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La pasión de Dostoievski

Tal vez no haya sido un esteta, pero fue un adelantado
​Sergio Fuster
lunes, 16 de diciembre de 2024, 10:11 h (CET)

Siempre es un placer revisar los ensayos de León Chestov, especialmente cuando nos trae una lúcida lectura de Dostoievski. Diferente a aquella que hiciera Vladimir Nabokov, quien lo tachara de mediocre. Entiendo que al cultor de “Lolita” no le gustara la lucidez más allá de la exacerbación de los sentidos, tiene derecho a no gustarle, lo que no puede -me parece- es emitir un juicio de valor universal. Lo interesante del abordaje de Chestov, en este caso, es que no tiene por qué competir sobre semejante opinión, no hay razón para sentir envidia, no fue un novelista sino un filósofo, tiene otra mirada, por lo tanto, nos pone sobre aviso del proyecto capital del literato.


¿De qué nos habla la obra de Dostoievski? De él; según nos confiesa en “Memorias del subsuelo”. Sus libros solo nos retratan su dura vida a través de un itinerario programático. Como ocurre con todo escritor siempre es inevitable ser autobiográfico. En este caso se enmascara a través de sus tormentosos personajes que cobran vida a través de su pluma.


Dostoievski se arrepiente de su infidencia. Insiste, quizás, con pudor, que es solo ficción, que su fin no ha sido pintarse a sí mismo sino utilizar la narrativa como excusa para representar “lo que se iba extinguiendo en su sociedad”. Una crítica a su época a través de exponer sus sentimientos. Pero no. El ente subterráneo que lo poseía no le era demasiado ajeno. Por ello pudo convocar a los duendes más siniestros, a los monstruos más vergonzantes. De esta manera y no de otra, según Chestov, fueron creados entre tantos el Príncipe Mishkin y Aliosha Karamazov; asimismo Raskólnikov y Kirilov. Al parecer todos ellos profieren en su nombre, todos ellos sustanciaban algo de él.


Sin embargo, aquel hombre “bajo tierra” después de su crucifixión no puede seguir escondiéndose. Aquí nace una nueva etapa en Dostoievski: donde el escritor pasa por su “pathos”, por su muerte y su resurrección. Se intenta redimir. Empero, después de esa trasfiguración nada queda de aquel que pertenecía al círculo de Visarion Belinski. Contario al mito crístico no ascendió, sino que quemó todo lo que antes adoró. Renació sí, pero para peor.


Algo similar vemos que se produce en Friedrich Nietzsche, quien al pasar por su calvario rompió luego con sus educadores. Transmutó todos los valores. Sepultó a Dios. Una experiencia mística cuya revelación póstuma no consiste en la unión con lo divino, sino en la iluminación que Dios ha sido asesinado, de que estamos demasiado solos. Quizás por ello Nietzsche estimó a Dostoievski, lo llamó “el único psicólogo del que podría aprender alguna cosa”; agregó: “veo en el hecho de haberle conocido uno de los sucesos más hermosos de mi existencia”.


El “loco de Turín” se sintió acompañado. La identidad que expresaba la unidad con los hombres. Nietzsche no confiaba en nadie, sin embargo confió en él, quizás porque ya estaba muerto. Y los muertos difícilmente traicionen. Pero Chestov cree que se equivoca. Argumenta que nadie lo ha traicionado más que el escritor ruso: a través de “otro martillo” sus novelas mágicamente se encarnan y dan luz a la opacidad nitzscheana proclamando sobre los tiempos oscuros que se avecinan.


Dostoievski profetizó que Rusia tendría su Gólgota, luego de la tragedia la crisis renacería en Europa. La revolución de 1917 puso fin a la tiranía de los zares y despertó la furia de los soviets. La Madre Rusia dio a luz un hijo enfermo. Pronto los nacionalismos se despabilaron llevando a la catástrofe.


Albert Camus quien pensó el mundo mientras las heridas de la posguerra todavía estaban abiertas lo entendió muy bien. Dijo que “a medida que transito más cruelmente el drama de mí época, aprecié a Dostoievski quien vivió y expresó con más profundidad nuestro destino histórico”. El autor de “El idiota” ilumina a Nietzsche, su obra traduce lo que luego aconteció en Europa. Adelantó el siglo. En Raskólnikov prevé la imagen de lo que fue el Holocausto, en Karamazov el parricidio postulado por Freud, tanto como el ateísmo ilustrado, en Kirilov la toma de consciencia del nihilismo imperante, tanto político como moral.


Dostoievski tal vez no haya sido un esteta, pero fue un adelantado (en Navokov solo se encentra el goce decadente de la modernidad). Consignas oraculares que hoy se esparcieron por todo el globo y que aún tienen mucho que decirnos. 

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