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El petróleo perdido en Buenos Aires

A mediados de enero de 1935, el ejército del Paraguay llegaba a las puertas de la zona petrolífera boliviana
Luis Agüero Wagner
martes, 14 de enero de 2025, 10:16 h (CET)

A mediados de enero de 1935, el ejército del Paraguay llegaba a las puertas de la zona petrolífera boliviana, ocupando la línea de Villa Montes tomando Carandaity y otros poblados hasta llegar a las riberas del río Parapeti y amenazar Santa Cruz.


Cuando cesó el fuego, la opinión pública paraguaya reclamó una paz acorde con los grandes éxitos militares. Paraguay, un país que a pesar de carecer de las riquezas minerales bolivianas, y de contar con apenas un tercio de la población de Bolivia, había contrariado todas las predicciones en los campos de batalla.


Se inició una sobresaltada batalla diplomática que duraría tres años.


En vísperas de los Idus de Marzo del año 1938, tropas de la Wehrmacht invadieron el estado Federal de Austria sin encontrar resistencia, y lo convirtieron en una provincia del Reich alemán que denominaron Ostmark.


A unos doce mil kilómetros de la Viena ocupada por la Alemania Nazi, en la capital argentina, el acto final del diferendo por el Chaco Boreal disputado en una brutal y patética guerra por los ejércitos de Paraguay y Bolivia, tocaba a su fin.


La comunidad interamericana representada en Buenos Aires, preparaba el epílogo de la Guerra del Chaco, que glorias militares aparte, debía concluir con las napas freáticas en su sitio, de tal suerte que el mapa de las riquezas del subsuelo coincidan con los títulos de propiedad de unos empresarios que tenían sus oficinas en New York.


La última de las sangrientas guerras sudamericanas por jirones de mapas estaba a pocas semanas de quedar en el olvido, y todo estaba por volver a su sitio. Las conflagraciones se trasladaban a Europa, el continente de las guerras, pensaban los países americanos cuyos esfuerzos por pacificar el despoblado e inhóspito Chaco estaban a punto de concluir en Buenos Aires.


La diplomacia estadounidense había fingido neutralidad durante la conflagración del Gran Chaco, esperando que el ejército más numeroso y bien armado se imponga en una guerra cuya realidad, Washington siempre fue incapaz de captar. Finalmente, la guerra había concluido con el Paraguay ocupando más de treinta mil kilómetros cuadrados ubérrimos en oro negro, una extensión equiparable a la de Bélgica en territorio sudamericano, pero de la cual ya se habían apoderado en los papeles, los amos de la finanzas de Wall Street.


Spruille Braden había pedido el ocho de Julio de 1938 plenos poderes al secretario de Estado Cordel Hull, que recibió el mensaje a la noche. El acuerdo secreto ya estaba firmado cuando Hull, al día siguiente, solicitaba esclarecimiento acerca de los amplios poderes solicitados desde Buenos Aires.


El embajador de Estados Unidos en Argentina, Alexander Weddell, consignó en los documentos oficiales que el delegado norteamericano, Spruille Braden, había logrado introducir en el acuerdo final que establecía las fronteras entre Paraguay y Bolivia, un breve párrafo en defensa de los intereses petroleros estadounidenses. Éstos habían jugado un papel gravitante antes, durante, y después de la Guerra del Chaco. El párrafo imponía una frontera que partiendo de Pozo Hondo, y siguiendo en forma paralela la línea trazada por la Comisión Militar Neutral, dejaba fuera de los límites del Paraguay un territorio petrolífero alcanzado por su ejército.


El informe del telegrama de Weddel que consigna la maniobra data de la hora veinte del 8 de julio de 1938, y fue leída en el departamento de estado apenas una hora y doce minutos más tarde, en prueba de que estaba siendo ansiosamente esperado. Por lo general, los telegramas dedicados a la cuestión del Chaco eran leídos muchas horas después o al día siguiente de ser remitidos.


El petróleo paraguayo así desapareció de las coordenadas geográficas, en un gran truco de magia a plena luz del día, pero que nadie vio.


Ni los políticos, ni los diplomáticos, ni los jefes de estados de siete países lo vieron. Los cronistas e historiadores, en casta prudencia, lo omitieron en los textos que redactaron.


Los hechos acabaron confirmando que aunque se enreden los caminos del petróleo, y las napas freáticas cambien de soberano, el frío líquido que encendió el fuego al emerger de su tenebroso inframundo, acabaría inexorablemente encontrando en las aduanas de las alturas a un pálido ingeniero y un título que lo acredite como propietario. LAW

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