Julius Ruiz es profesor titular de Historia de Europa en la Universidad de Edimburgo. Su actividad investigadora le ha llevado a centrar una buena parte de su trabajo en la época republicana, la Guerra Civil y el franquismo. Fruto de diez años de denodado esfuerzo, archivo arriba-archivo abajo, es la reciente publicación de ‘La guerra sucia’ (Espasa), un volumen de más de novecientas páginas, en el que relata la enconada lucha que los servicios de inteligencia republicanos y golpistas sostuvieron a lo largo de toda la contienda. Sustentado e ilustrado con una documentación apabullante, ‘La guerra sucia’ desmonta ciertos mitos, ilumina penumbras y proporciona una visión pormenorizada de un aspecto muy relevante de la guerra que, hasta ahora, no había sido tratado en profundidad por los historiadores. Desde Edimburgo, el hispanista británico, hijo de padres españoles, tuvo la amabilidad y la paciencia de responder a mi cuestionario de preguntas sobre su libro. En esta ocasión, la grabadora descansó.
«Fotografía cedida por la editorial»
En el Reino Unido existe una numerosa nómina de hispanistas británicos especializados en diversas épocas. Entre otros podemos citar a Parker, Elliott, Beevor, Preston, Kamen y usted mismo, a qué se debe ese interés de los británicos por la historia española? ¿Qué les atrae del pasado de este país? Los intelectuales británicos han mantenido durante mucho tiempo una relación de amor-odio con España. Desde el siglo XVI, la rivalidad imperial y la Reforma protestante facilitaron la construcción de la «leyenda negra» que en su día denunció Julián Juderías. Por otro lado, la Constitución de 1812, la lucha guerrillera contra Napoleón y movimientos populares radicales como los anarquistas promovieron la «leyenda romántica» de los españoles amantes de la libertad. Lo que unía todo esto era la sensación de que España era «diferente» a Gran Bretaña y esto requería una explicación, especialmente durante y después de la Guerra Civil española. En la tradición progresista asociada a escritores como Gerald Brenan, la respuesta parecía ser la persistencia de una oligarquía que derrotó el desafío modernizador de la Segunda República. Afortunadamente, una nueva generación de hispanistas subraya ahora que, después de todo, la historia española no es tan diferente de la británica o del resto de Europa. Para los británicos que aman a Orwell y su relato de la Revolución Española, esto puede, por supuesto, hacer que la historia española sea más aburrida.
Usted es hijo de padres españoles que emigraron a Inglaterra. Ellos habían sufrido los efectos de la Guerra Civil. Todo el trabajo que viene desarrollando sobre diversos aspectos de la Guerra es su forma de comprender la vida de sus padres? Estoy muy orgulloso de mis raíces españolas y, de hecho, mi trabajo siempre ha estado marcado por la necesidad de comprender lo que les ocurrió a mis familiares durante y después de la Guerra Civil. Mi familia tuvo una historia muy similar: lucharon en ambos bandos e incluye tanto a víctimas como a responsables de la represión. Así que, como niño, mi introducción a la guerra no fueron los relatos heroicos de las Brigadas Internacionales o la defensa antifascista de Madrid en 1936, sino el asesinato de mi bisabuelo en Sevilla y la muerte de mi tío abuelo como voluntario carlista en Asturias. Esto significaba que nunca podría ver la guerra como un cuento moral de buenos contra malos.
Hablemos del título: ‘La guerra sucia’. Cuando empleamos el término «sucio» nos referimos a una guerra subterránea, sucia, a traición e ilegal. Teniendo en cuenta que la república era el régimen legalmente establecido en el periodo 1936-1939, me pregunto si es correcto aplicar esta denominación para referirse sólo a la represión ejercida por los servicios republicanos de inteligencia en defensa de su gobierno, puesto que los quintacolumnistas también practicaron este tipo de lucha subterránea, sucia, traicionera e ilegal. ¿Qué opina Vd. al respecto? La fallida rebelión militar de julio de 1936 puso fin a la república parlamentaria liberal de 1931. Una de las ironías más amargas de la guerra fue que el golpe militar produjo la misma revolución que debía impedir. En adelante, los gobiernos republicanos se dedicaron a la construcción y consolidación de un Estado revolucionario basado en el «pueblo» antifascista: los partidos y sindicatos de izquierdas. No podía haber vuelta atrás al 18 de julio de 1936. Como explica el libro, esto se hizo más evidente con las nuevas fuerzas de seguridad de la República -el Departamento Especial de Información del Estado (DEDIDE) civil y el Servicio de Investigación Militar (SIM), entre otras-. Estos se basaban en militantes de izquierdas, y muchos de ellos habían quebrantado previamente la legalidad republicana al participar en la Revolución de Octubre de 1934. Además, si se recuerda que los dos policías secretos más significativos de la República eran Francisco Ordóñez Peña y Santiago Garcés, dos paramilitares socialistas que participaron en el asesinato de Calvo Sotelo los días 12 y 13 de julio de 1936, no es de extrañar que el DEDIDE o el SIM estuvieran dispuestos a defender la revolución por cualquier medio. En cuanto a sus oponentes quintacolumnistas, el libro deja muy claro que estaban dispuestos a actuar de forma similar a sus perseguidores. Que no llevaran a cabo asesinatos en gran medida no se debía a ninguna preocupación humanitaria por la inviolabilidad de la vida humana. Más bien, las autoridades militares franquistas temían que los asesinatos pusieran en peligro la principal tarea de la quinta columna: la recopilación de información. Ciertamente, después de la guerra, los quintacolumnistas no tuvieron piedad en la persecución de sus enemigos derrotados.
Nadie pone en duda que la quinta columna existió. Pero parece que tuvo un papel menos importante de cómo nos la han pintado. Vd. habla de una cierta «invención» o de un miedo preventivo por parte de los republicanos. ¿A qué se debía ese temor gubernamental hacia la quinta columna? El libro sostiene que es necesario distinguir entre la historia «real» de la quinta columna y la concepción antifascista de la quinta columna como una especie de poderosa hidra controlada por fuerzas del fascismo internacional, que era capaz de infligir una herida mortal a la República. Esto tiene sus raíces en la interpretación antifascista de la rebelión militar de julio de 1936. No se trató simplemente de un levantamiento de un sector del ejército con cierto apoyo civil. No, fue la sublevación de sectores poderosos de la sociedad -terratenientes, capitalistas, Iglesia, etc.- contra el «pueblo». En este sentido, la rendición de los sublevados aquel julio fue sólo el principio de una «limpieza» revolucionaria más amplia de la zona republicana. Por supuesto, el terror extrajudicial de 1936 fue dirigido por partidos de izquierda y sindicatos y no por el propio gobierno; sin embargo, el libro muestra que muchos de sus autores fueron incorporados posteriormente al DEDIDE y al SIM.
La denominación «quinta columna» siempre se ha atribuido al general Mola. Pero Vd. no ha encontrado en ningún lugar nada que demuestre que esa frase sea suya. ¿De dónde procede entonces esa leyenda/rumor sobre la autoría de la frase? La versión «oficial» es que el general Mola acuñó la frase «quinta columna» en una rueda de prensa tras la caída de Toledo a finales de septiembre de 1936. Pero, ¿de dónde procede esta historia? De Dolores Ibárruri en Mundo Obrero, el periódico del Partido Comunista Español, el 3 de octubre de 1936. Curiosamente, ese mismo día, otro comunista, Domingo Girón, proclamó en Madrid que Mola había hablado de cuatro columnas avanzando hacia Madrid, pero Girón aseguró que sería la quinta columna antifascista la que las aniquilaría. Además, un informe diplomático alemán de la zona republicana del 30 de septiembre refirió a rumores en Madrid sobre una supuesta declaración de Franco de que tenía una quinta columna en la capital. ¿A quién creer? En cierto sentido, no importa: La versión de Pasionaria caló, y se convirtió en el neologismo más famoso de la guerra.
Otra novedad muy interesante que aporta ‘La guerra sucia’ es que siempre se ha creído que italianos y alemanes manejaban el servicio de contraespionaje franquista y que los soviéticos hacían lo propio con el republicano. Señala Vd. que eso es un mito. ¿Puede argumentar su afirmación brevemente? El libro sostiene que en ambos bandos se ha exagerado mucho el grado de control extranjero sobre las fuerzas de seguridad. Puede que los soviéticos, italianos y alemanes dieran asesoramiento logístico y apoyo material, pero en última instancia las decisiones clave las tomaban los españoles. La única excepción parcial es el DEDIDE en Cataluña en 1937. Estaba controlado por los comunistas, cuyas operaciones contra los llamados «trotskistas» estaban dirigidas por agentes de la Comintern y de la NKVD. Sin embargo, esto fue temporal, y tras la fusión del DEDIDE con el SIM en marzo de 1938, el primer ministro Negrín controlaba las fuerzas de seguridad en Cataluña.
Para no dejar constancia escrita de la práctica de torturas durante los interrogatorios, se empleaban eufemismos como que los agentes se emplearan con «energía» para conseguir que los sospechosos hablasen «libremente». Me pregunto si la Guerra Civil no sólo se libró en el frente con las armas, sino también con las palabras. Así es. Ambos bandos utilizaron palabras para ocultar y distorsionar la verdad. El ejemplo más significativo en la España republicana fue Paracuellos. Aquí, el encubrimiento sistemático de las masacres - «cubriendo la responsabilidad»- consistió en referirse a «evacuaciones» de prisioneros de Madrid.
¿Cuáles fueron los principales cometidos desarrollados por la quinta columna en favor del ejército golpista? En algún caso, ¿llegó a facilitar la ocupación de algunas ciudades por parte del ejército sublevado o a promover sublevaciones? Para José Ungría, jefe del Servicio de Información y Policía Militar (SIPM) franquista, el principal objetivo de la quinta columna era el suministro de inteligencia militar. Las redes quintacolumnistas también llevaban a cabo sabotajes, difundían el derrotismo y apoyaban a los simpatizantes franquistas de múltiples maneras, incluida la evasión del servicio militar. Pero también es cierto que algunos quintacolumnistas soñaban con lanzar un levantamiento que acabara con la resistencia militar republicana, y hubo un intento desastroso de incitar a la rebelión en Valencia en marzo de 1938. Sin embargo, a pesar de los temores de los antifascistas de una «puñalada por la espalda», no hay pruebas de que la quinta columna desempeñara un papel significativo en la toma de ciudades por los franquistas. Lo que sí hizo fue contribuir a la rendición pacífica de Madrid el 28 de marzo de 1939.
Las embajadas extranjeras se convirtieron en centros de acogida de quintacolumnistas. Allí fraguaron una buena parte de su actividad. Sin ellas ¿el «trabajo» de los quintacolumnistas hubiera sido igual? Las embajadas y consulados actuaron como «espacios seguros» para que los quintacolumnistas se refugiaran y organizaran. Esto es especialmente cierto en Madrid, con la presencia del Cuerpo Diplomático, y sobre todo de los diplomáticos de los estados latinoamericanos. El éxito de las operaciones policiales secretas contra la quinta columna se vio a menudo limitado por el hecho de que las figuras clave del movimiento clandestino permanecieron fuera de su alcance. Por ejemplo, aunque la Brigada Especial de Fernando Valentí desarticuló la Organización Fernández Golfín-Corujo en Madrid en mayo de 1937, la Junta Local falangista que supervisaba su trabajo estaba protegida por extranjeros.
Continuando por este mismo camino, los dirigentes de los grupos quintacolumnistas pudieron mover hilos con bastante facilidad desde las cárceles donde se encontraban encerrados. El mismo José Antonio Primo de Rivera repartía instrucciones a los falangistas sin demasiados problemas. Me pregunto cómo lo hacían y, sobre todo, cómo lo permitían los dirigentes republicanos. Las condiciones dentro de las cárceles regulares -del Ministerio de Justicia- eran caóticas en 1936, ya que hubo una afluencia masiva de reclusos y los guardias profesionales fueron suplantados por milicianos. Es cierto que, en 1937, y sobre todo cuando el nacionalista vasco Manuel de Irujo era ministro de Justicia, se intentó «normalizar» las condiciones, lo que no hizo sino favorecer las actividades quintacolumnistas, ya que los presos tenían mejor acceso a visitas y abogados, mientras que la seguridad seguía siendo escasa. Por ejemplo, tres miembros de la mencionada Organización Fernández Golfín-Corujo consiguieron fugarse de la Cárcel Modelo de Barcelona en mayo de 1938 antes de que pudieran ser ejecutados. Sin embargo, como respuesta los presos quintacolumnistas permanecieron encarcelados en prisiones de la policía secreta como la de Vallmajor en Barcelona. Aquí la seguridad interior era total y brutal.
«Fotografía cedida por la editorial»
Destaca Vd. en el libro el importante papel que desempeñaron las mujeres en el quintacolumnismo. Se movían con facilidad. ¿A qué se debe este hecho y cuál fue su cometido a lo largo de este periodo? El libro detalla la contradictoria respuesta de la policía secreta a las mujeres quintacolumnistas. Estos hombres antifascistas compartían muchas de las actitudes misóginas de sus oponentes franquistas. Por un lado, se temía a las femmes fatales altamente sexualizadas (encarnadas por Mata Hari, una espía alemana fusilada en 1917 por los franceses), ya que supuestamente podían utilizar sus encantos para extraer información; por otro, también se consideraba a las mujeres demasiado emocionales y desequilibradas para ser espías. Esto significaba que las actividades reales de las mujeres quintacolumnistas -principalmente, si no exclusivamente, dedicadas al auxilio social- se tachaban de insignificantes, mientras que las pocas mujeres que respondían al estereotipo de Mata Hari, como la falangista Carmen Tronchoni, eran detenidas y fusiladas.
Durante la posguerra, haber pertenecido a la quinta columna fue considerado como un mérito para sus integrantes? ¿Gozaron de algún reconocimiento oficial o alguna recompensa entregada por los vencedores? Sí, después de la guerra, el SIPM franquista dirigió un proceso de reconocimiento y recompensa, mientras que la Sección Femenina de la Falange entregaba condecoraciones a las implicadas en las redes de «Auxilio Azul». Algunos quintacolumnistas tendrían un papel destacado en la sociedad franquista después de 1939. José Banús Masdeu, por ejemplo, no sólo participó en la construcción del Valle de los Caídos, sino que aprovechó sus estrechos vínculos con el régimen para urbanizar la Costa del Sol en los años sesenta.
Hubo quintacolumnistas doblemente represaliados, como Antonio Rodríguez Sastre, militar y abogado, afiliado a la UGT, que conspiró para los rebeldes en el bando republicano, donde ostentaba un cargo público. Fue detenido y puesto en libertad después. Al finalizar la guerra, fue juzgado por un tribunal castrense franquista y condenado a seis años de prisión. Aunque fue indultado, hasta 1946 no pudo ejercer de nuevo su profesión como abogado. ¿Fueron muy frecuentes los casos como este? Casos como el de Antonio Rodríguez Sastre no fueron raros. Ungría, el jefe del SIPM, reconocía que los quintacolumnistas tenían que servir necesariamente al Estado republicano para recoger información, y obtuvo de Franco en septiembre de 1938 la garantía de que el trabajo de sus agentes sería reconocido oficialmente, ya que el servicio a la República era un acto de «rebelión militar». Sin embargo, muchos tribunales militares estaban decididos a castigar a cualquiera que hubiera trabajado para la República, independientemente de las circunstancias, y los papeles del SIPM contienen muchas denuncias de quintacolumnistas que se enfrentaban a la persecución de sus «libertadores». Tal era la lógica de lo que Ramón Serrano Suñer denominó «justicia al revés».
Los quintacolumnistas actuaron muchas veces por iniciativa propia, sin una jerarquización organizativa. Sin embargo, la llegada del teniente coronel José Ungría al frente del SIM Nacional cambió la situación. ¿Qué papel desempeñó este militar en el espionaje contra la República? José Ungría desempeñó un papel fundamental en la centralización de la inteligencia en una única agencia estatal, aunque no fue un proceso rápido. Se convirtió en jefe del SIM Nacional en mayo de 1937, pero no crearía el SIPM, una agencia integrada de inteligencia y policía, hasta ese mismo noviembre, mientras que el rival SIFNE no entró en el SIPM hasta marzo de 1938. Del mismo modo, aunque Ungría desempeñó un papel decisivo en la coordinación de las diversas redes quintacolumnistas autónomas de la zona republicana, persistieron las disputas y rivalidades, con resultados desastrosos en Cataluña.
La lucha de la policía secreta antifascista contra los quintacolumnistas fue mucho más exitosa de lo que se cree. Afirma Vd. que el gobierno republicano resistió mucho tiempo antes de caer derrotado precisamente gracias a su aparato de contraespionaje. ¿Tan importante fue el papel que este servicio desarrolló a lo largo de la guerra? La investigación sobre la quinta columna ha estado sesgada durante mucho tiempo, ya que los historiadores han prestado poca atención a sus oponentes republicanos. El DEDIDE y el SIM fueron capaces de desarticular las principales redes quintacolumnistas en Cataluña, y lograron éxitos significativos en otros lugares, por ejemplo desarticulando las redes Organización Fernández Golfín-Corujo y «Antonio» en Madrid. La moral dentro del SIM se mantuvo sorprendentemente alta hasta la caída de Barcelona en enero de 1939, y entre todos los organismos estatales republicanos, representaba mejor la determinación de Negrín de resistir a toda costa.
Por la parte que me toca, ya que resido en València, hablemos un poco de un personaje que huele a siniestro: Loreto Apellániz, jefe de la Primera Brigada/Brigada Especial en la capital del Turia. De él se cuentan verdaderas atrocidades. En su libro aparece en una fotografía recogiendo a dos mujeres, estudiantes de Fernando Poo, con una sonrisa de satisfacción enorme. ¿Es cierto todo lo que se cuenta sobre él? Loreto Apellániz es una figura extremadamente importante por varias razones. En primer lugar, como comunista estrechamente vinculado a la embajada soviética, dominaba el SIM valenciano. Esto era raro ya que el SIM en otros lugares estaba principalmente bajo el control de los socialistas. En segundo lugar, la mayoría de los testimonios que tenemos de Apellániz proceden de fuentes republicanas, ya que fue el único dirigente del SIM que fue investigado por crímenes durante la Guerra Civil. Por supuesto, el contexto fue el golpe anticomunista de Casado de marzo de 1939: Apellániz estaba entre los perdedores, y fue un chivo expiatorio excelente. Esto significa que la mayoría de los relatos de torturas proceden de testigos presenciales o de sus propios compañeros ante los jueces republicanos. En general, confirman las acusaciones de sus víctimas a la Causa General franquista después de la guerra.
He podido observar que en València muchos quintacolumnistas procedían del campo de la enseñanza, maestros y profesores de instituto. ¿Es una pura casualidad o se trataba de una selección premeditada? Ciertamente no es una coincidencia, sino que se basa en dos factores relacionados: el anticlericalismo del gobierno republicano entre 1931 y 1933 (especialmente el artículo 26 de la Constitución que prohibía las órdenes religiosas en la educación) y las relaciones personales/profesionales. Estos profesores quintacolumnistas se habían movilizado a principios de los años 30 para defender el papel de la Iglesia en la educación, y la «Cruzada» franquista no fue sino la siguiente batalla de esta guerra cultural.
La última cuestión por hoy: a lo largo de los diez años que ha durado su investigación para escribir ‘La guerra sucia’, ¿qué ha aprendido Vd. que no sabía antes de arrancar este proyecto? Lo que más me ha sorprendido, después de haber examinado en detalle los antecedentes de cientos de policías secretos antifascistas, es la importancia de la edad. Me ha llamado la atención la juventud de muchos de los máximos responsables del DEDIDE y del SIM. Ordóñez Peña apenas tenía 23 años cuando se convirtió en el jefe del primero; Garcés llegó a ser jefe del segundo con sólo 22 años. Forman parte de lo que yo llamo la «generación militante». Pero, como explico en el libro, España no es el único país en el que la política revolucionaria fue dirigida por una generación militante. Por supuesto, no se trata de un fenómeno exclusivamente de izquierdas: el Holocausto habría sido imposible sin la participación activa de la juventud y, en particular, de los profesionales bien formados.
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