Trump nos ha puesto aranceles hasta en las galletas que se mojan con leche. Ha puesto aranceles a Canadá. A México y a China. Ha puesto aranceles a Europa. Y también a las islas Tonga y a Tombuktú. Ha parado la ayuda humanitaria americana. Y también el apoyo a Ucrania. No le importa el clima. Y tampoco la Organización Mundial para la Salud. Mejor todos los americanos gordos y sin cabeza. A este señor pelirrojo, en edad de jugar al tute y ver las obras, no se le puede cambiar. Pero llegará el verano. Y con él los turistas americanos. No es una frivolidad poner un impuesto a cada turista estadounidense. La tasa Trump. Por todos los inconvenientes y el estrés que nos provoca ese señor pelirrojo que debería estar jugando la brisca en vez de jugar con el equilibrio del mundo. Los americanos seguirían viniendo porque para ellos esa tasa es insignificante. Y algunos estarían de acuerdo. He conocido americanos que sudaban sólo de pensar en que Trump sería su presidente. Comer jamón serrano con pan de la abuela y pagar la tasa Trump es una gozada. La tortilla con o sin cebolla es un placer tenga o no tasa Trump. El señor pelirrojo de boca rara contamina mucho. Y eso hay que pagarlo. Queda descartado que se bañe en las playas de esta península. Puede contaminarlas de por vida. La Malvarrosa y el Saler deben quedar libres de los baños del americano.
|