Sr. Director:
Todos hemos soñado y pretendido que se realizara con inmediatez el ideal de nuestra vocación. Vocación entendida como inclinación a determinado estado, profesión o carrera. Y esto es algo bueno: afrontar con la vista levantada el reto de la propia vocación. Pero hay que ser realistas ante este reto, y es que previamente hay que examinar, sopesar y reconocer que uno reúne todos los requisitos necesarios para ello: los hay innatos, y es cuestión de descubrirlos, ejercitarlos y desarrollarlos; pero los hay también que pueden ser adquiridos por procedimientos educativos de diversa índole. No hay que dejarse seducir por vanos sueños de entusiasmo o desanimarse ante posibles obstáculos.
Puede suceder, y es muy normal que suceda en estos tiempos actuales, que las oportunidades de llevar a cabo esa vocación no sean tan perentorias como nuestros deseos, y en ese caso hay que tener la actitud del pescador que lanza el anzuelo con el cebo al río y aguarda pacientemente y, en ocasiones, hasta inútilmente, la presa soñada. No por eso abandona la idea de volver al intento tan pronto se presente la oportunidad. No es que haya confundido su decisión, es simplemente que las circunstancias no le han sido propicias.
No es, pues, acertada la actitud del que abandona ante la más mínima dificultad para dedicarse a otra actividad para la que cree tener cierta disposición, a riesgo de realizarla de manera desganada. A veces, efectivamente, las circunstancias obligarán a cambiar de dirección, pero siempre reafirmando la valía para el quehacer circunstancial. La vida es mucho más amplia y nos enseña que los ideales a veces tardan en lograrse; es preciso ejercitar la virtud de la paciencia, a la vez que dominar el ánimo y considerar que alcanzar ese anhelo tan deseado no es en sí la culminación del éxito de nuestra vida. El éxito es llevar a cabo esa vocación con fidelidad y eficacia.
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