Conocí a Miguel Urbán Crespo a finales del siglo XX y no me dio una impresión muy distinta a la que de él percibo hoy en día a través de los medios de comunicación. Intuyo que es de esas personas de una pieza a las que el paso del tiempo y la afrenta de las distintas vicisitudes, de una u otra índole, a cuyos rigores queda expuesto todo ser humano, no lo han cambiado sustancialmente.
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Paseando una mañana por la Plaza del Dos de Mayo, cuando todo el mogollón Podemos empezaba a adquirir ostensible corporeidad, vi a un sujeto barbado que con un micrófono conectado a un amplificador se dirigía a un no muy nutrido grupo de personas anunciando cuestiones relacionadas con la incipiente formación morada poco antes de que esta diese el sorpresón en las Europeas. Me senté un rato por curiosidad y luego marché.
Pasadas la europeas, cuando los medios informativos se referían, mañana, tarde y noche, a la irrupción del partido-acontecimiento, en un momento dado, recordé que aquel tipo que regentaba una librería asociativa en Lavapiés (La Marabunta), un tal Miguel Urbán, era aquel chaval al que conociera tiempo ha en mis años universitarios: un joven activista vinculado al entorno del Espacio Alternativo, una corriente de opinión de raigambre trotskista integrada en Izquierda Unida que más tarde (en 2009) se escindiría de dicha coalición cambiando su denominación por la de Izquierda Alternativa y que, aún más tarde, cambiaría no solo nuevamente su nombre (por el de Anticapitalistas) sino también su forma jurídica para “caber en Podemos”. Era entonces Urbán un joven campechano y muy dinámico, implicadísimo en todos los jaleos reivindicativos del momento, nacionales e internacionales, con una presencia de ánimo inaudita y envidiable; intuyo que tal implicación, sustentada en profundas convicciones, lo harían incluso descuidar sus estudios (a diferencia de otros actuales cuadros de Podemos, atesoradores de grados y posgrados a mansalva).
Recordando a aquel estudiante-activista de finales del siglo XX-principios del XXI, al que no conocí en profundidad, sino más bien de manera sucinta pero suficiente como para percibir ciertos rasgos de su temperamento, no hallo disonancias entre el Urbán de hace una década y media y el actual. Era un tipo que, consciente de la importancia de una estrategia bien tejida en política, abogaba por la supeditación de esta a una base programática a su vez sustentada en unos principios hondamente asumidos. Tenía bien claros una serie de parámetros y en base a ellos se movía con gran energía y sentido común.
Asimismo, Urbán era un tipo dialogante y respetuoso que soportaba las más densas e inacabables asambleas acatando las decisiones consensuadas aunque no concordasen con lo que en principio él deseara. Y tampoco era narciso ni portaba ambiciones personales desmedidas, eso me pareció en las distancias cortas otrora, y eso me parece hoy a tenor de lo que voy recibiendo de los medios informativos. Detalles como no estar de acuerdo con las candidaturas cerradas en Podemos, como no querer integrar la candidatura de Pablo Iglesias (la que era claro que tenía más visos de alcanzar el éxito), conformarse con no figurar entre los cinco primeros puestos de la lista a las europeas pese a estar en la génesis del meollo… Era entonces, y creo que lo sigue siendo, un hombre de equipo, de los que hacen grupo, de los que se sacrifican por el colectivo. Desarrollando un paralelismo futbolístico, sería más un Inhiesta o un Puyol que un Messi o un Neymar. También era entonces un tipo aguerrido, recuerdo una ocasión en la que las cámaras de Telemadrid acudieron a una manifestación estudiantil tratando de buscar las opiniones más frívolas y desautorizadas de entre los manifestantes para horterizar la protesta en su conjunto por más que los organizadores les apuntaban una y otra vez que había una serie de portavoces del Sindicato de Estudiantes, así como de algunas formaciones más, que en la cabecera les darían todas explicaciones que requiriesen; pese recibir dicho ofrecimiento, los periodistas siguieron más interesados en pulsar otras opiniones, ante lo que, en un momento dado, Urbán desconectó el cable de la cámara (acto que los periodistas tildaron de intolerante, pero que meramente trataba de hacer un placaje a la manipulación informativa). Ya estaba este activista político muy bregado en tales lides reivindicativas y protestatarias, lo que emparenta con una evolución muy consecuente si observamos cómo, en este mismo 2016 (ya eurodiputado, y suponemos que no tan susceptible de ser atrapado por tan impetuoso enardecimiento como en aquellos años tardoadolescentes), mientras hacía unas declaraciones para la televisión en el Kurdistán contra la ofensiva del Ejército turco, cayó una bomba muy cerca de donde se hallaba expresando sus apreciaciones al respecto, impresiones las cuales continuó llevando a cabo tras unos breves instantes de desconcierto.
Lleva muchos años Miguel Urbán en la brega activista y el cambio más sustancial que percibo en él es el corte de pelo. Interiormente, le intuyo todo el sedimento consustancial a muchos años de lucha, pero en lo esencial no percibo a otra persona muy diferente a la que conocí, de forma fugaz, en otro tiempo. No me extraña que muestre su apoyo a alguien como Varoufakis, y es que creo no equivocarme si apunto que el eurodiputado podemita es persona que sabe congraciar su lealtad a la formación con la articulación de las acciones conducentes a los principios en los que cree.
Pienso que Miguel Urbán Crespo es, habría de ser, el líder natural de Podemos, si bien no ha tenido la exposición mediática de otros, y quizá no sea el sujeto más eficaz en dichas lides, pero sí es una persona de “acción” que seguramente pugnaría por acometer muchos de los puntos del código ético de Podemos de la manera más honesta. Cosas como los métodos de participación democrática directa, como la recuperación de la soberanía popular, la articulación de la sujeción del representante político al método abierto y democrático, etc.
Urbán es un tipo de firmes convicciones que ha sacrificado muchas cosas durante sus años de activismo político y sería un gran líder para una formación como Podemos precisamente porque su liderazgo no sería otra cosa que pura horizontalidad decisoria de hecho.
En definitiva, lo antes apuntado me lleva a pensar que habría que “urbanizar” Podemos, y cuando digo esto, me refiero a una “urbanización” sin Iglesias y demás “barreras arquitectónicas” que obstruyan la sin duda deseable senda del cambio político-social.
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