En términos laclaudianos (si se me permite la expresión) la palabra “fascista”, a día de hoy, se revela como un significante flotante; solo así se puede explicar cómo todo el mundo considera malo ser fascista y, a la vez, todos somos fascistas según para quien. Los estudiantes acusan a Felipe González de ser fascista por haber utilizado el terrorismo de Estado en la lucha contra el terrorismo de ETA, por haber engañado a su electorado en múltiples ocasiones y por haber dirigido la conjura que apartó a Pedro Sánchez de la secretaría general del PSOE. La decana, sin embargo, ha acusado a los estudiantes de ser fascistas por haber boicoteado la conferencia que pretendía Felipe González llevar a cabo en la Universidad Autónoma. En fin, que todo depende de los lacanianos points de capiton de cada cual.
La cuestión, por consiguiente, no es tanto buscarle un significado consensuado por todo el mundo a la palabra “fascista” como vencer en la batalla por la hegemonía. El que gane esta batalla podrá imponer en lo que llamamos “sentido común” el significado que para él tiene la palabra “fascista”. Está claro que, hoy por hoy, se “piensa” que fascista es todo aquel que está en contra de la propiedad privada (significante que totaliza y engloba los elementos libertad de mercado, competencia, individualismo, etc), pues la ideología neo-liberal es hegemónica. Como afirma Jacques Lacan, hay una primacía del significante sobre el significado.
En esta sociedad en la que, como digo, la ideología neo-liberal es hegemónica, los términos más controvertidos utilizados en el debate político (fascismo, democracia, bienestar, terrorismo, libertad, etc.) son, todos ellos, significantes flotantes. El significante, por tanto, es (como todo lo demás) una mercancía cuyo valor depende de la hegemonía. Y, como toda mercancía, también es susceptible de ser adquirida por medio del capital. Un ejemplo práctico: el diario El País, principal creador de opinión a nivel nacional al servicio de las oligarquías, con sus titulares y editoriales, crea y destruye hegemonías, gracias a su fuerte presencia pública, a su capital privado, de acuerdo con sus patrocinadores, sin dificultad alguna. Y esto es lo que hay.
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