manera que se espera para proveer más seguridad a una ciudadanía indefensa.
Sumado a todo esto, está la existencia de severas dificultades económicas en los hogares, acentuadas por el alza en el coste de los servicios básicos, llevando todo ello a una situación de máxima desilusión y acrecentada frustración.
Es real que no hay progreso en lo básico, y que el progreso no se mide por los nuevos órdenes mundiales y sus creencias libertinas.
Estamos en una crisis que abarca la ética y la moral, y que se deriva del descuido de la educación y la falta de un consenso a nivel social sobre las normas que no pueden transgredirse y respecto de las prioridades que deben atenderse.
Con tristeza se puede comprobar que la sociedad española ha retrocedido a la infelicidad, dando espacio al aprovechamiento, al uso inapropiado de instituciones para lucrarse sin preocupación alguna.
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